El actor Santi Millán ha acaparado estos días los titulares de los medios al conocerse un vídeo en el que se le puede ver teniendo sexo con una mujer que no es Rosa Olucha, su esposa. A la productora de televisión es a quien menos le ha importado esta historia, más allá de preocuparse por el bienestar emocional de su marido, cuya intimidad ha sido atacada.
Esto nos conduce a preguntarnos por qué se acusa, a veces, a quien no es más que una víctima. Por qué hay quien confunde el rol de culpable con el de víctima analizando algo que ni siquiera es de su incumbencia. Y por qué sucede tantas veces, y con tanta gente.
Necesitamos un mundo en el que nadie se sorprenda porque aparezcan imágenes de un individuo acostándose con una mujer que no es la suya. O las de una mujer haciendo lo mismo, claro. ¿A quién le importa? Solo a los afectados. No, claro que no es asunto nuestro.
Queremos una sociedad que no estime que es "peor" la chica que se graba masturbándose para su novio que este cuando lo hace para ella, y luego resulta que, en ambos casos, alguien lo divulga, incurriendo en un delito. Ninguno es "malo" ni "peor". Son sólo víctimas de alguien que aspira a perjudicarlos o a destruirlos.
Como dice Olucha, hay muchos tipos de familia. También, innumerables clases de relación entre las parejas, y ninguna de ellas tiene por qué estar sometida al escrutinio popular. De hecho, sólo lo están si nos empeñamos en calificarlas.
Las relaciones humanas son complejas, eso la mayoría de los adultos ya lo ha podido comprobar. De hecho, ya bastante difícil es surfear la vida con nuestras extrañas emociones y nuestros escurridizos sentimientos, a menudo tan contradictorios y tan misteriosos, como para preocuparse por lo que otros opinen sobre nuestro comportamiento. Sin embargo, aunque seamos conscientes de ello, no dejamos de hacerlo una y otra vez.
Cada uno, claro, que tenga sexo con quien lo desee, siempre que esa actividad esté integrada en un imprescindible consenso entre los dos. Lo que no se debe consentir es la ilícita intención de hacer daño a terceros haciendo circular imágenes privadas de dos adultos que se involucran libremente en una relación sexual. Ese delito debe perseguirse. Ese es el daño que hay impedir. Lo demás no es asunto de nadie más que de los propios implicados y sus parejas, si las tienen.
En Intimidad, la serie de Netflix, a la vicealcaldesa de Bilbao le graban teniendo sexo con alguien que no es su marido, y alguien lo airea para dañar su reputación justamente cuando aspira a la alcaldía de la ciudad. Ese vídeo sexual se convierte en un tsunami en su vida, a pesar de que ella tiene un acuerdo con su pareja en relación con esta materia que le permitía mantener ese encuentro sexual sin que alterara su vida conyugal o familiar.
En esa serie también se da el caso de una trabajadora que acaba suicidándose al hacerse viral en la fábrica en la que trabaja otro vídeo sexual. ¿Qué puede haber peor que una víctima que acaba matándose por el escarnio popular por algo que en realidad no constituye afrenta alguna hacia nadie? La trabajadora es, de nuevo, sólo una víctima más del delito de otros.
Este caso recuerda al de Verónica, la trabajadora de Iveco que se suicidó después de que algunos miembros de la plantilla compartieran imágenes sexuales de ella.
Cada vez son más los jóvenes que practican sexting. Una tendencia que probablemente tenga sus beneficios, pero también sus riesgos. Esas imágenes, en las manos inadecuadas, pueden generar un caos tan grande como el que le sucede a las dos protagonistas de la serie de televisión.
Ojalá que los adolescentes sepan siempre a quién envían sus fotografías o vídeos, y no se conviertan en rehenes de ellos por la manipulación de una pareja (o expareja) irritada y vengativa. Tal vez ajena a la evidencia de que enviar documentos de naturaleza íntima sin consentimiento constituye un delito.
Millán ejerció su derecho a vivir su vida como le da la gana sin perjudicar a nadie. Olucha ha actuado como se espera de su acuerdo conyugal. Los únicos culpables aquí son quienes han contribuido a que se hagan virales esas imágenes que nunca debieron abandonar el ámbito privado de quienes aparecen ellas.