Gabriel Rufián tocó hueso y es natural que a Pedro Sánchez le doliese. Sus tres balas cuestionan de raíz el giro a la izquierda con el que pretendía y consiguió acallar a podemitas y yolandistas, y que hoy tanto celebran los afines.
Y ponen además sobre la mesa la naturaleza, terrible, caída, del proyecto que este Gobierno, y esta inercia de años que llevamos, tienen para España. Es algo parecido al viejo tópico del país de camareros (ahora con contrato fijo discontinuo) para satisfacer las necesidades veraniegas y jubiletas de los ricos del norte. Pero no sólo.
España no es sólo un país de sol y playa. Sino que es, también por eso, un país de frontera con el sur que viene y al que alguien tendrá que mantener a su lado, que es el otro lado, de la civilización y el progreso.
Sánchez gira a la izquierda, pero nadie desde el Gobierno había hablado con tanta convicción de las mafias de inmigrantes y con tanta frialdad de los muertos en la frontera. Sánchez gira a la izquierda, pero también para reencontrarse en el oeste con el amigo americano, al que no hace tanto despreciaba, y al que ahora entrega encantado parte de nuestro Presupuesto y de nuestra política exterior.
O sea, que sí, que gira hacia la izquierda, pero también y al mismo tiempo hacia la derecha más extrema. Con la creciente desesperación de sus socios e indiferencia de sus súbditos, Sánchez se ha ido afianzando en este nuevo centrismo occidental, con una moral y una fiscalidad de izquierdas sustentadas en un autoritarismo dícese que de derechas. El mismo autoritarismo que le permitió encerrar a los ciudadanos y a los diputados en contra de la Constitución y salvarse de la acusación de populista, porque era todo muy serio, muy grave y muy técnico.
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Porque Sánchez es de izquierdas y muy mucho, pero es también un poco de todo. Es, sobre todo, un técnico y un socio fiable de Europa. Un buen súbdito. Un hombre sereno y obediente, que cumple con Europa y que comparte, además y sin matices, la plena confianza en una Unión que es garantía de progreso. De progresismo. Un hombre que actúa sin alarmismos ni catastrofismos.
No hay medida, por ideológica que sea, por radical que sea, que Sánchez no justifique en el fondo por criterios puramente tecnocráticos que, por falsos y falaces que sean, tienen la enorme virtud de deslegitimar el debate y reducir al discrepante a exaltado ignorante. Desde la pandemia hasta la economía pasando por la ley trans y la ley de memoria histórica. Tras cada una de estas medidas hay un experto a sueldo explicando, muy sereno, que no podría ser de otro modo.
Y es el mismo centrismo que le permite gravar a la banca como Mario Draghi, y no como Boris Johnson, ante la estupefacción de quienes esperaban algo así como un poco de responsabilidad fiscal.
Que su fiscalidad sea de izquierdas e irresponsable es una sorpresa digamos que muy relativa. En este país y desde hace años, decir fiscalidad de izquierdas es redundante. Y supongo que es necesario que lo sepamos nosotros, pero iluso pretender advertir a Sánchez de que los impuestos a la banca y a las eléctricas los pagaremos los clientes, que somos todos y sin remedio.
Lo sabe, claro que lo sabe. Y sabe perfectamente que estos son los impuestos que nos serán más fáciles de tragar precisamente porque se supone que los pagan los ricos y no nosotros. Sánchez sabe perfectamente que la alternativa a estos impuestos tan populares, tan populistas, son otros impuestos mucho más impopulares o son recortes y reformas, totalmente inasumibles hasta que son inevitables. Y que nadie en su sano juicio se presentará a las elecciones prometiendo recortes allí donde los recortes son necesarios. ¿En pensiones? ¿En Sanidad? ¿En Educación?
De ahí las risas de Sánchez por las becas. ¿Se van a quejar ustedes, los de las "becas para ricos"? ¿Se va a quejar de verdad alguien en este país, donde toda la Educación superior está pensada, y cada vez más, como una beca, como un Erasmus, como unos años sabáticos pagados para las clases medias y altas?
Si incluso Isabel Díaz Ayuso quiso justificar esas polémicas becas diciendo que así habría más, cuando la gracia liberal es que haya cada vez menos. Que el Gobierno y el Presupuesto sean cada vez más pequeñitos. No por vicio ideológico, sino por falta de necesitados.
Pero a ver quién dice esto.
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Es evidente que Sánchez no aspira a sacarnos de esta crisis. Porque Sánchez, como buen izquierdista, resuelve los problemas por elevación. Todo es culpa de alguien más poderoso, más lejano, más de los de arriba. Y el precio de la sandía es culpa de Rusia y las balas de Rufián, de las mafias internacionales.
Sánchez quiere creer que la crisis es culpa de Vladímir Putin y la salvación es cosa de Europa. Que también de esta saldremos juntos y saldremos más fuertes. Que quiere decir que ya nos sacará alguien y esperemos que más o menos enteros. Y que las reformas (sólo) vendrán cuando y como lo decidan y lo impongan sin discusión y sin remedio los oscuros técnicos europeos.
Lo que hace Sánchez cada vez que nos equipara con Europa, y es constante, es recordarnos, sin fatalismo, sin alarmismo, que en este país las decisiones fundamentales sobre la economía española tampoco las tomaría Alberto Núñez Feijóo. Que lo único bueno que pretende tener el PP también lo tiene él, y que, por lo tanto, y al fin y al cabo, tanto monta, monta tanto.