Los científicos no nos acostumbramos a estar en el foco de la actualidad, todo lo contrario. Por lo general, lo que hacemos hoy se conoce unos cuantos años después y nuestra vida privada pasa inadvertida. Tal y como me dice un buen amigo, el director de la revista Shangay Alfonso Llopart, somos sosos.
Mas, esto no fue siempre así. En la época dorada de la física cuántica, con la radiactividad como protagonista, la prensa rosa estaba pendiente de los amoríos de Einstein y las relaciones escondidas que mantuvo Marie Curie con uno de sus colaboradores tras la muerte de su esposo, el también físico Pierre Curie.
Además, cada nuevo descubrimiento era motivo de comentarios por los tertulianos de antaño. La atención mediática tenía un componente científico importante.
Sin llegar a ser tanto ni tan molesto, la pandemia nos ha vuelto a situar a quienes hacemos ciencia en el incómodo ojo del huracán, con el añadido de las redes sociales marinándolo todo.
Una muestra de lo que te digo ha ocurrido recientemente. Me explico. El 4 de agosto, una de las revistas científicas más leídas por el gremio biomédico, The New England Journal of Medicine, publicó un artículo corto de un grupo de científicos chinos y singapurenses que reportaba la existencia de un nuevo virus de la familia conocida como henipavirus. El patógeno fue identificado en un grupo reducido de pacientes chinos que inicialmente tenían fiebre.
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Como si de un rayo se tratase, la velocidad de la luz casi se supera si tenemos en cuenta el tiempo en que los medios generalistas tardaron en hacerse eco del trabajo científico que comento. ¡Un nuevo virus en China! Y las alarmas del planeta saltaron.
A partir de entonces, un número creciente de editoriales, entrevistas y artículos varios se han generado con o sin algo de ciencia detrás.
Una pregunta me ronda la cabeza. ¿De dónde han sacado toda la información, en la mayoría de los casos especulativa? El artículo está publicado en inglés, usando un lenguaje científico, y no es de libre lectura. Sin tener respuesta a mi cuestión, intentaré irme a lo importante y aportarte la mayor cantidad de datos posible. Eso sí, extraídos directamente de la fuente original y sin interpretaciones mediatizadas.
Los autores reportan la identificación de un nuevo henipavirus que denominan Langya o LayV en una muestra tomada de la garganta de un paciente con fiebre. Al analizar este patógeno, concluyen que está filogenéticamente relacionado con otro virus también conocido en China de la misma familia, el Mojiang.
Debido a la alta mortalidad que pueden producir estos patógenos, realizan un rastreo y encuentran un total de 35 pacientes con una infección aguda por el LayV en las provincias chinas de Shandong y Henan, de los cuales 26 estaban infectados únicamente por el LayV. Es decir, no había otros patógenos.
Estos 26 pacientes presentaban una sintomatología recurrente. Todos con fiebre y la mitad de ellos tenían fatiga, tos y mialgia. Alrededor de un 40% sufrieron náuseas, dolor de cabeza y vómitos. Los exámenes de laboratorio detectaron una bajada significativa de las células de las defensas en más de la mitad de los pacientes y neumonía en muchos de ellos.
También se describen alteraciones en la función del hígado y los riñones. Estos últimos se vieron afectados en menos del 10% de los infectados.
Históricamente, estos virus saltan a los humanos por un proceso de zoonosis, o sea, desde algún animal. En el estudio se reporta que animales cercanos a los pacientes estaban infectados, principalmente musarañas, aunque también se detectó en cabras y perros.
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Los autores expresan, textualmente, que a pesar de que el estudio no cumple los postulados de Koch para definir sin lugar a duda al patógeno como origen de la infección, los datos que aporta sugieren que el LayV fue la causa de la enfermedad febril.
El hecho de que el único patógeno detectado en 26 de los 35 afectados haya sido el virus LayV, junto a la existencia de anticuerpos específicos, apoya con solidez la conclusión de estos investigadores. Por otra parte, los pacientes con neumonía tenían cargas virales más altas que los que no la desarrollaron.
Una buena noticia es que en los sujetos estudiados no se encontró evidencia de transmisión entre humanos, los afectados no tuvieron relación previa a la infección entre ellos. De hecho, el rastreo de contactos cercanos de nueve pacientes con quince familiares no reveló transmisión. De cualquier manera, hay que tener en cuenta que nueve pacientes son muy pocos para concluir la inexistencia de transmisión entre personas.
¿Motivos para la preocupación? Un poco de historia científica antes de responder la pregunta. Los primeros henipavirus que se descubrieron son el Hendra (1994, en Australia) y el Nipah (1999, en Malasia). Ambos provocan elevada mortalidad y esta es la razón por la que cuando se identifica uno nuevo hay que vigilarlo de cerca.
Los dos, además, saltan a los humanos por zoonosis. El Hendra a través de los caballos y el Nipah, por los murciélagos. Para situarnos en contexto, en algunos brotes del Nipah se ha llegado hasta un 75% de letalidad. Sí, no me he equivocado: 75 de cada 100 personas infectadas fallecieron.
Entonces, aunque con moderación, debemos estar en alerta. Más aún porque no existe ni vacuna ni tratamientos.
¿Qué hay que hacer? Por ahora estar pendiente de su expansión. No tenemos claro si la no transmisión entre personas que se reporta en el estudio es una realidad. De seguir el patrón de algunos de sus primos hermanos se podría transmitir por fluidos como la saliva, la sangre, la orina y, ocasionalmente, las heces.
Como ya comenté, en el caso que nos ocupa y preocupa, el reservorio puede que esté mayoritariamente en las musarañas, de ahí pudo haber saltado a los humanos.
Quizá sea el momento de replantearnos la interacción que tenemos las personas con otras especies, fundamentalmente aquellas que se han identificado como reservorios de virus.
Un dato puede ser ilustrativo. Se calcula que hay alrededor de diez quintillones (multiplicar 31 veces por 10) virus en el planeta. No podemos hacer vacunas contra todos, mas podríamos intentar no contagiarnos con un número elevado de ellos.
Como siempre digo, es ciencia.