Ha dicho Carmen Calvo (lo dijo este martes en la SER, jugaba en casa) que "los periodistas deben tener sensibilidad y responsabilidad de lo que han dicho las urnas".
Dicho en español, que los resultados de las elecciones no sólo sirven para elegir a tus representantes en el Congreso, sino también lo que se pía y no se pía (sobre todo lo que no se pía) en los medios. Y más concretamente, en los de RTVE.
Pero, ¿cómo explicas la invasión de Ucrania en La 1 atendiendo al porcentaje de escaños que han obtenido Podemos, ERC o EH Bildu en las urnas? ¿Poniéndote del lado de Vladímir Putin? ¿Exigiendo al presidente del Gobierno nuestra salida de la OTAN? ¿Dándole credibilidad a los referéndums truchos del Kremlin?
Esta noche mi admirado @AimarBretos ha defendido el criterio informativo como el más honesto para aplicar en RTVE. Y yo le doy las gracias por ello. Y le reconozco la valentía de hacerlo ante dos exVPs del gob que, asombrosamente, defienden la cuota partidista sin sonrojarse. pic.twitter.com/Nbz35X1Jx0
— Aitor Lourido (@AitorLourido) September 26, 2022
A caballo de la tesis de Calvo se subió de inmediato el jinete Pablo Iglesias, muy preocupado por la posibilidad de que Vicente Vallés o Antonio Ferreras hagan un uso indebido de la libertad de prensa y propaguen los argumentos "de la ultraderecha". A Iglesias se le nota que entiende de periodismo tanto como de todo lo demás.
Se oye mucho últimamente esto. Un contertulio de Onda Madrid me dijo en antena hace sólo unos días que el Poder Judicial debe ser representativo de la mayoría que sale de las urnas. "No sé ni por dónde empezar" le contesté. Y sigo sin saberlo. ¿Cómo explicas 2.000 años de ciencia jurídica en una intervención de apenas unos segundos? ¿Y cómo consigues que apruebe las oposiciones de acceso a la carrera judicial una muestra ideológica de ciudadanos coincidente con los porcentajes que arrojan las urnas?
Le veo fallas intrínsecas a esa lógica.
Otro tertuliano, precisamente en La 1, me dijo que su discurso de décadas contra la corrupción, de indignado discurso de hecho, no le impedía pedir el indulto del corrupto, pero sobre todo camarada, José Antonio Griñán. ¿Acaso no ganó las elecciones en Andalucía y lo hizo todo por ese pueblo encarnado en las urnas?
Vamos, que ganar las elecciones no sólo te da derecho a legislar, sino también a saltarte las leyes o a decidir cómo deben aplicarlas los jueces (es decir, permitiéndote saltártelas). Y eso incluye la Constitución, no sea que la interpretación del Constitucional no se ajuste como un rodillo de plomo en mano de hierro a los intereses del Gobierno.
Quiero decir, a los intereses de "la voluntad popular expresada en las urnas".
El argumento, que no te firmaría ni Carl Schmitt, aunque sí Donald Trump, es una patada en las gónadas de la ciencia constitucional moderna, pero qué más da eso ya.
Ganar las elecciones equivale a adquirir el usufructo del país y a decidir qué sentencias se dictan y en qué sentido; qué noticias se publican o no; y hasta el resultado de los sondeos, que deben arrojar, como los minutos de los partidos en campaña electoral, un apoyo similar para el Gobierno, cuando no mayor, al que obtuvo en las urnas.
Y lo mismo aplica al CNI, al INE, a la Guardia Civil, a la Fiscalía, al Consejo General del Poder Judicial o al Tribunal Constitucional. A un español le preguntas qué es el INE y te responde que el hijo de la ONU, pero cuando mete la papeleta en la urna lo hace pensando en que PSOE y Podemos conviertan el Instituto Nacional de Estadística en su patio de Monipodio privado. En el metro no se habla de otra cosa.
[Elena Sánchez, nueva presidenta interina de RTVE tras la dimisión de Pérez Tornero]
Y eso incluye por supuesto al CIS de Tezanos, que se inventa la voluntad de los españoles porque, en justa aplicación de la teoría del poder omnímodo de las urnas, la voluntad popular expresada en las elecciones debe determinar también la futura voluntad popular expresada en las elecciones, como en esas paradojas temporales donde alguien viaja al pasado y se convierte en su propio padre engendrando al hijo que en el futuro viajará al pasado y se convertirá etcétera, etcétera.
El objetivo es que la posibilidad de que se produzca una alternancia en el poder que le dé todo ese mando en plaza a tu rival político, algo que sería claramente antidemocrático, fascista e incluso iliberal, quede reducido al mínimo estrictamente imprescindible para poder seguir sosteniendo que esto es una democracia frente a los tocanarices de la UE, tan pesados ellos con eso de la separación de poderes y el respeto a las instituciones.
¡Que esto no es Hungría, hombre! Ya lo dicen en la tele.