Sánchez y Feijóo no son Lula y Bolsonaro. Y, por suerte, en España no es previsible que un diputado o diputada encañone con una pistola a un seguidor de un partido rival en mitad de la vía pública. La cólera que hemos visto en las elecciones brasileñas, cuya escisión recuerda al país de Biden y Trump, nos previene del peligro de llevar las diferencias a tales extremos.
El caso español está a años luz del calentamiento del clima político de América, con sus atentados y su asalto al Capitolio. Pero no deberíamos confiarnos porque esta crispación de andar por casa no será la misma cuando se le sume la tormenta perfecta de una Europa en recesión y guerra. Y no tenemos más que ver cómo se pone la calle en París a las primeras de cambio, en ocasiones formando pinza la izquierda radical y la extrema derecha.
Si Sánchez y Feijóo pretendían alentar el bipartidismo con sus duetos de tenores en el Senado, han de mirar la deriva de las democracias europeas bajo el zarpazo energético e inflacionario de la invasión de Ucrania. Y lo que ha pasado en Suecia o en Italia, que no están en el cuerno de África, sino en el corazón de Europa.
Feijóo dio calabazas a Sánchez en su Halloween del CGPJ como si lo de la sedición hubiera sido una bomba sucia del socialista, como diría Putin. Aparentemente, el tiro le salió por la culata, en un primer balance de esta batalla. A fecha de hoy, ha hecho un favor al Sánchez que peleaba con las encuestas bajo lo que se llamó el ‘efecto Feijóo’, que era el de un líder dialogante tras la cerrazón de su predecesor. Todo el teatro vio entre bambalinas a Ayuso jaleando al presidente del PP para que rompiera las negociaciones sobre la renovación del Poder Judicial con cualquier pretexto adventicio.
La sedición pasaba por allí como el Pisuerga pasa por Valladolid. Cuca Gamarra había desvinculado una cosa de la otra, lo cual desmontaba el argumentario. Y Pons quedaba con las vergüenzas al aire después de comerse el marrón encerrado a pan y agua con Bolaños.
No era todavía el Día de Todos los Santos, pero se enterraron algunos supuestos que adornaban la auctoritas del político gallego como líder del PP. Entre otros, su supuesto talante negociador en asuntos de Estado. La Constitución, que ya se ha quedado huérfana de cinco de sus siete padres, se queda de este modo sin que la defienda el jefe del PP.
Tampoco sale ileso de este fiasco Sánchez, pues Europa a quien mira es a él, no al jefe de la oposición. Y es él el que ha de rendir cuentas ante Bruselas por esta nueva dilación tras cuatro años de retraso que se pasan de rosca. Es España la que pierde crédito, la defectuosa democracia española según The Economist, precisamente por esta envenenada asignatura pendiente desde 2018.
Lo histriónico de este casus belli PP-PSOE (Feijóo ha dicho que no hará pactos con el PSOE mientras esté Sánchez y los socialistas lo han tachado de “insumiso constitucional”) es que venimos de oír invocar los Pactos de la Moncloa, como si el país estuviera volviendo a la senda del diálogo que inspiró la Transición. Y lo que salta a la vista es la sombra alargada de los poderes fácticos del PP que yerran los cálculos electorales, refractarios a todo acuerdo con el PSOE, al precio de dejar al presidente popular con cara de Pablo Casado. Y a Sánchez con tres palmos de narices sin nada que celebrar en el Palacio de Congresos de Sevilla, buscando la mano de Feijóo como Felipe González la de Alfonso Guerra.
Pero no se construye un país poniéndose zancadillas los líderes de los dos principales partidos los unos a los otros. Es de párvulo que esa política de oídos sordos les devora y da aire a un alicaído Vox, que desde la crisis de Olona ahora se refugia en los brazos de Meloni. En esto gana Abascal a Feijóo, alardeando de la ultraderecha en Italia, mientras al PP se le atraganta la lechuga que ganó en Reino Unido a Liz Truss.
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El desencuentro PP-PSOE sienta las bases de una desavenencia que haría insufrible el curso político si las elecciones generales se celebran en diciembre. Miméticamente, Feijóo rompió el acuerdo del grano por los drones socialistas de la reforma de la sedición. Pero, en esta tesitura, como en la guerra, se acaba discutiendo de plazos. Plazos para la paz o para lo peor. Nadie apuesta por un armisticio inmediato entre Putin y Zelensky, pero ya tendría guasa que se pusieran de acuerdo antes que Sánchez y Feijóo. Una situación creada por actuar con una venda en los ojos lleva a extremos que pueden llegar a ser cómicos.
¿Es de recibo que los dos líderes españoles permanezcan más de un año sin dirigirse la palabra, haciendo de todo pacto un tema tabú? Es de risa, pues sería tanto como admitir que la democracia española entra en un largo periodo de hibernación, a verlas venir.
No vaya a resultar que en España, Feijóo le compre a Trump y Bolsonaro la ilegitimidad del presidente electo, bajo supuestos fuera de toda lógica democrática. Ni cabe imaginar al partido en el poder haciendo campaña sin tregua contra los atributos constitucionales del PP.
Ese juego pueril de unos y otros no reporta beneficio alguno a la democracia española y acabará abonando el terreno a un adelanto electoral, acaso un superdomingo el 28 de mayo, con las urnas como árbitro de este despropósito en comunidades, municipios y las Cortes Generales.
A Sánchez podrá tentarle anticipar las elecciones y jugársela a una carta, ante la incertidumbre de una recesión comegobiernos como si de una ameba comecerebros se tratara. Y acaso a Feijóo le ayude el adelanto, porque cierra el círculo temporal de los egos, restando margen de maniobra a quien albergara en su partido la idea de erosionarle como candidato, la maldición de Génova.