Pedro Sánchez le ha cogido la medida a Alberto Núñez Feijóo. Le ha costado, pero lo ha hecho.
Vivía acomodado a Pablo Casado. Si a alguien pilló con el pie cambiado su sustitución fue a él. Le modificó el guion de la legislatura. Le ha tenido casi medio año balbuciendo. Con el resultado andaluz tocó fondo. Respondía las preguntas del examen disimulando a duras penas que se había estudiado otro temario.
Pero todo eso es ya parte del pasado. Se vio con claridad en el segundo debate del Senado. Esta vez no hizo falta el abuso de prerrogativa. El presidente adivinó el discurso de su oponente y le hizo un ataque preventivo eficaz. Feijóo no tuvo reflejos suficientes y terminó dando la réplica a lo que pensaba que iba a escuchar, no a lo que realmente se pronunció.
Quizá la velocidad de la política líquida haya creado una “picadura del séptimo mes”. (Hay una frase hecha en Estados Unidos que alude a la “picadura del séptimo año” como prueba de fuego para la felicidad duradera de un matrimonio. La película de Billy Wilder que conocemos aquí como La tentación vive arriba se llama así en inglés, The seven year itch).
La lógica de las series de televisión no podía tolerar casi dos años de esquema predecible. El presidente autonómico coleccionista de mayorías absolutas con fama de buen gestor aguardando su turno en la antesala de Moncloa como quien espera que le haga pasar el dentista. Hacía falta un giro de guion. Y aquí lo tenemos.
La propaganda presidencial empezó armando un argumentario que era más bien una caricatura. Pero se ha ido afinando con el paso del tiempo. Ya parece hasta algo semejante a un retrato. El dibujado ha hecho esfuerzos tan involuntarios como ímprobos por encajar en ese perfil de trazo grueso. No nos referimos a sus problemas con el quesito marrón. Sí a esa imagen de reencarnación de Rajoy –un personaje político que ya hace diez años tenía mucho de extemporáneo- que no parece moverse por Bruselas con demasiada desenvoltura y al que algunos apuntes de la política nacional le lucen anclados entre 1996 y 2003, cuando vivió su primera etapa política en Madrid.
La cronología de las últimas semanas lleva a pensar que, pasado el borbotón de su llegada al liderazgo, hacen falta nuevas ideas para recuperar la iniciativa.
Y, en estas, el CGPJ. Confieso que me cuesta entender la cadena de acontecimientos. Deploro el sistema de elección actual. Es dudoso que naciera con la menor intención benigna, es constatable que ha agigantado todas sus derivadas perversas y es lamentable que el PP no lo haya cambiado en ninguna de sus etapas en el poder. Pero es el que hay. Los aspavientos de las terminales mediáticas de Moncloa con este tema producen risa. Pero a este paso se hará realidad la fantasía de Pilar Llop.
La reacción tras la dimisión de Lesmes fue la adecuada. También el argumento inicial, luego abandonado, de que el órgano de gobierno de los jueces es una realidad distinta a la agenda legislativa del Gobierno, por lesiva que ésta resulte. Mezclar el CGPJ con la inmoralidad de acomodar las leyes a las pulsiones delictivas de los socios del Gobierno no termina de encajar en el molde de la “política para adultos”. Tampoco aplazar la obligación para cuando haya un PSOE que les guste más. (Llamamientos bienintencionados a que las cámaras legislativas adopten un papel protagonista. Ojalá. Pero mucho me temo que veremos antes a Jonás Trueba dirigiendo una película de Marvel).
[Feijóo mantiene 35 escaños de ventaja pero Sánchez sigue recortando distancias]
¿Por qué no apurar el trámite lo más rápido posible, despojarle de toda solemnidad y centrar el foco en la oposición a la rebaja del delito de sedición? Toda la comunicación del proceso parecía un sueño húmedo de la creación de opinión de izquierdas.
Tampoco es que se barrunte una hecatombe electoral para los populares. A día de hoy, la percepción que manda es que los precios están por las nubes. Pero todo este relato está elevando la moral de las tropas más politizadas de la coalición. Ojo a la idea de admitir que las cosas están mal, pero no tanto como la oposición decía que iban a estar. “¡Catastrofismo!”.
No necesitan mucho más. Sánchez consiguió ser presidente con 85 diputados gracias a casi un centenar de apoyos externos. Incluso en el escenario hipotético de tener 174 escaños, Feijóo podría pasarlo mal a la hora de ser investido.
Durante todo este tiempo, ha cundido la sensación de que las próximas elecciones serían un remake de las de 2011. Pero ¿y si lo terminan siendo de las de 1996? Llegar al final de 2023 con cierta sensación de “lo peor ya ha pasado” que permita un oxígeno socialista que complique la aritmética.
Mucho alboroto ahora mismo imaginando futuros con nuevos plot twist. Bueno, hombre. Incluso en el peor escenario para él, Feijóo merece la legislatura post-derrota que han tenido todos sus antecesores. Que en siete meses no se puede saber ni dónde vive la tentación.