El Gobierno está irritado. No es algo infrecuente en los Ejecutivos. Tienden a no entender los reveses que les va deparando el camino y suelen sentir que su trabajo no está reconocido por la opinión pública. Convivir con esta realidad se acepta como gaje del oficio. De ahí que se evite su exteriorización.
Pedro Sánchez ha roto con esta tradición no escrita. La intensidad de su contrariedad hace que el estado anímico que muestra al público oscile entre un gesto moderadamente crispado y el estallido de furia detenido en la última milésima de segundo que resta para que se desborde.
Es un gobierno con bruxismo. Cuando se sale del guión cómodo de las producciones con figuración militante, aprieta la mandíbula.
La marcha de Ferrovial no es una noticia trivial. Pero mucho nos tememos que, de no ser por la iracunda reacción de Moncloa y sus ministerios, su impacto en la esfera pública habría sido mucho menor.
El espectador medio ha percibido la gravedad de la situación gracias al rictus de los portavoces gubernamentales. El argumentario debe recitarse con fe de beato. El refranero dice que no hay peor fe que la del converso.
Nadia Calviño ha aterrizado en los dogmas de laboratorio desde la tecnocracia. Pero no hace bueno el dicho. Verla en el rol de azote de los empresarios produce la misma sensación que un actor cuando es objeto de un gigantesco error de casting.
Fuimos muy ingenuos. Creímos que los ataques ad hominem desde la jefatura del Gobierno habían sido superados. Nunca reconocerán el error, pero al menos tendrían el detalle de no repetirlo. Nada más lejos. Sánchez ha metido con calzador críticas furibundas a Rafael del Pino durante su gira europea. Ha faltado que vinieran precedidas por un "ah, por cierto, se me olvidaba:…".
No deberíamos acostumbrarnos. Del Pino habrá acertado o se habrá equivocado. Pero no ha cometido un hecho punible. Ya estamos hechos a que Moncloa dirija la orquesta de prescriptores siguiendo la partitura del citado argumentario. Pero el presidente de una nación arremetiendo así contra uno de sus ciudadanos nos sitúa en unos estándares subterráneos de calidad democrática.
Permítanme un paréntesis. Ardo en deseos de leer los estudios, realizados desde el más riguroso método científico, que están detrás de la frase, tan campanudamente repetida por determinados creadores de opinión, que viene a decir algo así como "luego todos estos son los de la pulsera con la banderita de España".
Dice alguno de los gurús más leídos en Moncloa que se hacen demasiadas encuestas. Puede ser. Todas las de los institutos privados apuntan en la misma dirección. El tiempo pasa y no se remonta. No queda principio de los que sustentaron el discurso de la moción de censura de 2018 que no haya quedado contradicho por algún episodio en crescendo de zafiedad. Así se entiende la tensión mandibular.
A ver qué usan como férula de descarga.