Las están envenenando. Con gas. En sus colegios, en sus universidades, en las residencias de estudiantes. Son niñas, jóvenes de Teherán, Qom, Bojured, Narwak, Ardabil… 58 escuelas por ahora en diez ciudades. De Irán.
Empezaron en febrero, y desde entonces los envenenamientos no han parado. Cunde la alarma, sí. Pero nadie se hace responsable.
El régimen, en boca de su ministro del Interior, dice el 1 de marzo que "más del 90% de los envenenamientos no fueron causados por factores externos sino por el estrés y las preocupaciones".
Y es que llevar 177 días de levantamiento, casi seis meses saliendo a las calles a reclamar sus derechos jugándose la libertad, la vida o ambas, no puede ser bueno para la salud de las niñas y jóvenes. Hipócritas.
Sin embargo, al viceministro de Salud se le escapa. No sólo que es probable que los envenenamientos sean deliberados sino lo más importante, que algunas personas están pidiendo que se cierren todas las escuelas de niñas.
Esa es la clave. Cerrar las escuelas. En Afganistán ha sido sencillo. Después de la vergonzosa retirada de las tropas occidentales, ha caído un manto de silencio sobre la situación de las niñas y mujeres afganas y a nadie parece ya importarle su suerte. Como si las diésemos por perdidas, como si el país no tuviese remedio, como si no nos importasen.
Y en estos momentos en los que cada estado autoritario intenta ver hasta dónde puede llegar o hasta dónde le permitirá avanzar la comunidad internacional sin que las represalias sean insalvables, Irán examina la posibilidad de cruzar una nueva línea roja y seguir el ejemplo de Afganistán.
Pero Irán no es Afganistán. Su historia no es la misma ni tampoco su sociedad, así que no puede darse un paso así sin recurrir a alguna estratagema.
¿Por qué o para qué cerrar las escuelas de niñas? El principal movimiento opositor está liderado por una mujer, Maryam Rajavi. Mujeres son las que protesta tras protesta se enfrentan, a cara descubierta, a la temida Guardia Revolucionaria. Las que llenan los centros de detención o las celdas de aislamiento de prisiones tan siniestras como la de Evin. Mujeres (universitarias, la mayoría) eran las que se enfrentaron al siniestro SAVAK (el servicio de inteligencia y seguridad del sha) y eran una parte importante de los presos políticos (30.000) que fueron ejecutados en 1988 por orden de Jomeini.
No importa que sus derechos se hayan cercenado durante cuatro décadas. Ellas siguen ahí y son cada vez más jóvenes.
De ahí que cerrar las escuelas femeninas se vea como una solución, como la manera de acabar con un importante foco de disidencia. Porque a pesar de que este no es el primer levantamiento que se produce en Irán, sí es el que más tiempo está durando y eso preocupa a las autoridades del régimen.
¿Se atreverán a cerrar las escuelas con o sin excusa? Todo depende de la respuesta internacional, de si se lo va a permitir sin que haya consecuencias, o si desde algunos países van a seguir blanqueando esa teocracia criminal por intereses inconfesables.
En lo que la UE respecta, la reacción, más allá de algún que otro pronunciamiento, no deja mucho lugar a la esperanza.
Sus dirigentes han mirado hacia otro lado durante cuarenta años a pesar de las evidencias. Se avinieron a la firma de un pacto nuclear con Irán aunque era obvio que les engañaban. Ahora, por desgracia, hay otras cuestiones en la agenda que también urgen. Pero eso no puede ser excusa.
Escribía el sábado pasado sobre el Día Internacional de la Mujer y decía que en España no estaba claro qué había que celebrar o qué reivindicar, porque los caprichos y los delirios de una banda de desocupadas lo habían vaciado de contenido.
En Irán las mujeres van a la muerte o a la cárcel por defender sus derechos más básicos. La gran mayoría de los hombres les acompañan en su lucha y sufren con ellas las consecuencias.
Ustedes, las que ocupan un cargo público, las que tienen influencia, háganse dignas de ese título de "feministas" que hoy por hoy no se merecen. Y den la cara por ellas.
A no ser que, como sospecho, les incomode hablar de Irán.