Podríamos escribir mil columnas sobre las experiencias vitales que Felipe VI ha debido conocer sólo de oídas. De esperar un café de máquina mientras un compañero te ofrece un relato de su fin de semana tan pormenorizado como no solicitado al sapo en forma de orgullo que hay que tragar cuando se está frente a un funcionario para tramitar un subsidio de desempleo.
Por eso resultan mucho más interesantes las que sí le han permitido asemejarse al común de sus súbditos.
Hace unos días ha celebrado el 30 aniversario de su promoción universitaria. "Felipe, macho, estás igual". "Ná, lo que pasa es que como me has ido viendo a diario por la tele notas menos el cambio".
No sabemos si se llegaron a escuchar frases de ese jaez. Su antiguo compañero Raúl Cancio sí recordaba, como anécdota, que la gran diferencia se notaba en el momento de pagar los pinchos de tortilla de la cafetería con monedas en las que salían los miembros de su familia. (Imposible no invocar aquí al personaje de Vicente Díez en Bajarse al moro, que tenía como fetiche la de 500 pesetas porque mostraba juntas las efigies de Juan Carlos y Sofía).
Las palabras de Cancio centran el balón, pero se echa de menos el remate. Aquellas monedas debían ser la calderilla en el peso sobre los hombros de Felipe. Nos tememos que lo determinante llegaba cuando algún pago de mayor envergadura le obligaba a sacar de la cartera un billete de 10.000. Ese en el que el rostro retratado era el suyo propio.
La ligera timidez que acompaña la oratoria del jefe del Estado da más valor a las revelaciones que deja escapar en sus discursos. Dijo que la etapa universitaria también fue "un punto de inflexión" en su vida, si bien reconocía tener "un futuro digamos que más previsible".
Es difícil que esa frase no adquiera un significado especial cuando coincide en el tiempo con la publicación de los planes relativos a la formación militar que recibirá Leonor, su hija primogénita. Tres años, uno en cada ejército.
A veces echamos de menos algo más de tacto cuando se opina o informa sobre la heredera al trono. Poca gente puede hablar con conocimiento de causa de tan peculiar estatus. Pero, tiktokers aparte, todos lo que disponen de altavoz en la conversación pública han sido en algún momento adolescentes. Por eso sorprende que la tan manoseada empatía brille por su ausencia cuando es Leonor de Borbón Ortiz la que está bajo el foco.
Más cercano o más remoto, el recuerdo de los 17 años de cada uno nos puede hacer coincidir en que no debe ser fácil transitar por una senda tan prefijada. Pocos asuntos generan opiniones más polarizadas que la corona. Pero el republicano irredento y el monárquico más fervoroso comprenderían un arrebato en la línea de Audrey Hepburn en Vacaciones en Roma.
Sabemos que no se producirá. Viendo las intervenciones públicas que ha protagonizado hasta ahora, no cuesta deducir que ya ha aprendido esa lección vital a la que los demás llegamos más añosos: abrazar lo inevitable y asumir todo aquello que ya no seremos.
Se percibía el otro día en la Universidad Autónoma. Felipe VI añoraba aquellos años en los que más cerca estuvo de ser un español más. Tanto él como sus compañeros son conscientes: ninguno de esos condiscípulos se cambiaría por él.
A día de hoy, la efigie de Leonor sólo aparece en unas pocas monedas conmemorativas. Pero daría igual que figurase en las de uso común. Estamos seguros de que ella pagará sus pinchos de tortilla con el móvil.