Cada político tiene una cabra de oficio que le susurra al oído que tire al monte. Y sus señorías, como les da igual que se lo diga una cabra que un ideólogo, tiran.
Así se explica que ayer se debatiese en el Congreso de los Diputados una moción de censura muerta, para la que no dan los votos, ni la intriga, que es lo poco que se le debe exigir ya a nuestra política nacional. Precisamente porque de rigor andamos faltos: de datos precisos sin maquillar por Tezanos, por Empleo, qué menos que el misterio… O mejor, un suspense digno de Hitchcock. Y una rubia, ya que estamos.
Pero aquí no hay suspense, ni rubia, porque vivimos en el siglo de la falta de las luces. Cuanto más evidente todo, mejor. Los promotores de la moción emocionados porque se habla de ellos y en la Moncloa felices porque la gente habla de Tamames hoy y mañana y pasado Dios dirá: se inventa uno una crisis en el Ejecutivo, o convoca elecciones adelantadas, o se le echa la culpa a un volcán, y a seguir y a cobrar.
Sánchez llevaba su intervención escrita y las sucesivas réplicas también, como de costumbre. Por eso, escuchar hablar a Tamames, aunque derrapase en alguna cuestión, fue algo que el Congreso no debería olvidar. El viejo profesor, a sus 90 años, oró con más soltura que cualquiera de los diputados de la Cámara. Un discurso bien armado (en el que redescubrió las ideas) al que nadie fue capaz de replicar. Por eso Sánchez usó la estrategia habitual de "a dónde va… manzanas traigo".
El candidato explicó a la izquierda, le puso un espejo de frente al socialismo nítido, lo que es y lo que debería ser. No un espejo de estos cóncavos en los que sólo les permite mirarse Pedro desde hace años.
[Ramón Tamames no aplaude el discurso de Santiago Abascal en la moción de censura]
Esta deformación del socialismo en la que ha acabado el sanchismo no la arregla un quiropráctico. Me temo que esto ya no es el PSOE, que esto es el pedrosanchismo. Sólo se anunció una novedad: que el PSOE ya no existe y que todos los planes de Pedro son una coalición con Yolanda, porque el PSOE le da igual.
Tamames tuvo su última hora de gloria, pero a España no la salvó nadie. Ni Tamames, ni Sánchez, ni la previsible abstención de hoy del Partido Popular.