Abascal nunca se ha fumado un porro. Ni siquiera se atreve a catar una galletita de maría. Tampoco en el caso de que se la ofreciese su colega Sánchez Dragó, como llegó a suceder. “Yo entiendo que no le guste la marihuana, pero no que nunca la haya probado. Es la diferencia entre un biempensante como él y un libertino como yo”, me dijo Fernando en su día.

Éste parece un buen rasgo para empezar a describir el carácter de Santiago: aquí un hombre que rechaza las cosas que no conoce. Ayer fue un canuto, qué sé yo, pero hoy es un inmigrante, o una mujer feminista, o un artista travestido soltándose la melena una noche de jueves en el Doce de Chueca. Hay vidas a las que no piensa asomarse. Hay formas de existir que le resultan obscenas (la obscenidad es inversamente proporcional a la españolidad clásica). Hay mundos enteros que hace mucho cerró con candado. Es el político de unos cuantos. Lo suyo es la coherencia estética: mejor dicho, la homogeneidad.

Santiago Abascal.

Santiago Abascal.

Decía Sofía Rincón que las dos Españas dejarán de serlo cuando podamos ver a una drag queen en una plaza de toros. Es probable que tenga razón. ¿Se imaginan a Santiago compartiendo tendido con una aficionada con peluca, pestañas postizas y abanico, que en cuanto salga de Las Ventas se vaya corriendo en tacones a hacer noche en el pole dance? ¿Nos prestará este país infinito algo más de su realismo mágico?

Abascal es, eminentemente, un teórico. Un tradicionalista católico pero divorciado; un intento de legionario que no hizo la mili, un arenguero que apela a la España que madruga pero que no ha cotizado nunca fuera de la política ni de sus cargos de libre designación. Quiere liderar la Reconquista (“empezando por Andalucía”) saliendo al balconcillo con un morrión en la cabeza, como la señora que tiende la ropa mojada con los rulos en la ventana entonando una coplilla, sólo que olvidando que ese casco era el que utilizaban los integrantes de los Tercios españoles en los siglos XVI y XVII (y la Reconquista acabó en el XV, por lo que sea).

Maneja un cacao mental fuerte, Santiago. España es una y grande, y en esa inmensidad uno se pierde. Le bailan las fechas, los nombres, las fantasías. Sueña húmedamente con Isabel la Católica pero tiene una esposa influencer. Los tiempos avanzan sólo a veces. Sólo para algunos.

No cocina muchas referencias culturales, tal y como reconoció su biógrafo Dragó, así que a veces tiene que robarle algún símbolo a la izquierda, como Bertolt Brecht o Machado. En fin, los españoles nunca roban, eso lo hacen los árabes (una gente que, data él, inventó las “violaciones grupales”). Los españoles “cogen prestado”. A Abascal no le interesan los libros ni la expansión intelectual: él vive afincado en su imaginario, en su paisaje sentimental, en su coto cañí sin sorpresas donde las tonadilleras aún se enamoran de los toreros, donde Manolete no murió ni Nietzsche mató a Dios. Una feria pequeña y tradicional. El corazón de uno mismo es limitado. El corazón de uno mismo es siempre el cuarto de la escoba.

Abascal no se las da de cerebrito, él es popular, él bebe “el vino de las tabernas”. La cultura es cosa de la oligarquía, de los modernos insoportables que se llenan la boca de citas pero desconocen el dolor del mundo. A él le gustaría recuperar las cualidades "entrañables" de las que hablaba Primo de Rivera. En fin: patria, pan y justicia.

Luego es verdad que estudió Sociología, que en la era de Montero y Belarra podría parecer una carrera un poco woke.


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Es atractivo, viril, atávico, ibérico, bélico: avanza con su gesto altivo de ave rapaz, desafiando al viento sin que el viento le increpe, como si fuera permanentemente de montería. Hay quien vino a la vida a veranear, como Bertín Osborne: él vino a la vida a cazar. Como un día amanezcas un poco cruzado, medio de levante, y le resoples lo mínimo, te saca un tanque al patio y se te quitan las tonterías del tirón. Dice Santiago que la guerra está en la naturaleza y que va a volver, y si no vuelve por sí sola, pues se la invoca, que tenemos ganas de jaranilla, que andamos con el dedito suelto. 

El líder de Vox, sin pudores, ha contado que hace décadas que lleva pistola (una Smith & Wesson), primero para defender a su padre de ETA y luego ya un poco por sus hijos y porque le mola el rollo, para qué vamos a engañarnos tampoco, que en Euskal Herria habrán abandonado las armas pero él no. Santiago, como el Unamuno de sus amores, es vasco “y por ello, doblemente español”. Sin embargo, del escritor no copió la duda, el cambio de idea como síntoma último de libertad y elocuencia.

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Me dicen los que le conocen de cerca que es un tipo eminentemente simpático y que resulta más abierto y respetuoso con "la diversidad" de lo que su imagen pública proyecta. Dicen que es un hombre preso de su leyenda. Dicen que es muy seguro de sí mismo y que no tiene miedo a rodearse de gente más talentosa que él, que no teme a los que destacan. Dicen que es generoso con sus amigos y vanidoso con el resto: que adora los baños de multitudes, que le excita que le jaleen, que le pierde gustar a las mujeres.

Estos son años dorados para él, ya que viene de la insignificancia, de la travesía por el desierto. Ahora mola, ahora se quiere, ahora se gusta más que nunca, ahora se guiña, ¡pícaro español!, cuando se mira en el espejo, sobre todo desde que Feijóo le hace ojitos y coquetea con la vicepresidencia. 

En fin, es una expresión. "Coquetear" no es su estilo. Su estilo es el asalto. 

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Santiago cultiva bonsáis, curiosamente como Felipe González, que es otro que ya no sabemos si vota al PP o también a Vox. Esa es su forma de "respirar monte".

Santiago cultiva bonsáis, como El Principito, pero detesta a la rosa. 

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En la ducha canta canciones de Taburete, de Manolo Escobar o de Café Quijano. Está con la bandera de España como Mateo con la guitarra: el otro día le negó a un niño su petición de que se la firmase (“en la bandera no puedo escribir, ella es muy grande y yo soy muy pequeño”). La usa con cierta devoción y violencia, como si fuese un cordel de BDSM con el que atar a nuestros amantes al cabecero de la cama del sexo. Con ella nos ahorcará algún día, sensualmente, con ella asfixia al colectivo LGTB y a las mujeres víctimas de la violencia machista cuando niega su existencia, con ella aprieta a cualquier disidente del Antiguo Régimen y enfrenta a los “progres privilegiados”, como él los llama, con el pueblo llano (que no sabemos bien quién es porque toda esta panda de desviados sexuales y de “Charos” deben ser del 1%). 

Cuenta Santiago que hay homosexuales que votan a Vox y que se sienten más protegidos con él que con Sánchez, porque el presidente está todo el día abriendo las vallas del terruño para que entre la morralla multicultural, esa que quiere colgar a los gays “de una grúa”. Cuenta que sus votantes LGTB, que haberlos haylos, como las meigas, no necesitan un trapo arcoíris porque ya tienen la bandera de España. Digamos que la bandera de España es todo: es calórica, te paga el alquiler, te hace filetitos de lince ibérico o te libra de un guantazo homófobo, lo que tú le pidas. La bandera de España es poco menos que el genio de la lámpara.

Abascal recoge el voto rebelde (el del antiguo bando rebelde, para entendernos), que hoy es la manifestación desprejuiciada de la ultraderecha que recorre Europa. Abascal abraza a los desencantados, a los que están mú jartitos de la tontería, del brilli-brilli, del eslógan pueril: abraza a esa fábrica de rebotados que ha creado nuestra última e insigne ministra de Igualdad (en su conciencia quedará siempre), abraza a los descreídos del sistema que están hasta el testiculario, abraza a los trumpistas flamencos que ya no pueden más, a los que-de-verdad-no-pueden-más. 

Abascal cree que los fetos abortados son los nuevos Santos inocentes. "¿Con quién se identifica usted en la novela de Delibes o, si quiere, en la película de Camus?", querría yo preguntarle, inserto como anda en esa esquizofrenia suya, a medio camino entre su fascinación por el señorito y su insistente pretensión de hablar por los trabajadores. Leo que a Santiago le encantan los pájaros y que es el carnet 13.886 de la Sociedad Española de Ornitología. ¿Y si al final va a ser nuestro Azarías

Anteriores figuras de la Feria electoral: 

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