Cuando se deja de fiscalizar al Gobierno enseguida se fiscaliza cualquier otra cosa.
Nos acostumbramos al marcaje férreo a la oposición y a los ejecutivos autonómicos y municipales que controla. Pero no vimos venir el siguiente escalón: la fiscalización de cómo fiscaliza el que sí fiscaliza.
Entendíamos, mal que bien, que una entrevista afilada causara disgusto en el político que tenía que sufrirla. Resulta más sorprendente que la petición de sales proceda de la competencia de los entrevistadores.
Al fin y al cabo, no dejan de ser otros periodistas. Al margen de las diferencias en las líneas editoriales, pareciera más esperable que emergiera un cierto corporativismo. Sentirse más cercano a un colega con otra visión que al político al que se vota.
Uno puede afirmar muy campanudo que un interrogatorio incisivo es un mal en sí mismo. Pero el resultado corre el riesgo hacer bueno el dicho popular sobre escupir al cielo. (Volverse como un bumerán, si prefieren una imagen que no aluda a los fluidos).
¿Se está en condiciones de garantizar para su posible sustituto un cuestionario tan amable como el que se exige al presidente actual? No está lejano el día en que la hemeroteca rebusque en las preguntas de los periodistas antes que en las respuestas de los políticos.
Quién nos lo iba a decir en los tiempos de la batalla contra el plasma y el "sin periodismo no hay democracia". En aquel entonces, que un dirigente se atreviese a exigir conocer las preguntas con antelación hubiera sido motivo de escándalo. Hoy vamos camino de normalizar que se dicten. "¡No preguntan por aquello que me permite lucirme en la respuesta!", reprochan airados. "¡Es intolerable!", remata la corte periodística. El grado de coordinación de todos ellos al compás del argumentario dejaría satisfecha a Anna Tarrés.
En marzo de 1988, Javier Gurruchaga parodió la manera en la que Victoria Prego entrevistaba a Felipe González. (Estas charlas llegaron a tener un espacio fijo en la parrilla). Hay quien lo considera el primer gag político de la televisión en España.
Gurruchaga hacía de Prego y Hervé Villechaize, un actor francés que medía 1,17 metros, de Felipe. La supuesta actitud maternal de la entrevistadora hacia el entrevistado se satirizaba mostrando cómo le subía en brazos a la mesa presidencial y le regalaba unos calcetines.
O sea, la televisión estatal de la época se burlaba de las entrevistas que se hacían en esa misma casa porque daban imagen de demasiado cómodas. Hoy lo que se reclama es que estos encuentros desprendan el tono que hace 35 años se denostaba.
Según reveló hace poco Gurrachaga, Felipe González le felicitó por la parodia.
Algo se acerca a gran velocidad. Parece tener forma de bumerán. Pero puede que sea un escupitajo.