Esta columna iba a hablar del gran fracaso de la izquierda naif y brilli brilli. De cómo Yolanda Díaz quiso ser muy de izquierdas sin parecerlo y no lo consiguió. Y de cómo la candidata gallega se equivocó al plantear una campaña electoral con un tono de voz cinco octavas por debajo de lo que es razonable y la plancha en la mano para defenderse del avance del fascismo.

Pero resulta que Sumar no ha vivido una mala noche electoral, sino que Yolanda Díaz ha aguantado el tipo razonablemente bien.

La líder de Sumar, Yolanda Díaz, comparece junto a los dirigentes de la coalición tras los resultados de las elecciones del 23-J.

La líder de Sumar, Yolanda Díaz, comparece junto a los dirigentes de la coalición tras los resultados de las elecciones del 23-J. Kiko Huesca EFE

En unas elecciones en las que la izquierda se había convencido por completo de que el voto útil era para el PSOE, los 31 escaños conseguidos son muy meritorios. Y en Cataluña es, ojo, la segunda fuerza más votada.

Díaz tenía una papeleta muy complicada y se jugaba su legitimidad como la sucesora de Podemos. Aunque no haya conseguido mantener los 35 escaños que el partido morado logró arrancar a las urnas en las anteriores elecciones generales, nadie esperaba que su coalición de izquierdas formada en el tiempo de descuento pudiera mantenerse con tanta dignidad.

Si a Pablo Iglesias le ha pasado como al resto de España y se ha fiado de las encuestas de Michavila como quien confía en el oráculo de Delfos, debía estar afilando los cuchillos ante lo que se había pronosticado como el hundimiento de la izquierda que él lideró en su momento.

Sin embargo, el espacio político de Podemos que colapsó en las autonómicas ha resucitado en estas generales gracias a la fuerza encabezada por Díaz. En fin, que Iglesias no era imprescindible y la izquierda radical de la que quiso ser mártir sigue viva sin él.

Y los que aseguraban que desahuciar a Irene Montero por la puerta de atrás iba a pasarle factura a Sumar ven ahora cómo Podemos se disuelve en la sonrisa permanente de Díaz.

Yolanda ha pasado por la lavadora al partido morado hasta que ha desteñido al rosa. Yolanda ha conseguido que España se crea sus palabras cuando dice que no viene a cambiar el mundo, sino a cuidarlo. Y es que ella no quiere ser Lenin, sino Rosalía.

Díaz ha cambiado la izquierda que venía a asaltar las instituciones por una izquierda motomami que no habla de castas, sino que pone los ojos en blanco ante las masculinidades poco deconstruidas.

Fundamentalmente, el éxito de Sumar ha consistido en conseguir que se juzgue a la izquierda radical por lo que dice que va a hacer y no por lo que ha hecho.

Sumar le ha dado al votante de Podemos la oportunidad de seguir votando lo mismo con otro envoltorio. Y a eso se ha aferrado el electorado morado al que el ligero cambio de color no le molesta. Será por aquello del estreno de Barbie.

La izquierda radical podrá decir ahora que el problema nunca ha sido su propuesta ideológica, sino cómo estaba contada. Ya lo dijo Díaz en su momento: "Hacemos cosas chulísimas, pero no sabemos comunicarlas".

Para estas generales, parece que sí que han sabido.

Dicho esto, las posibilidades de reeditar la coalición del 2019 no dejan de ser complicadas. Con una derecha fortalecida, la izquierda tendría que incluir a todo el arco nacionalista y separatista si quiere mantener sus opciones. Esto incluiría a Junts, con sus siete escaños. Y eso ya son palabras mayores.

No olvidemos que Junts es la derecha burguesa catalana a la que Ada Colau, una de las motomamis de Yolanda Díaz, vetó el acceso a la alcaldía de Barcelona.

Vienen días de vino y rosas para Sumar, pero a ver cuánto duran. Que los disfruten mientras puedan.