Dicen los cursis que votar es la fiesta de la democracia y quizá tengan razón, porque no hay quien levante a España de la cama después del domingo y del resacón. De una democracia dice más su separación de poderes que las colas que se forman para votar bajo el sol.
Pero ahora ya están todos votados y de vuelta a sus quehaceres. Ya han cumplido con la democracia hasta el año que viene o con suerte hasta dentro de cuatro. Y lo que pase por el medio no se podía saber: sea que el presidente coloca de fiscal general a un ministro, que elimine el delito de sedición o rebaje el de malversación.
Si el país queda ingobernable, como las mujeres que nos gustan, como la canción de C. Tangana ("no me vale, con mis buenas intenciones, no me vale con mis buenas acciones, a ella no le vale, con que le escriba canciones, ingobernable, el amor de mis amores"), que lo hubieran pensado mejor. Que no hubiesen convocado elecciones.
España es ingobernable y eso es lo que no entiende Feijóo. Pedro Sánchez lo comprendió mejor y va de fuego en fuego como si provocarlos para seguir en el poder contase para presumir de gestión. España es ingobernable y hoy quiere una cosa y mañana otra porque lo único que busca en realidad es que la dejen en paz. "Que no me quieras querer", porque para eso tendría que entenderme yo.
Este es el único análisis que cabe de las elecciones del domingo. No acertaron ni Tezanos, ni Michavila, ni la mayoría de los analistas, porque para ser capaz de predecir algo en España tendrían que hacer presidente del CIS a alguien que supiese de cabañuelas más que de sociología.
España es una adolescente que se va con el que tiene la moto o un Falcon, porque Feijóo (con sus gafas y su seriedad) le parece un tostón. España es rebelde y no está para que Yolanda, Ione e Irene le expliquen lo que es una mujer. Tampoco para el semblante marcial de Vos. Basta que a España las encuestas y los gurús de la columna le digan lo que debe votar para que salga en dirección contraria, aunque sea en malas compañías como un adolescente que no sabe adónde va.
Y como todo adolescente necesita un adulto que le salve de sí mismo, a España sólo le queda que se abstenga Feijóo.