Las desafortunadas consecuencias que en numerosos casos ha tenido la ley del 'sí es sí' no impiden constatar que, en una sociedad aún marcadamente machista como la española, resulta del todo necesario reivindicar el concepto del consentimiento expreso respecto a la relación sexual.
Esa noción, en apariencia tan evidente, continúa maltratada por un uso en ocasiones desmedido, otras borroso y a veces hasta irónico que este concepto ha soportado desde su origen.
Dani Alves, el exjugador de fútbol del F.C. Barcelona y de la selección brasileña, en sus manifestaciones durante el juicio en el que se enfrenta a doce años de prisión, afirmó que no tuvo que "insistir" para que su denunciante fuera al baño del reservado donde presuntamente se cometió la violación de la que le acusan.
Semejantes palabras resultan chocantes y conducen a preguntarse: si hubiera "tenido que insistir" ¿lo habría hecho?
Este tipo de argumentos refleja de algún modo el halo superioridad con el que a veces contemplan los acontecimientos algunos hombres. Ya no es fácil saber si lo han pensado antes o si, quizá, todo ese discurso se encuentra en su subconsciente y ellos son, también, víctimas de sí mismos y, más profundamente, de cómo una parte del entorno masculino aborda su relación con el femenino.
No, él no tuvo que insistir. Seguro que fue así, porque hasta la denunciante ha explicado que no sabía adónde conducía la puerta que finalmente atravesó aquella noche, esa que ha transformado su vida, y es imposible tenerle miedo a lo que no sabes que va a pasar.
Pero, desafortunadamente, algunos hombres de la invitación a un recinto vacío extraen la conclusión de que existe interés sexual mutuo. Sin embargo, obviamente no es así.
La invitada podía acudir a ese reservado sin ningún interés sexual. O, incluso, con alguno. Pero luego puede desaparecer tal como llegó, por el motivo que fuera. Y, una vez que eso sucede, no hay nada más que preguntarse.
La denunciante y el denunciado discrepan sobre si se besaron o no, como lo hacen sobre otros aspectos de lo sucedido el último 30 de diciembre. Para cada uno de ellos los acontecimientos se desarrollaron de una manera diferente, y dibujan encuentros distintos cuando evocan aquellos momentos.
Pero, en realidad, es lo mismo. Apenas es relevante si se besaron o no, como lo es casi todo excepto la presencia o ausencia de voluntad sexual por parte de ambos, en este caso por parte de ella.
Si lo es, es sólo para darle un contexto, del todo frágil, a la situación que ahora espera un desenlace judicial.
Por supuesto, ella, o cualquiera que no quiere consumar un encuentro social que deriva en sexual, puede retirarse de él en cualquier instante y esa decisión debe respetarse en su integridad y de forma automática e inminente.
Todo lo demás, si ella perreó con él o no, si llevó la iniciativa o no en el reservado, como asegura en ambos casos el futbolista, carece de trascendencia. Sólo importa si ella consistió o no, y si lo hizo en todo momento.
La ley de garantía de la libertad sexual que creó el Ministerio de Igualdad a partir del caso de La Manada ha supuesto la rebaja de la condena de cientos de condenados por delitos sexuales. En algunos casos, los delincuentes han sido liberados por la aplicación de esta ley.
Estas consecuencias indeseadas por la fusión del delito de abuso y de agresión sexual no alteran el fundamento primordial de esa legislación, que pone el acento en el consentimiento.
En todo caso, mientras se espera en las próximas semanas la condena o la absolución del brasileño, resulta asombroso comprobar cómo alguien puede dinamitar su vida, y también la de otra persona, en un solo instante o en 17 minutos, esos que sumó Alves con la mujer en el baño del reservado del Sutton.
También sorprende que, después de un año de cárcel preventiva, él, en su aparente defensa, considere importante, o tal vez determinante, que no tuviera que insistir a la mujer para que acudiera al cuarto de baño. Quizá algún día el futbolista comprenda la irrelevancia, y también la prepotencia, de semejante comentario.