No sé si fue en el autobús, cuando íbamos juntos a entrenar. Él se subía tres o cuatro paradas más tarde que yo. Nos hicimos amigos y charlábamos de las cosas de los catorce años: el cole, las chicas, el fútbol, la música.
O puede que fuera en casa, algunos meses después, cuando quedábamos para tocar la guitarra. No recuerdo el momento exacto, tampoco las palabras, pero sí mi sorpresa. Debió de impactarme mucho porque hoy, que quería escribir sobre las elecciones en Euskadi, es lo primero que me ha venido a la cabeza.
Mi amigo y yo hablábamos ese día de las asignaturas de Geografía e Historia. Suele ser muy típico entre chavales comparar las cosas que se estudian en uno y otro colegio. Además, resulta muy divertido porque uno siempre tiende a decirle al de enfrente: "¿Sólo dais eso? En el mío es mucho más difícil".
En aquel caso, tenía más morbo porque él iba a la ikastola y yo al colegio. Los contenidos, al ser idiomas distintos, se aparecían más diferentes.
–Pero, qué dices tío, ¿y os lo explican así? ¿Os dicen que Navarra no es España?
–Sí, sí. Nos dicen que es otro país.
–Pero... ¿cómo os lo dicen?
Yo ya sabía, con esos trece o catorce años, que en Navarra y Euskadi había un montón de gente que no se sentía española, que querían independizarse y ser solamente vascos. Sin embargo, el colegio era para mí como los sacerdotes para mi abuela. Lo que se decía en clase revestía una enorme credibilidad. Si lo decía un profe, ni se me pasaba por la cabeza que pudiera ser mentira.
Total, que sabía que había independentistas, pero no que en los colegios ya se empezara a hablar de eso. Tampoco imaginé que a los independentistas se les enseñara de niños. Supongo que creía, inocentemente, que ser independentista era como ser del Barça o del Madrid. Una intuición, una casualidad.
Mi amigo me explicó lo que para ellos, en la ikastola, era Euskal Herria. Las siete provincias vascas y todo eso. El "Estado español" enfrente.
No me salían los números.
–¿Siete? ¡Pero si sólo hay tres!
–No estás contando Navarra ni Francia.
Me explicó lo de Iparralde (el país vasco francés) y lo de Navarra: que Pamplona era para los independentistas vascos la capital de ese país de siete provincias. Para mí, esa Euskal Herria pamplonesa era como Macondo, pero a ellos se la colocaban en la pizarra. Joder, ¿y en qué librerías comprarían esos mapas? Las había.
Mi amigo era un tanto particular porque no era independentista, siquiera nacionalista. Imagino que en su casa le decían que eso de las siete provincias no era así porque él no se lo creía. Me encantaba hablar con él porque me enseñaba la geografía de la ciencia ficción que hoy me ayuda a entender los resultados de las elecciones.
Algunas veces, más mayor, fui a una fiesta con mi amigo y sus compañeros de ikastola. Yo ya tenía algo de periodista pesado dentro, pero no me atreví a plantear las diferencias curriculares. A mí, que iba a las monjas del Sagrado Corazón, todo eso me parecía fascinante. Como una película.
También recuerdo haber comentado con él la detención de algunos profesores de ikastola por colaborar con ETA. Me decía... "¿sabes Fulano? Ese le daba clase a mi colega Mengano". No pasó una sola vez. Ocurrió por lo menos un par. Yo iba atando cabos.
ETA todavía mataba, pero mi amigo y yo formábamos parte de una generación que, en su gran mayoría, veía los asesinatos como algo abominable. Habíamos nacido en Democracia, no habíamos coqueteado con las revoluciones. No obstante, lo que a ellos les contaban en la ikastola no tenía mucho que ver con lo que me decían a mí en el colegio si salía el tema.
También debo decir, para constatar mi asombro, que nunca se nos habló demasiado sobre ETA en clase. Y me temo que hoy tampoco se les cuenta a los que calzan los trece o catorce años.
Pero vuelvo a mi amigo. La lluvia fina que caía sobre ellos era más o menos esta: ETA fue una banda armada que nació contra Franco el dictador, lo que no era una disculpa, sino un mérito. Después, en democracia, hubo una guerra entre el Estado y ETA. Todos cometieron fallos, todos cometieron errores. Matar estaba mal, pero era una guerra y en las guerras se mata.
Gracias a mi amigo, puedo decir que nunca me ha sorprendido nada de lo que hemos ido viviendo desde entonces. Si yo hubiera ido a la ikastola, sería casi seguro votante de EH Bildu. Y desde luego me sentiría ciudadano de una nación llamada Euskal Herria que no existe por culpa de una injusticia milenaria y administrativa.
En Euskadi, a siete de cada diez (y a veces me parecen pocos) no les importa lo que sucede más allá de sus fronteras. Ven lo que ocurre en España (salvo si se trata de algo relacionado con su país) con la misma perspectiva con la que nosotros vemos lo que pasa en París.
Me lo dijo una vez Javier Clemente, que puede ser un buen prototipo del vasco: "¿A nosotros qué coño nos importa si hacen una obra en una carretera de Granada?".
Es la educación y no tiene remedio. Euskadi viene funcionando como un país desde hace décadas. Basta con pasearlo, con conocerlo. No proponen referendos porque no los necesitan. No sienten, como los independentistas catalanes, esa "opresión". Ellos ya viven en un país propio.
Saben que, poco a poco, sus políticos se ocupan de ir consiguiendo "competencias". Euskadi es un país que acaba de inaugurar una alternancia similar a la que había en la España antes de la "nueva política": la izquierda (EH Bildu) y la derecha (PNV) se turnarán.
Podemos llevarnos las manos a la cabeza, se nos pueden revolver las tripas por la banalización del terrorismo. Y no servirá de nada. No hay vuelta atrás. La desconexión tiene la misma edad que la democracia.
Podemos llevarnos las manos a la cabeza. Yo ya lo hice aquel día, charlando con mi amigo, cuando me dibujó en un mapa las siete provincias de Euskal Herria.
Bizkaia, Gipuzkoa, Araba, Nafarroa, Lapurdi, Behe Nafarroa y Zuberoa.