El número 15 de la calle de Churruca, en Madrid, está al lado de todo lo bueno: el vermú, los amigos, los días de sol, las noches de trueno. Es curioso, pero muchas veces pienso que de camino a las cosas que más me gustan paso por el 15 de Churruca.

En ese tránsito del negocio al ocio, de la obligación al placer, a veces alzo la mirada y me acuerdo de que ahí está la placa: "Aquí vivió y murió Manuel Machado". Entonces, me pongo a pensar en la cuchillada que el destino le pegó a aquel hombre.

Cuando llego a la cerveza con amigos, al aperitivo, ¡a lo que sea!, acabo por concluir que los paseos 'placer a través' por Churruca son el silencioso ajuste de cuentas de Manuel con la historia. Sin saber por qué, al pasar frente al portón del 15, disfrutamos, reímos a carcajadas como él lo hizo hasta 1936.

Siendo un chaval, cuando lo leí por primera vez, tenía incluso miedo de reivindicarlo. Porque Manuel era "un fascista", "un franquista", y había que leer a Antonio, que era mejor poeta y moralmente impecable.

Antonio, ciertamente, era mejor poeta, pero se lo pasaba mucho mejor Manuel. Y, como cuando cruzo Churruca voy a pasármelo bien, me obligo a pensar en los versos de Manuel, en las fiestas de Manuel, en la risa de Manuel, en el París de Manuel, en todas esas veces que lo llamaron "Manoló" por lo juerguista que era.

Me obligo a pensar en el Manuel brillante y risueño de antes de la guerra, y no sólo en el agujero negro donde lo encerró el azar.

En mi último paseo por Churruca, no sólo he pensado. También he empezado a escribir esta columna. Porque se ha muerto Manuel Álvarez Machado, el sobrino-nieto de los dos poetas, que dedicó su vida a ordenar papeles, a publicarlos y a atender con un cariño "machadiano" a todo chaval que se le acercaba a preguntarle por sus tíos.

Manuel Álvarez Machado era nieto de Francisco, otro de los hermanos, que fue funcionario de prisiones. Llevaba nuestro Manuel el nombre del poeta olvidado y llevaba su madre, Leonor, el nombre de la esposa muerta de Antonio. Como si el nombre, "Manuel", le pesara, dedicó su vida mucho más a Manuel que a Antonio.

El razonamiento era elemental. La vida de Antonio estaba bastante bien contada, aunque hubiera sido utilizada políticamente hasta la saciedad. Sus libros se editan, se estudian en los colegios y se alaban sus pasos en el momento de la guerra. Manuel Álvarez no ponía, como es lógico, ninguna pega a eso, aunque le molestara lo de la política. Pero sentía una deuda con su tío olvidado. Se colocaba de lado del más débil.

Manuel Machado (izq.) y Antonio Machado

Manuel Machado (izq.) y Antonio Machado

Es curiosa la paradoja de los hermanos Machado. En vida, por la mala salud y la muerte en el exilio, Antonio fue mucho más débil. En la muerte, en cambio, Antonio es invencible y Manuel terriblemente débil. Dos injusticias. Una en la vida y otra en la muerte. ¿Cuál es peor? Para ti, para mí, la primera.

Pero ¿y para un poeta que sueña con la posteridad?

Manuel Álvarez fue abogado. Conforme se fue acercando a la jubilación, dedicó su vida entera a divulgar con los medios que tenía, que no eran muchos, la biografía de la familia Machado.

Escribo estas líneas porque de las cosas que decía aprendí mucho. Gracias a Manuel Álvarez, reivindico a Manuel Machado todo lo que puedo. Lo cito, además, provocadoramente cuando alguien habla de Antonio. A veces llego incluso a utilizar la broma de Borges cuando se habla a secas de "Machado": "¿Es que Manuel tuvo un hermano?".

La historia que repetía Manuel Álvarez en todos los foros a los que le invitaban es la que intento reconstruir ahora en esta tarde de sol en Churruca, que es un poco más triste porque se ha muerto el sobrino Manuel y es como si se hubiera vuelto a morir un poco el tío Manuel. Es también la historia que está recogida en los libros de Álvarez Machado, todos ellos publicados por Ediciones Rilke.

Era 12 de julio de 1936 en este portón verde de madera, que debía de tener el mismo aspecto que ahora. También los balcones de barandilla negra y el edificio de ladrillo. En Churruca se pueden hacer series porque la calle no necesita apenas disfraz para viajar al pasado. Por este portón verde, aquel mediodía de sol, fueron entrando los hermanos Machado con sus mujeres. Fue la última vez que estuvieron todos juntos.

En aquella comida (explicaba Manuel, el sobrino), su tío Manuel y su tía Eulalia contaron que se iban a Burgos, como cada año, a ver a la hermana monja de Eulalia para felicitarle el santo, que vivía allí en un convento. Era domingo y tenían pensado marcharse el miércoles.

Antonio y los demás hermanos intentaron disuadir a Manuel: "Oye, ¿por qué no suspendes el viaje? Está la cosa muy peligrosa. Cada vez hay más rumores de golpe militar".

Pero Manuel se fue a Burgos. La prueba de que el golpe, por mucho que se mentara, no se daba por hecho. La guerra fue evitable hasta el final. El hijo mayor del general Miaja, por ejemplo, viajó también a Burgos el día 16. Pasó toda la guerra encarcelado. Ni su padre, que sería el ídolo militar de los republicanos, lo dio por sentado.

Esa noche, la del 12, pistoleros de derechas asesinaron al teniente Castillo, muy próximo a los socialistas. Primer tambor de guerra.

Al día siguiente, los papeles se invirtieron. Calvo Sotelo, diputado de derechas, fue asesinado por pistoleros de izquierdas. Segundo tambor de guerra. Ninguno de los dos sucesos disuadió a Manuel de su viaje.

Contaba Manuel Álvarez lo interesante que sería conocer cómo fueron las conversaciones entre los hermanos Machado los días posteriores a esa comida. Hay constancia de que se vieron el 12 al mediodía; y no la hay de que se vieran el 13 y el 14. Pero es probable que ocurriera, que hablaran por teléfono, que tomaran café, que se mostraran textos, que volvieran a tener la misma conversación: "Manuel, no vayas".

Antonio y Manuel, según Google Maps, vivían a doce minutos andando el uno del otro. De Churruca, 15 a General Arrando, 4. Doce minutos.

Antonio Machado, en sus años de juventud.

Antonio Machado, en sus años de juventud.

Contaba Manuel Álvarez que su tío se fue, sobre todo, urgido por su mujer. Eulalia no creyó los nubarrones para tanto y le apremió a marchar. El matrimonio llegó a Burgos y se instaló en la Pensión Filomena, donde estaban alojados Marcial Lalanda y Manuel Bienvenida. Era un lugar de cierto aire torero.

Al día siguiente, fueron al convento a ver a la hermana monja de Eulalia. El 17 de julio, los rumores de golpe eran cada vez más intensos. El 18, en algunas radios, se contaba sin tapujos que el golpe había empezado. Manuel tuvo miedo. En este punto empezaba a enfatizar su sobrino. Manuel tuvo miedo porque era firmemente republicano, algo de izquierdas, y en Burgos prosperó el golpe contra la República. De hecho, Manuel había abanderado varias huelgas en los periódicos donde trabajó y por tal motivo fue despedido de uno de ellos.

Corrieron a la estación de tren. No pudieron salir hacia Madrid. De regreso a la pensión, Manuel fue detenido. Lo liberaron rápidamente gracias a la intercesión de la madre superiora del convento donde vivía su cuñada. A partir de ahí, decidió pasar desapercibido, pero no se le dio demasiado bien. Mes y medio más tarde, una periodista francesa lo convenció para hacerle una entrevista. Los periodistas siempre lo jodemos todo.

Le preguntó nuestra colega por la guerra y Manuel (un tanto irónico, según su sobrino) dijo que el golpe parecía una carlistada y que podía durar siete años, como la primera de las asonadas del XIX. Al leerlo, otro periodista publicó en ABC, desde Francia, que "el periodista republicano Manuel Machado" andaba por Burgos, capital del bando sublevado, poco menos que burlándose del golpe. Fueron a detener a Manuel. Los periodistas lo jodemos todo.

Esta vez lo salvaron José María Pemán y Eugenio d'Ors. Decía Manuel Álvarez que su tío tomó verdadera conciencia cuando le explicaron que, por las mañanas, aparecían fusilados en las tapias muchos hombres, y no sólo los muy implicados políticamente. Manuel Machado fue liberado el 1 de octubre. Aconsejado por sus amigos, se presentó en la Dirección de Prensa y Propaganda para poner su pluma a las órdenes de Franco.

Contaba Manuel Álvarez que para su tío también fue clave el incidente de Miguel de Unamuno en Salamanca con Millán Astray. Tras el mitificado "venceréis pero no convenceréis", el venerable rector murió aparentemente de viejo, pero acabó encerrado en su casa, en prisión domiciliaria, custodiado por falangistas. "Si hasta don Miguel muere de esa manera…", debió de pensar Manuel.

Franco sabía que su causa estaba muy desprestigiada desde el punto de vista cultural, sobre todo después del fusilamiento de Lorca. Pronto vieron en Manuel, que empezaba a escribir para salvarse, la posibilidad de levantar una leyenda a la altura de la de Antonio. De hecho, lo hicieron académico de la nueva RAE en una ceremonia celebrada en la San Sebastián "liberada".

Contaba más cosas Manuel Álvarez, dolido por que todo esto no se estudiara en los colegios y no estuviera en eso que podríamos llamar "cultura popular". Manuel Álvarez guardaba como oro en paño los manuscritos donde su tío confesó cómo algunos de sus textos más beligerantes fueron escritos por otros… y firmados por él. Con y sin su consentimiento. Años más tarde, en el Madrid de la posguerra, a la censura se le coló un artículo de Manuel en ABC hablando de los "asesinos" en el bando de Franco.

En febrero de 1939, apareció en Burgos un cartero. "Antonio Machado ha muerto en Francia". Manuel se quedó lívido. Ni siquiera sabía que su hermano se había ido al exilio. Valiéndose de su posición, consiguió un salvoconducto y viajó a Hendaya, en la frontera. Desde allí, llamó a sus amigos en París. Le dijeron que su madre también había muerto. Imagino a Manuel perdiendo la fuerza en las piernas, con el teléfono colgando.

Seguro que se acordó de aquel 12 de julio al mediodía en la calle de Churruca. De aquel día de sol en que fueron a comer todos juntos. De aquel día de rumores extraños, donde la vida se seguía escribiendo y la guerra, por inevitable que algunos hoy la dibujen, era sólo una pesadilla. Manuel, que prostituía su pluma para sobrevivir, había perdido a su hermano y a su madre.

No se trata de emparentar los sufrimientos. Algunos podrían pensar: "¡Peor fue el sufrimiento de Antonio! ¡Huyó de aquella manera y se murió devastado!". Antonio y Manuel, probablemente, nunca habrían hecho ese ejercicio de comparación. Cuando Manuel quedó atrapado en Burgos, al comienzo de la guerra, Ana, la madre, le preguntaba a Antonio: "¿Y cómo estará Manuel?". Antonio le contestaba: "Es listo, se las apañará para torear". En eso estaba Manuel cuando la tragedia: toreando, sobreviviendo.

El cadáver del poeta Antonio Machado.

El cadáver del poeta Antonio Machado.

La historia transmitida de generación en generación nos había dicho (nos sigue diciendo) que José, velando el cuerpo de Antonio, insultó a su hermano Manuel al grito de fascista cuando apareció. Nuestro Manuel Álvarez guardaba una anécdota como un diamante y con ella desmontaba el mito de la familia dividida por las ideas: "José entregó a Manuel el último bastón de Antonio".

Manuel quiso que José y Joaquín regresaran a España. Soñaba con volver a atravesar el portón verde con los que quedaban, aunque no estuvieran todos. Sin Antonio, sin la madre, pero juntos. En la embajada española en Francia les recomendaron el exilio. Y Manuel (contaba el sobrino) ayudó a sus hermanos a financiarse para que viajaran a Chile. Después, volvió a Madrid.

Todas estas cosas las contaba Manuel Álvarez con la reiteración de un iluminado. Las contaba todavía con más fuerza si el que se acercaba era un chaval de barro, todavía por hacer. Pero ¿cómo se iban a llevar mal Manuel y sus hermanos exiliados si en la sepultura de Manuel acabaron enterradas la mujer y la hija de José? "¡Si José le regaló el bastón de Antonio a Manuel!". Este mismo detalle se lo reveló a Pérez Azaústre, que escribió una novela imprescindible, Mi querido hermano (Galaxia Gutenberg), para comprender esta peripecia.

No se trata de reescribir a Manuel Machado, que quizá fuera verdaderamente más conservador que Antonio. No se trata de librarlo de toda responsabilidad en las cosas que dijo y escribió. Qué va, no se trata de eso. Se trata, simplemente, de sacar aquel 12 de julio de 1936 de una horma maniquea en la que no cabe.

Es un día de sol en la calle de Churruca. He quedado para beber cerveza. Brindaré por Manuel, por Antonio. Estoy seguro de que, de haber ocurrido al revés, de haber estado Antonio en Burgos y Manuel en Madrid, las cosas habrían sucedido de la misma manera. Manuel vivió torturado el resto de su vida. Ojalá encontrara consuelo y se convenciese de que Antonio comprendió lo que hizo.

Manuel Machado fue un poeta que, como la gran mayoría de españoles entonces, no quiso entregar su vida por una idea. Manuel hizo lo que habríamos hecho también la mayoría hoy: sobrevivir.

Es un día de sol en la calle de Churruca. He quedado para beber cerveza. Brindaré, sobre todo, por Manuel Álvarez Machado, que fue el bastón de la memoria en el que nos apoyamos todos los chavales que quisimos. Era Manuel Álvarez Machado quien tenía en sus manos, aunque fuera metafóricamente, ese bastón que José le regaló a Manuel. El bastón de la memoria, la verdad… y el desconsuelo.