El acechante expansionismo ruso empuja a Europa a una carrera armamentística que está forzando una revisión de la mentalidad antimilitarista triunfante en el Continente, instalado tras el "fin de la historia" en la bucólica placidez de la paz perpetua.

En Lituania y Estonia se ha recuperado el servicio militar obligatorio. El debate sobre el regreso de la mili se ha abierto también en Reino Unido, y Alemania proyecta un servicio militar voluntario.

Curiosamente, el gobierno alemán estima que al menos un tercio de los jóvenes estaría interesado en recibir formación militar. Brotan cada vez más partidarios de lo que para la mayoría de los oídos contemporáneos había sonado hasta ahora como un atavismo dictatorial felizmente extinto.

Desfile de Reconstrucción Comunista, la organización liderada por Roberto Vaquero, durante el 14 de abril de 2021.

Desfile de Reconstrucción Comunista, la organización liderada por Roberto Vaquero, durante el 14 de abril de 2021. Efe

Una sucinta indagación sociológica permite postular que la apertura de muchos jóvenes a la idea del servicio militar excede la motivación puramente contextual de la respuesta a la renacida amenaza de la guerra mundial.

En los últimos tiempos se ha levantado acta de fenómenos sociales que transparentan actitudes afines a las que animan el respaldo a la mili. Los principios de la jerarquía y la obediencia vuelven a resultar apetecibles para muchos jóvenes desprovistos de una dirección espiritual. El alistamiento y la militancia en pos de una causa colectiva se aparecen como un horizonte de sentido para quienes han sido condenados por el individualismo delicuescente a carecer de una comunidad de pertenencia.

La deriva hacia la anomia moral que ha producido el nihilismo consumista y hedonista ha actuado como péndulo que ha hecho revalorizar la disciplina y el autodominio. Los malestares anímicos producidos en gran medida por el desorden de las costumbres han traído una conciencia de la necesidad de hábitos saludables y de una conducta virtuosa y reglada —y también de que alguien nos ponga firmes.

Ahí está el estafador Amadeo Llados, que ha logrado convertir a una legión de corifeos a la práctica de los madrugones, las duchas con agua fría y el ejercicio físico. Son evidentes las resonancias militares en su forma marcial y desabrida de instruir a sus seguidores, que ejecutan a su son sesiones coordinadas de flexiones y reproducen punto por punto su doctrina de crecimiento personal.

Una estampa similar puede encontrarse, aunque bajo una ideología opuesta, en los Campamentos de la Juventud Marxista-Leninista organizados por el streamer estalinista Roberto Vaquero, partidario también de la recuperación de la mili. En estos campamentos, escuadrones de jóvenes rapados desfilan en formación portando banderas comunistas y hacen igualmente burpees en grupo para desarrollar una "cultura militante de la disciplina y el sacrificio".

Por repudiables que puedan ser las formas que adopten estos anhelos inconfesados de reconocer una autoridad ordenadora, es comprensible que proliferen entre los que han recibido su educación sentimental en el mundo del desarraigo virtual. ¿Cómo no van a quedar íntimamente insatisfechos los hijos de la civilización del sedentarismo insalubre, cebada por un flujo de descargas inmediatas de placeres alienantes suministrados por las redes sociales, la pornografía, las drogas o la comida rápida?

Asistimos a una evolución de la condescendiente autoayuda del coach al intransigente adiestramiento del sargento, de la afable terapia del psicólogo para lidiar con la desnudez de una existencia insignificante a la purificación para una vida consagrada.

Porque no sólo carácter militar, sino también religioso reviste esta cultura del fitness y el ayuno intermitente, pálido reflejo de las penitencias cuaresmales. De hecho, podría decirse que la actual seducción del reclutamiento remite a la figura de las órdenes militares de la época de las Cruzadas (curiosamente, Roberto Vaquero viajó con un pequeño destacamento a Siria para combatir al Estado Islámico).

Las órdenes militares, "la más pura encarnación del espíritu medieval" según el historiador Johan Huizinga, representaban la "unión del ideal monástico con el caballeresco". ¿No encontramos esta misma conjugación de ascetismo y espíritu guerrero, de "una noble fantasía de perfección viril y esforzada aspiración a una vida ideal" en sectas como las de Llados?

¿No hay entre los disciplinados muchachos del Frente Obrero algo de este ideal caballeresco, de esta "salida del estrecho egoísmo a la excitación del peligro de muerte, la honda emoción por la valentía del camarada, la alegría de la lealtad y de la abnegación"?

Es la causa, eso sí, lo que determina la vocación de encuadramiento, ya sea la lucha contra el abandono del rigor organizativo por parte de la izquierda contemporánea o la cruzada contra la flaqueza de los "panzas mileuristas". Y pese a la propaganda grandilocuente que retrata la guerra de Ucrania como la arena en la que está en litigio la libertad democrática occidental y el despotismo oriental de las autocracias, es dudoso que los jóvenes europeos estuvieran dispuestos a morir en el frente para defender el coche eléctrico, el Estado de derecho o la bandera LGTBI.