Érase una vez una familia. Un padre y una madre con dos hijos. Un hombre y una mujer de clase obrera nacidos a finales de los años 50. Su trabajo les sirvió para tener un piso en propiedad y una segunda residencia en la playa, y para que sus dos hijos pudieran cursar estudios universitarios.

Sus hijos, académica y profesionalmente preparados, no llegan a final de mes y completan sus sueldos con la ayuda de las pensiones de sus padres.

Pero no se preocupen por la precarización de las condiciones laborales de los jóvenes, porque la vicepresidenta del Gobierno María Jesús Montero ha dicho que somos "clase media".

Una nueva operación de sustituir realidad por relato que insulta a la inteligencia y a los millones de jóvenes que ni podemos soñar con las certidumbres laborales que tenían nuestros padres. Pagamos el alquiler a duras penas. No podemos comprar una casa. Posponemos hasta a saber cuándo tener una familia. La capacidad de ahorro ni existe ni se la espera.

Pero somos clase media por disponer de un SMI de miseria.

Vivimos en una sociedad enferma. Sin pan, ni techo, ni trabajo, pero resignada. Inmersa en una cultura posmoderna individualista que lo justifica. Pero silente, porque repudiar esa cultura posmoderna es reaccionaria nostalgia.

Porque no sólo se han degradado las condiciones materiales de la clase trabajadora, sino también los valores culturales y morales. Para la cultura posmoderna no existen los hechos. Quienes desde esas coordenadas ideológicas llaman negacionistas a quienes critican determinadas políticas son los mayores negacionistas: negacionistas de la realidad.

Que los jóvenes tengamos que vivir míseramente en una habitación de un piso compartido con gente desconocida no es pobreza, es coliving. Emigrar para buscarse la vida, espíritu aventurero. Los hijos son los perros.

En esta esquizofrenia cultural vivimos. Esta es una enfermedad social diseñada por la izquierda posmoderna hegemónica, pero que sirve a la derecha neoliberal que afirma que "la sociedad no existe" (Margaret Thatcher) porque pretende sociedades divididas en grupúsculos atomizados, compuestas por individuos desarraigados y solitarios que no defiendan patria ni clase.

Las familias, sin las que tantos jóvenes hoy estarían viviendo en la calle, también parecen ser un problema para la hegemonía cultural desquiciada. Ante la imposibilidad de formarlas, nos bombardean con opciones alternativas: poliamor, sustituir hijos por mascotas y considerar como "liberación femenina" que las mujeres escojamos trabajo antes que familia. 

La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en el Congreso de los Diputados.

La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en el Congreso de los Diputados. Eduardo Parra Europa Press

La liberación, con el acceso al mercado laboral que tenemos hoy, sería no tener que renunciar a formar una familia.

Mención aparte merece la filfa del poliamor por ser tan fiel expresión de la degradación moral anunciada. No es suficiente con la precariedad en el plano laboral y el económico. También hay que trasladarla a lo afectivo-emocional y a lo moral.

De nuevo, la posmodernidad sirve a la conformación de sujetos atomizados. Porque el poliamor, la búsqueda compulsiva y enfermiza del goce individual a través de relaciones sexuales esporádicas, o el abandono de una relación a la primera dificultad, son la expresión cultural y moral del neoliberalismo. Una nueva religión consumista posmoderna que consigue desproveer a la sexualidad de su dimensión ética y que promueve el rechazo a las relaciones de amor sanas, comprometidas y duraderas que pueden conformar familias.

En esta batalla cultural anda enfangada la clase política. Una batalla cultural que hay que dar. Pero no para posicionarnos en un bando, sino para denunciar como unos ocultan o disfrazan la realidad con la chatarra ideológica de la cosmovisión posmoderna, y otros lo confrontan ideológicamente, pero sin ofrecer alternativas prácticas y materiales que sirvan a la clase trabajadora.

Un ejemplo. España tiene la tasa de desempleo juvenil más alta de la OCDE. Y no me sirven las soluciones liberales que flexibilizan el mercado en beneficio de los de siempre, ni los relatos mentirosos de una izquierda que lo esconde llamándonos "clase media".

Tampoco sirven sus soluciones. Por la inmigración masiva aboga la ministra Sáiz defendiendo que son necesarios de "200 a 250.000 migrantes al año hasta 2050 para sostener el Estado del bienestar".

Incapaces de sostener a la clase trabajadora española, con un 28,36% de jóvenes en paro, hacen falta cientos de miles de inmigrantes a los que imponerles condiciones laborales aún más degradantes.

Los problemas derivados de la inmigración masiva y la mejora del acceso y las condiciones de trabajo ni los contemplan, porque a ellos no les afectan. La inmigración es otro de esos temas sobre los que prima el relato en detrimento de la realidad y la prudencia política.

"La clase media", "el ascensor social"… Todas esas concesiones de las socialdemocracias capitalistas, que efectivamente mejoraron nuestras vidas, pero que también servían a la contención de la lucha obrera, se han quedado en espejismos.

Hoy sirven a esta contención la negación de la realidad y relatos como los explicados. Sociedad silente y gentes autodenominadas de izquierdas resignadas "porque al menos no gobierna la derecha".

Érase una vez una familia que podía vivir dignamente. Y érase una vez la clase media. Hoy son niños y niñas pobres a los que les darán de comer relato.