La de anoche fue una noche para la ira.
Los mafiosos de Junts, lo más facha que se recuerda en España, tumbaron al final de la tarde la ley de alquiler temporal a pesar de haber anunciado que se iban a abstener.
Me pregunto qué dirán ahora todos esos niños de izquierdas tan necios y cándidos que coquetearon con el independentismo y sus mieles.
Decían que si no apoyábamos la emancipación de Cataluña los carcas éramos nosotros: pecábamos de un centralismo enfermo, por lo visto. Decían no sé qué de la soberanía de los pueblos y de la pasión cultural de la peña y del castellano como lengua invasora y de lo catetazos que éramos los andaluces y otras fantasmadas antisolidarias.
¡Chicos, fuisteis puigdemontizados! Quizás ahora lo ven, ¿o tampoco? Esta es su gente, Estos son sus defendidos, unos traidores históricos. Siempre fueron no más que la enjuagada voz del patrón.
Cuánto mejor no gobernar que gobernar bajo esta humillación que gotea como un grifo mal cerrado.
Es una época para la ira.
Ser joven hoy significa no tener casa ni nadie en quien confiar. Significa habitar la hostilidad. El nihilismo. El descreimiento. La ironía trágica. La ternura renqueante. Significa, a menudo, no tener intimidad ni un cuadro colgado en la pared. Significa ser débil y estar de paso. Significa ser despojado de la más levísima y hermosa joya: guardar un secreto. Significa ser visto y constantemente juzgado y sentirse culposo y estar desnudo. Significa dificultad para permanecer, que es sinónimo de dificultad para ser amado. Significa no poder crear nada: ni simpatía con el vecino, ni un código silente con el camarero del bar favorito del barrio.
Significa estar cada vez más solo, aun paradójicamente rodeado de gente. Gente hacinada con la que compartes piso, gente a la que quizá un día amaste y ahora odias y de la que no tienes siquiera posibilidad de huir (te han obligado a despreciarles por no tener un duro para despedirte dignamente y marcharte; te han secuestrado con ellos, ellos están secuestrados contigo, todos sulfatáis esa tortura).
O gente desconocida que vive en el cuarto de al lado y que nunca te mira. Para ellos eres una cifra de rostro desdibujado. Alguna vez se topan contigo en el umbral del baño. El pasillo es tan estrecho que les cuesta mucho no mirarte ni una sola vez a los ojos. Paga lo tuyo, para eso estás. Para soportaros en este equilibrio amenazante, como de tambor sordo.
Es una vida para la ira.
El Gobierno "más de izquierdas" de nuestra democracia nos dijo que nos echaría un cable, que estábamos salvados, que menos mal que por fin estaban ellos aquí. Algunos eran buenos chicos tibios, socialdemócratas y feministas, o algo así dijeron, y pusieron a un puñado de ministras. Guay.
Otros fueron antes chavales mosqueados como nosotros mismos, antes hicieron escraches y evidenciaron la corrupción del PP y dijeron tener "tradición revolucionaria" (que a ver qué es eso, pero bueno).
Gastaban un buen palique. Resultaron sexis sólo un rato. Van seis años con estos despojos clavaditos en el establishment y estamos ahogados. O no tenían ni idea de qué hacer con lo esencial, o no han sabido, o no han querido hacerlo, qué importa ya, son cómicos terribles, son payasos sin honor de oficio. Preferiríamos que nos pisase el cuello un cacique más obvio. Esta cosa sibilina es más irritante. Nos pone más fogosos. Nos da ideas más encendidas.
Están preocupados quitándonos las sillas de plástico de Mahou para que los bebés no tengan ideaciones alcohólicas al verlas. Están arrancándonos los cigarros de la boca en las terrazas y diciéndoles a los currantes amargados que se compren un coche diésel, hombre, que no tienen vergüenza, y que no se coman un bocata de panceta en la obra porque hay que renunciar a la carne y masticar alpiste y cuidar a las gallinas para que no sean violadas (pero a los hombres que violan les rebajan las penas de cárcel y les invitan a salir antes a la calle). Están llamando a las mujeres "seres menstruantes".
Están haciendo de todo, abordando cualquier ocurrencia menos la que de verdad nos ocupa.
Cómo será el cachondeo que hasta a Pepa Bueno se le ha quedado cara de otra escuchando las sandeces de Yolanda Díaz en una entrevista en vídeo en El País. Dice la vicepresidenta que ella no puede hacer nada con el tema de alquiler: ya lo siente. Las competencias son autonómicas, ¡lástima, hombre, estuvo cerca!
"La llave para mejorar la vida de la gente la tiene el Partido Popular", apunta la número dos de Españísima. Descacharrante. Todo esto después de una vida diciéndonos que lo que mola es el Estado federal. Pero ¿qué sucede? ¿Es que ya no es tan buena idea eso?
Este verano, en conversación con el alcalde de Málaga, Paco de la Torre, me decía lo contrario. Que se necesita el apoyo del Gobierno para mover algo. ¿De qué va esto? ¿Nos han visto cara de tontos unos y otros? ¿No les abochorna su ineficacia?
Nos preguntamos, al cabo, dónde se canjea toda esta rabia. De qué valen los votos a estos o a aquellos. De qué vale nada. Se van a pasar la pelota mientras les miramos con pavor, al PSOE y al PP. Primero confundidos. Ahora, cada vez más histéricos.
Dice mi amiga y filósofa Margot Rot que el gran tema del siglo no es el deseo, sino la agencia. ¿Qué podemos hacer? ¿Es que podemos hacer algo? ¿Tenemos alguna influencia sobre lo que sucede, o sólo pasa lo que tiene que pasar mientras unos trileros de distinto signo (sólo aparentemente) nos convencen de que hacen algo y todos nos hacemos viejos?
Aún no tengo respuesta a eso. Pero la amenaza es que ya hemos empezado a pensar.