Cada vez que escucho hablar de New Hampshire, no puedo evitar acordarme de Jed Bartlet, el icónico presidente de la serie El ala oeste de la Casa Blanca, interpretado por Martin Sheen.

Gobernador de ese Estado antes de ser elegido presidente, en nuestro imaginario han quedado muchas cosas. Pero yo recuerdo especialmente la rotundidad de su fiel Leo argumentando: let Bartlet be Bartlet. "Dejad que Bartlet sea Bartlet".

Dejad que sea él mismo.

Un seguidor de Trump celebra su victoria, este miércoles.

Un seguidor de Trump celebra su victoria, este miércoles. Reuters

Ayer, 5 de noviembre de 2024, de nuevo la pequeña aldea de Dixville Notch, New Hampshire, fue la primera de todo Estados Unidos en dar los resultados electorales definitivos y, también, en dejar a Trump ser Trump y a Harris ser Harris.

La desnudez del voto de los seis habitantes de Dixville Notch (tres votos a Donald Trump, tres votos a Kamala Harris) constataba la evidencia de un país partido por el eje, chuscamente por la mitad.

Un fiel reflejo del sentido que venía marcando la campaña más ajustada de la historia.

Pero tamaña equidad salomónica hacía pensar en que podía tratarse de un error sistémico en los sondeos y estimaciones. En un escenario tan ajustado, las diferencias más pequeñas (en voto de mujeres, jóvenes, latinos, afroamericanos, mayores de 65 años, campo o ciudad) podían alterar radicalmente el resultado final.

Y así ha sido. Y no por un puñado de votos: al menos cinco millones de diferencia legitiman doblemente la victoria del candidato republicano. No sólo gana en votos electorales, sino también en voto popular.

Además, recupera la mayoría en el Senado y muy probablemente el control de la Cámara de Representantes. El control absoluto de Pennsylvania Avenue.

Biden ya ni siquiera podrá tomar alguna decisión importante, especialmente en política exterior.

Todo el poder para quien ama el poder, aunque ya sabemos cómo lo usa. Incluso cuando el que quiere ocuparlo ha sido juzgado y condenado, la voluntad popular le pide que regrese. Será el primer presidente en cumplir dos mandatos no consecutivos desde Grover Cleveland en 1892, y sólo el segundo en la historia.

Aunque oficialmente el recuento aún no está cerrado, los efímeramente famosos siete estados clave o bisagra, aquellos en los que Biden ganó hace cuatro años, han sido para Trump. Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Michigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin.

Cuando la cadena CNN dio a Trump como presidente electo tras el cierre de Pensilvania, el cansancio, la tristeza, la decepción y el desánimo entre los demócratas resonaron con estrépito. Kamala Harris ha decidido, de momento, no hablar.

Estados Unidos sigue teniendo pendiente su asignatura de una mujer presidenta. Harris ha sido una candidata exprés con poco más de tres meses de campaña, fruto de una operación de agónica sustitución de Biden, muy profesional pero muy apurada. Kamala tenía que ser, y ha sido a la vez, la alternativa a Trump y la continuidad de Biden. Mal asunto.

El segundo mandato de Trump encontrará un mundo que no es ni de lejos el mismo que hace cuatro años. Ni en inmigración, ni en cambio climático, ni en mapa comercial, político y de conflictos armados.

No le resultará tan sencillo y alternativo o folclórico poner manga por hombro el sistema vigente en Washington, ni hacer desfilar un gabinete tras otro. Trump ya tiene equipo, ha hecho cantera. Ya no tratará de jugar a los alardes y caprichos que en su día sorprendieron y hoy aburren.

En la agenda para la segunda legislatura presidencial de Trump hay al menos cuatro objetivos destacados.

1. Desmantelar el "Estado profundo" (es decir, deshacerse del funcionariado independiente y no afín y sustituirlo masivamente por un cuerpo de funcionarios afines, mucho más allá de la renovación de unos pocos miles por el cambio de presidencia).

2. Actuar contra la inmigración ilegal (que no será ni de lejos la deportación masiva de los más de once millones de inmigrantes sin papeles que hay hoy en Estados Unidos, básicamente por el coste de unos 300.000 millones de dólares que supondría, el doble del presupuesto anual de la policía migratoria).

3. Subir los aranceles, hacer recortes fiscales y desregular sectores como el de la energía.

4. La "solución en 24 horas" de la guerra de Ucrania (a través de un plan incógnito que se parece mucho al de Putin: cesión de los territorios ocupados y compromiso de que Ucrania no entrará en la OTAN).

Aunque, quién sabe. Si de berrea de "hombres fuertes" se trata, Trump es muy de salir por peteneras. En ese contexto se enmarcaría igualmente su posición ya anunciada sobre el fin de la guerra en Oriente Medio. Cuanto antes, pero no por un alto el fuego, sino mediante una victoria de Israel rápida y definitiva.

Trump no ha esperado a dar señales de este camino de equipo que ya ha emprendido. Y ha marcado la agenda hoy mismo desde Florida, comprometiéndose a cumplir todas sus promesas. "Salvé la vida para poder cumplir esta misión. Vamos a arreglar todo lo que necesita ser arreglado, vamos a curar el país, vamos a sellar las fronteras".

El nacionalpopulismo está de vuelta en Estados Unidos, ampliamente respaldado por los estadounidenses. Al populismo hay que hacerle la oposición adecuada. Ni la ridiculización funciona, ni impacta la apelación al miedo o al fin de la democracia.

El precio creciente de la cotidiana cesta de la compra es lo que ha marcado el resultado. Ni aborto ni inmigración, la clave ha sido la economía. Es una lección que todos debemos sacar de estas elecciones, sin olvidar nunca la pertinaz voz de los datos. Aun siendo conscientes de todo lo que implicaba su decisión, al menos diez millones de votantes demócratas no han ido a votar. 

Y es que, cuando vuelve a ocurrir lo que insistimos en denominar como impensable, es señal de que deberíamos pensar diferente