
Sánchez el pasado sábado en el 13º Congreso del PSN celebrado en Navarra.
Apuesten: el novio de Ayuso irá a la cárcel y el fiscal general del Estado no
En España, los algoritmos y las sentencias del Constitucional son como la ley de la entropía: apuntan siempre hacia el caos, que en este caso es Pedro Sánchez.
"Tranquilo, Carlos, que el Constitucional te aprueba la amnistía en breve", le ha dicho el Gobierno a Puigdemont, que ya planea una rueda de prensa en la puerta del Tribunal Supremo para restregarle por el frontis a Manuel Marchena y el resto de magistrados del Alto Tribunal la tomadura de pelo y el fin del Estado de derecho en España.
En la España de Sánchez los recursos se deciden en la Moncloa y luego Pumpido te lo apaña a posteriori, como esos perfumistas de Dubai que te copian con ingredientes de calidad muy mejorable cualquier perfume que les pidas por la mitad de precio del original. No es the real deal, pero hace su función y con eso se conforman muchos. Y entre ellos Pedro Sánchez, que no es precisamente un sibarita de la democracia.
En España, la democracia es hoy un dupe árabe de la original, pero con menor calidad, longevidad y sillage que esta.
En la España de Sánchez se ha decidido ya, por ejemplo, que el novio de Ayuso irá a la cárcel. Begoña, el hermano y el fiscal general del Estado, en cambio, no. Y así será, por lo civil, por lo criminal o por lo árabe, que es como aquí se hacen las cosas.
Lo de Ábalos ya se verá, porque igual conviene o no conviene, y hasta que Sánchez no ponga el huevo no lo pondrán la Fiscalía y el Constitucional. Veremos.
Lo de decidir el resultado a priori y que luego el algoritmo te lo apañe a posteriori lo han copiado hasta en el fútbol, otra de esas estafas frente a las que en España hacemos la vista gorda porque entre quedarnos sin pan o sin circo preferimos quedarnos sin pan, como demuestra el éxito electoral del PSOE desde 1982 hasta ahora.
"Vamos a meter valores en el algoritmo hasta que nos cuadre el resultado" le dice María Tato, directora de la candidatura del Mundial 2030, a dos empleados de la Real Federación de Fútbol Española en un audio filtrado a la prensa.
"Vamos allá. Vamos a meter valores en el Excel a ver qué nos queda", añade entonces Tato como quien le echa chocolate a las lentejas a ver si del mejunje brota una estrella Michelin. "La primera prueba de las ochocientas que haremos hasta que nos cuadre con el resultado".
Ni sumar sabe: Tato lo fía todo a la prueba y el error. "Subimos este potenciómetro de aquí, bajamos ese otro de allá, dejamos este como está, y a ver qué sale".
Y el resultado al final cuadra, claro. El estadio de Vigo, que en una primera evaluación estaba entre las sedes seleccionadas del Mundial 2030, perdió sólo 48 horas después su lugar en beneficio del estadio de San Sebastián. Vayan ustedes a saber por qué y en beneficio de quién, aunque estas preguntas empiezan a ser retóricas en nuestro país.
Abel Caballero, alcalde socialista de Vigo, ha pedido explicaciones a la RFEF con una inocencia merecedora de mejor causa. "Reclamo que el presidente de la Federación salga y diga qué está sucediendo" ha dicho. Le debe de haber dado un viento, porque siendo socialista ya debería saber lo que está sucediendo.
Pasa que el resultado estaba decidido de antemano y que el proceso de selección era sólo una pamema cuyo único fin era darle cobertura "legal" a los intereses del cacique. Si el cacique es la RFEF, la FIFA, el PSOE o Marruecos es lo de menos. La cuestión es que hay cacique y que los antojos del cacique son la única ley.
Que el algoritmo arroje como por arte de magia el resultado que más le conviene al que manda ha ocurrido también durante el proceso de reparto de la publicidad institucional en los medios españoles. Un proceso que de forma desde luego no sorpresiva, al menos para mí, ha marginado a los diarios más leídos, EL ESPAÑOL entre ellos, en beneficio de algunos bastante menos leídos, pero cuya línea editorial es un calco de los argumentarios que la Moncloa distribuye cada mañana entre sus tertulianos.
Ha ocurrido también en el reparto de los menas canarios, para el que se ha diseñado un algoritmo 100% imparcial que, de forma también imparcial, ha mandado 806 de ellos a la Comunidad de Madrid y 795 a Andalucía, pero sólo 27 a Cataluña.
Ya es casualidad que siendo los inmigrantes la gasolina del motor de la economía nacional, como le gusta decir a la izquierda aunque sea mentira (o precisamente porque lo es), el algoritmo los haya mandado a casi todos a las comunidades donde gobierna el PP. ¡Cuánta gasolina para los rivales de Sánchez!
¡Cuánta generosidad, la del algoritmo imparcial!
Y ha ocurrido también en la concesión de una nueva licencia televisiva que no ha sido otorgada aún de forma oficial, pero que será para Prisa, como sabe ya toda España.
A no ser que Oughourlian consiga rechazar el regalo, claro. En cuyo caso, TelePedro será para Telepedrofónica.
¡Cómo será de cabrón el algoritmo que hace años te caía una licencia televisiva y empezabas a consultar el catálogo de yates con una sonrisa de oreja a oreja, mientras que los potenciales beneficiados huyen hoy como pueden de su buena fortuna!
El caso es que en España los algoritmos son como la ley de la entropía: apuntan siempre hacia el caos, que es el Gobierno.

Viñeta de Ramón, publicada en la revista de humor 'Hermano Lobo'.
Por supuesto, una democracia en la que los resultados están predeterminados por el señor potentado y en la que los burócratas y los funcionarios sólo tienen un trabajo (hacer que las evaluaciones, las ponderaciones, las adjudicaciones y los algoritmos arrojen el resultado antojado por ese potentado) no es una democracia.
A esto se le ha llamado a lo largo de la historia de muchas maneras. Autoritarismo, cesarismo, despotismo, absolutismo o "síndrome de la Moncloa".
Pero esos términos sólo enmascaran una verdad más profunda: que la democracia es perfectamente capaz de acomodar a un autócrata porque las costuras del sistema son lo suficientemente flexibles como para acomodarse a cualquier tensión.
La democracia es el único sistema de gobierno que muere cuando se pone demasiada fe en ella y sus algoritmos, incluidos los de las elecciones generales.
La democracia no es un material rígido como el acero o el diamante, sino un material viscoelástico. Un polímero amorfo. Y se adapta, por desgracia, a todas las barbaries hasta que no la reconoce ya ni la Transición que la parió.