La carta que ETA ha remitido a distintas instituciones vascas para dar a conocer su disolución, y que se ha hecho pública este miércoles, supone la admisión pública del fracaso absoluto de su existencia. Párrafo tras párrafo, la banda terrorista reconoce que su actividad asesina no ha servido para lograr los objetivos que se había marcado.
Por supuesto, la misiva también retrata la iniquidad de los etarras, incapaces de mencionar una sola vez la palabra "víctimas" en todo el texto.
El "conflicto" les sobrevive
Tras anunciar que pone "fin a su recorrido" y que disuelve "completamente todas sus estructuras", ETA renuncia también a mantener la "iniciativa política". Admite que la Conferencia de Aiete, de 2011, que dio paso al anuncio del cese definitivo de la violencia armada, "no pudo recorrer su camino" porque España y Francia "lo hicieron imposible".
La banda asume así mismo que sus 60 años de existencia no han servido para "superar el conflicto", y que éste les sobrevive: "no termina con el final del recorrido de ETA". Ni crímenes, ni negociaciones, ni conversaciones secretas les han servido para nada. Este discurso final es lo menos heroico que hubieran esperado jamás sus históricos dirigentes y está muy alejado del de aquella ETA envalentonada que aseguraba que nunca dejaría de golpear hasta lograr sus fines.
Temor a una escisión
Es comprensible que, después de tal descripción de hechos, exista el temor entre los actuales dirigentes de la banda a una escisión de una facción violenta, disconforme con ese relato, tal y como hoy avanzamos en EL ESPAÑOL. Eso le arruinaría a ETA y a la izquierda abertzale su operación de marketing.
ETA ha perdido porque nunca tantos asesinatos sirvieron para menos. La Democracia debe vigilar ahora que las ideas sectarias por las que decían matar corran su misma suerte.