Con el alivio del confinamiento se ha visto a muchas personas incumplir las mínimas normas de protección contra el contagio. Las rutinas imprescindibles para mantener a raya la epidemia se han relajado, como si el virus no siguiera ahí o hubiese dejado de ser una gravísima amenaza.
Los riesgos de la desescalada son múltiples, y no será porque las autoridades sanitarias y la comunidad científica no hayan advertido por activa y por pasiva de lo letal que sería un rebrote de la enfermedad. Confundir medidas de alivio con salir en tromba a las calles o un paseo con una verbena, es un inmenso error.
A ciegas
La cuarta prórroga del estado de alarma abre la puerta, además, a delegar la desescalada en las comunidades autónomas. A los gobiernos regionales, partidarios en su amplía mayoría de recuperar la normalidad lo antes posible, habrá que hacerles corresponsables de las decisiones que se tomen a partir del próximo lunes.
La dimisión de la directora de Salud de la Comunidad de Madrid, que se negó a firmar el plan del Ejecutivo regional, es preocupante. ¿Se está queriendo avanzar más rápido de lo que sería prudente? Es normal que exista interés en recuperar el pulso económico. Está en juego el futuro de millones de familias. Pero da la sensación de que se están dando pasos a ciegas.
Más control
Los test no se han generalizado de forma masiva entre la población y hoy informamos en EL ESPAÑOL de la falta de un plan de rastreo del virus como el que existe en otros países. Ese sistema, laborioso, que consiste en tener un control sobre los contactos de cada infectado, es fundamental para evitar una nueva propagación de la epidemia.
España no pude permitirse un rebrote. Una vuelta al confinamiento estricto traería un nuevo desastre sanitario y agravaría aún más la recesión. Estamos todos advertidos: autoridades y ciudadanos de a pie. Aún estamos lejos de cantar victoria.