Cada minuto que pasa y que Fernando Grande-Marlaska permanece en el Gobierno, se va abriendo más la herida en Interior, un Ministerio que por sus funciones y relevancia es incompatible con el escándalo.
El mero hecho de que desde el Gobierno se presionase a la Guardia Civil en una instrucción judicial era lo suficientemente grave por sí solo como para que Marlaska dimitiera. Si a ello añadimos ahora que una nota oficial demuestra que ha mentido al Parlamento, su situación es insostenible.
Callejón sin salida
Marlaska y su subordinada María Gámez han causado un daño terrible en la Guardia Civil. Su intento de instrumentalizar políticamente a los agentes los arroja a un callejón sin salida: "Si informamos al Gobierno de nuestra labor como policía judicial es un delito, si no lo hacemos nos cesan", manifiestan hoy en nuestras páginas.
No le falta razón a Santiago López Valdivielso -a día de hoy, el director con más años al frente de la Guardia Civil en Democracia- cuando asegura a EL ESPAÑOL que Marlaska no tiene otra salida que irse y que su tesis de la reestructuración de cargos no cuela: "Los equipos no se remodelan los domingos por la noche".
Caso Marlaska
El empeño de Sánchez por sostener a un carbonizado Marlaska tiene una explicación: su salida comprometería aún más a José Manuel Franco, el delegado del Gobierno imputado por la juez del 8-M, y dejaría en evidencia el papel del Ejecutivo al consentir y alentar las manifestaciones del Día de la Mujer.
Ya veremos cuánto dura esta huida hacia adelante del Gobierno y si la conocida resiliencia del presidente aguanta el suma y sigue del caso Marlaska. La experiencia en estos casos aconseja cortar por lo sano.