Si fuera posible calcular el peso político de un Gobierno cualquiera comprobaríamos que el que ayer vio la luz tras la remodelación ejecutada (nunca mejor dicho) por Pedro Sánchez pesa unas cuantas toneladas menos que aquel al que viene a sustituir.
A imagen y semejanza de aquel Gobierno de los subsecretarios de Adolfo Suárez del que no quiso formar parte casi ningún nombre relevante del escenario político español de los primeros años de la Transición, este nuevo Gobierno nace a la sombra de una única figura de envergadura: el propio presidente del Gobierno.
José Luis Ábalos, Carmen Calvo, José Manuel Rodríguez Uribes, Juan Carlos Campo, Isabel Celaá, Pedro Duque, Arancha González Laya e incluso el todopoderoso jefe de gabinete de Sánchez, Iván Redondo, han sido sustituidos por jóvenes promesas con un peso y una trayectoria política que palidece en comparación con la de aquellos a los que vienen a reemplazar.
La diferencia entre el nuevo Gobierno de Sánchez y el de los subsecretarios de Adolfo Suárez es que este último, con el tiempo, acabó formando un Ejecutivo de pesos pesados en el que figuraban nombres como Enrique Fuentes Quintana, Joaquín Garrigues Walker, Francisco Fernández Ordóñez, Íñigo Cavero o Agustín Rodríguez Sahagún, entre otros.
Pero Pedro Sánchez ha recorrido el camino contrario: del peso a la liviandad. EL ESPAÑOL analiza hoy a fondo el porqué de cada cambio, pero algunas de las claves están a la vista del observador atento.
Adiós al núcleo duro
La primera de esas claves es la salida del Gobierno de tres de los cuatro miembros del núcleo más cercano al presidente: el que formaban Carmen Calvo, José Luis Ábalos, Iván Redondo y Félix Bolaños. De ellos, sólo resiste el fontanero Bolaños, el menos mediático, pero el de más peso intelectual de todos ellos sin duda alguna, que pasa a convertirse en ministro de Presidencia, el cargo que antes ocupaba Calvo.
La segunda clave es la entrada en el Consejo de Ministros de varios perfiles de segundo nivel en el PSOE, pero que se verán propulsados hasta la primera línea a raíz de su paso por el Ministerio. Son Pilar Alegría, delegada del Gobierno en Aragón; Diana Morant, alcaldesa de Gandía; Isabel Rodríguez, alcaldesa de Puertollano; y Raquel García, alcaldesa de Gavà.
Es decir, Aragón, Valencia, Castilla-La Mancha y Cataluña. Es decir, Javier Lambán, Ximo Puig, Emiliano García-Page y Salvador Illa y el PSC. Lambán y García-Page son, finiquitada Susana Díaz, los únicos focos de contestación interna en el partido que le queda por controlar a Sánchez. Ximo Puig es el más sumiso de los tres, pero Diana Morant podría convertirse con el tiempo, como en el caso de Alegría y Rodríguez, en una alternativa a su liderazgo. En el caso de Illa y el PSC, la elección de Raquel García parece más una contraprestación que un aviso.
La tercera de esas claves es la caída definitiva de Podemos en la irrelevancia. Es tentador atribuir la caída de Carmen Calvo a sus rifirrafes con Irene Montero, y probablemente algo de razón haya en ello. Como es tentador pensar que Podemos se ha quitado de en medio a todas sus bestias negras del PSOE. Calvo era una de ellas. Como lo eran también Juan Carlos Campo y José Luis Ábalos.
Pero lo que demuestra esta crisis es que Podemos, paralizado por la espantada de Pablo Iglesias y por unos equilibrios imposibles entre sus confluencias, es incapaz siquiera de relevar a uno solo de sus ministros, ni siquiera frente a la evidencia de que nombres como el de la propia Irene Montero, el de Manuel Castells o el de Alberto Garzón restan más que suman. Podemos ya es sólo un tumor encapsulado en el Gobierno.
Preguntas sin contestar
La crisis de Gobierno deja, finalmente, algunas preguntas sin contestar. ¿Por qué prescinde Pedro Sánchez de uno de los más fieles de sus escuderos, José Luis Ábalos? ¿Por qué mantiene a Fernando Grande-Marlaska? ¿Han sido relevados Ábalos y Redondo por sus discrepancias a cuenta del rumbo que debería tomar el Gobierno?
Pero, sobre todo, ¿qué peso ha tenido la fracasada moción de Murcia, el consiguiente desastre electoral en Madrid y la amenaza que plantea Isabel Díaz Ayuso para Pedro Sánchez en la decisión de ejecutar esta radical remodelación del Gobierno?
Sea cual sea la respuesta a esas preguntas, lo que es obvio es que el presidente ha barrido de su lado a la vieja guardia del sanchismo (una vieja guardia que apenas contaba cuatro años de vida) y la ha sustituido por un batallón de jóvenes promesas de las que el español medio lo desconoce prácticamente todo.
La remodelación del Gobierno no parece tanto una operación cosmética, como defendieron este sábado algunos analistas de forma un tanto arrebatada (aunque algo de eso hay), como una operación que transmite una idea muy determinada de cómo entiende el poder Pedro Sánchez.
También es un Gobierno pensado para la gestión de los fondos europeos que deben llegar en breve a España, y de ahí la vicepresidencia primera para Nadia Calviño, la mejor noticia posible para todos los españoles.
El sanchismo murió ayer para dejar paso al pedrismo. Con esta crisis, Pedro Sánchez le ha dicho al PSOE y a los españoles: "Dejadme solo". La apuesta es arriesgada. Pero Sánchez ha sobrevivido hasta ahora ejerciendo de Sánchez y esta remodelación viene a redoblar la apuesta del presidente por sí mismo.