Las atrocidades del ejército ruso documentadas en Bucha, Mariúpol y otras ciudades de Ucrania han marcado un punto de inflexión en una guerra que cumple ya sus cincuenta días. Al menos, a los ojos de Occidente, que observa horrorizado los crímenes cometidos por las tropas invasoras de Vladímir Putin y que sigue debatiendo la posibilidad de incrementar la intensidad de las sanciones contra el Kremlin y la economía rusa.
Los primeros en pronunciar la palabra genocidio han sido los propios ucranianos por boca de símbolos de la resistencia como el presidente Volodímir Zelenski o el alcalde de Kiev Vitali Klitchsko.
Pero los siguientes han sido los aliados occidentales de Zelenski, con el presidente de los Estados Unidos Joe Biden a la cabeza. Un Biden que este martes atribuyó el disparatado precio de la energía en su país y en el resto del mundo al "genocidio" de los rusos sobre los ucranianos. El presidente americano llegó a repetir sus palabras para evitar malentendidos, como ha ocurrido alguna vez en el pasado: "Sí, he dicho genocidio".
Pruebas de genocidio
Son acusaciones graves, pero que se ajustan a la realidad. Porque Rusia ha ordenado o permitido la ejecución indiscriminada de civiles; la destrucción del suministro de electricidad y agua; la tortura de militares y civiles; el desmembramientos de inocentes; los bombardeos sobre escuelas y hospitales; los ataques sobre los corredores humanitarios; las violaciones; los secuestros; los juicios sumarios; las amenazas de ataques químicos; las fosas comunes e incluso el abuso de ucranianas y de menores forzados a convertirse en esclavos sexuales del ejército ruso.
Hay pruebas y argumentos de sobra para sostener frente a un tribunal internacional que el régimen de Putin no sólo está cometiendo crímenes de guerra, sino también un genocidio de acuerdo al Estatuto de Roma, texto fundamental de la Corte Penal Internacional, que resume en cinco puntos la definición de este tipo de delitos de lesa humanidad.
Y el régimen de Putin cumple los cinco a conciencia. Las matanzas, las lesiones graves a la integridad física y mental de los ciudadanos, el sometimiento de la población, las medidas destinadas a impedir nacimientos entre el enemigo y los traslados forzosos de niños de un grupo a otro. Es decir, desde Ucrania a Rusia.
Política de bloques
Si Putin es un genocida, como se desprende de la lectura del Estatuto de Roma y como afirma el presidente Biden, Occidente no puede conformarse con su derrota militar o con su derrocamiento. Porque si Putin es un genocida, su arresto y su comparecencia frente al Tribunal de La Haya se convierten en un imperativo moral.
Pero la realidad es que esa posibilidad parece hoy muy lejana. La guerra en Ucrania está estancada en el terreno militar y más cerca de su afganización que de la derrota total de Rusia o de un acuerdo entre los contendientes. Una posibilidad que el propio Putin y los negociadores rusos descartaban prácticamente de raíz hace apenas 48 horas.
La guerra entra en una nueva fase. La posibilidad de una conquista total de Ucrania por parte de Rusia es hoy más improbable que hace un mes. Pero el mundo se ha dividido. La propia Unión Europea lo ha hecho, con una Alemania ambivalente que se opone al endurecimiento de las sanciones, una Hungría de Viktor Orbán abiertamente partidaria de Putin y una segunda vuelta de las elecciones francesas que, en caso de ser ganadas por Marine Le Pen, podrían suponer un terremoto de incierto final en la UE.
Pero quizá la prueba más clara de que el conflicto es ya mundial son esas presiones de Estados Unidas a la India para que esta no compre más petróleo y fertilizante a Rusia, así como la posterior negativa de Nueva Delhi a condenar la invasión de Ucrania.
Porque la India es un aliado clave de Estados Unidos en su política de contención de China y el hecho de que no se haya posicionado contra Rusia insinúa la conformación de un bloque asiático si no enemigo de Estados Unidos y de la UE, sí dispuesto a jugar en el tablero geopolítico según sus propias reglas y no según las de Occidente.