Una vez más, los gritos y los abucheos al presidente del Gobierno se convirtieron ayer 12 de octubre en los protagonistas del Día de la Hispanidad en detrimento del desfile de las Fuerzas Armadas. En esta ocasión, además, con la polémica añadida del supuesto retraso de Pedro Sánchez que obligó a los reyes a esperarle dentro de su coche.
Como explica hoy EL ESPAÑOL, la culpa en esta ocasión no fue del presidente del Gobierno, como muchos medios aventuraron en un primer momento, acusándole de haber hecho esperar al rey para ahorrarse unos minutos de silbidos.
El protocolo, que depende de Zarzuela, establecía hasta 2020 que el presidente llegara varios minutos antes que el rey. Pero ese protocolo se cambió en 2021 por la Covid para que el presidente no tuviera que esperar al rey durante 15 o 20 minutos y lo hiciera sólo con un minuto de antelación.
En 2021, y ahí está la hemeroteca para demostrarlo, el protocolo se cumplió sin problemas. Pero ayer miércoles, una pequeña descoordinación de apenas unos segundos por lo ajustado de los tiempos bastó para que brotaran las sospechas. ¿Había intentado Sánchez ningunear al rey? La prueba de que no es así es que Zarzuela ha confirmado a este diario que el protocolo volverá en 2023 a su formato original.
Dicho lo cual, ni los abucheos tuvieron relación alguna con esa descoordinación de unos pocos segundos ni el mayor problema de Pedro Sánchez hoy es la animadversión de esa pequeña parte de la ciudadanía que ayer asistió al desfile del Día de la Hispanidad.
Los ciudadanos, por supuesto, son libres de expresar su descontento.
Pero ni los abucheos de la derecha ni los escraches de la izquierda son el fiel de una calle que se expresa con un equilibrio mucho mayor en los sondeos y en las elecciones, arrinconando a los partidos que defienden este tipo de muestras de intolerancia en posiciones minoritarias respecto a los partidos centrales del arco político.
Resulta irónico, además, que sean aquellos que más violentados se sienten por el supuesto desprecio de los símbolos nacionales por parte de Pedro Sánchez los que abucheen e insulten a uno de esos símbolos, el del presidente del Gobierno. Por ello sería conveniente que todos los partidos políticos hicieran pedagogía y repudiaran el uso que algunos hacen del Día de la Hispanidad para expresar su animadversión hacia el Gobierno.
Pero esta evidencia no puede ocultar el hecho de que la animadversión existe y va mucho más allá de un genérico odio a la izquierda, como algunos comentaristas insinuaron ayer. Porque si Pedro Sánchez está perdiendo a las clases medias y trabajadoras a las que dice defender no es porque estas le consideren un presidente ilegítimo, sino porque sus políticas están perjudicando muy gravemente su nivel de vida.
El marco de ricos contra pobres y de élites frente a perdedores del sistema, al que el Gobierno parece abonado, podría quizá resultar efectivo en una sociedad mucho más primitiva políticamente que la de hoy. Pero la España de 2022 no es la de 1980, y la vieja guerra de clases no tiene ya el mismo predicamento que entonces.
Porque España es hoy un país de propietarios, de clases medias y propietarias, de profesionales de alto nivel y de empresas punteras, que han visto cómo el Gobierno incrementaba la presión fiscal, con argumentos demagogos, hasta extremos inéditos en democracia, obligando a un esfuerzo fiscal muy superior al de la media europea.
El termómetro de la calle no es la minoría que abuchea al presidente el Día de la Hispanidad ni los radicales que organizan escraches en las universidades. Pero sería absurdo negar la evidencia de que el presidente Sánchez ha perdido la calle y que esos abucheos, que se repiten allí adonde va, representan hoy el sentir mayoritario de una enorme mayoría silenciosa.