La goleada de España a Costa Rica por 7 goles a 0 ha eclipsado en España cualquier otra noticia sobre el Mundial. Pero la lógica euforia colectiva por lo que parece una selección prometedora y mucho más trabajada de lo que muchos preveían no puede hacer que olvidemos que el trasfondo del Mundial de Qatar sigue siendo el que era antes de que Dani Olmo marcara el primer gol español de esta Copa del Mundo.
Como se había anunciado, la Selección Española no hizo ningún gesto que pudiera molestar al Gobierno del país organizador o a la FIFA. Alemania, unas horas antes, sí escenificó su incomodidad con la censura de la FIFA tapándose la boca durante la foto de equipo antes del inicio de su partido. Un gesto banal si se quiere, pero con un potencial simbólico evidente en el contexto de un régimen como el qatarí.
Más relevante aún es la noticia de que la Federación Danesa de Fútbol abandonará la FIFA en protesta por la prohibición de que sus jugadores luzcan el brazalete arcoíris con el lema One Love ("un solo amor"), que se ha convertido en el símbolo de la protesta por la situación de los derechos humanos en el país árabe.
España ha enviado una delegación de alto nivel a Qatar formada por el rey Felipe VI, el presidente de la RFEF, Luis Rubiales, y el presidente del Consejo Superior de Deportes, José Manuel Franco. Es evidente que la realpolitik exige en ocasiones hacer de tripas corazón por un bien mayor. Pero también que es, precisamente, el alto nivel de la representación española el que nos da derecho a mostrar nuestro disgusto con los deficientes estándares democráticos del país anfitrión.
Pero lo que es inaceptable es que el PSOE y el Gobierno escenifiquen en Madrid, en el Congreso de los Diputados, su "apoyo" a los derechos LGBTI, haciendo que Patxi López luzca un brazalete arcoíris, mientras en Qatar adoptan un perfil no ya bajo, sino indistinguible del de otras delegaciones de escasísimo peso político y deportivo.
Ese tipo de escenificaciones son algo más que un gesto en Qatar, pero son irrelevantes en Madrid, donde los problemas que sufren la minoría LGBTI o las mujeres son incomparablemente menos graves. Y, sobre todo, menos estructurales que los que sufren esos mismos grupos sociales en los países árabes.
Si el Gobierno quiere demostrar un compromiso real con los derechos de las mujeres, de la minoría LGBTI y de los extranjeros en Qatar, lo que debe hacer es enviar allí a Pedro Sánchez y al ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, para que luzcan donde deben hacerlo el brazalete con el que tan comprometidos parecen donde este es prácticamente innecesario. Es decir, en España.
Arremeter contra las barbaridades que algunos diputados de Vox pronuncian en público y clamar por la irrupción de "la ultraderecha" en la escena política española es necesario. Pero no suficiente. El activismo por los derechos de las mujeres y de las minorías debe hacerse, sobre todo, donde esos derechos están más amenazados. Si el activismo se escenifica en Madrid, y no en Qatar, resulta legítimo sospechar que el Gobierno sólo está interesado en apuntarse a la moda de los postureos por sus réditos electorales.
El postureo no es activismo. Si el Gobierno está realmente comprometido con los derechos humanos, que lo demuestre en Qatar, no en el Congreso de los Diputados.