Como ha sido habitual en el resto de sus debates en el Senado, Pedro Sánchez ha aprovechado este lunes el tiempo ilimitado de intervención del que dispone en este formato para alardear de sus logros en la legislatura frente a Alberto Núñez Feijóo.
Por descontado, Sánchez ha hecho una relación convenientemente seleccionada de algunos de los últimos datos macroeconómicos. Aunque sólo sea porque los pronósticos más fúnebres no se han cumplido, las principales cifras económicas le son relativamente propicias al Gobierno.
Pero lo más destacado del último cara a cara que mantendrán antes de las elecciones del próximo mes ha sido el inaudito nivel de agresividad verbal que han alcanzado las intervenciones de ambos líderes.
La inminencia de la primera cita electoral de este año ha llevado la escalada retórica a nuevos niveles. El presidente y el jefe de la oposición, en pleno modo de precampaña, han cuestionado la legitimidad del proceso que llevó al otro al liderato de sus respectivos partidos. Sánchez, acusando de forma torticera al presidente del PP de haber sido aupado a la dirección para "tapar un escándalo de corrupción" de Isabel Díaz Ayuso; Feijóo, atribuyendo la elección de Sánchez como secretario general del PSOE a un amaño en las votaciones.
De una ferocidad singular han sido las diatribas del presidente del Gobierno, que no puede ocultar ya que su enfrentamiento con Feijóo es de naturaleza netamente personal.
De lo contrario, no se entiende la insistencia de Sánchez en tratar de desacreditar el desempeño de su rival en Galicia. Ni que se centrase en lamentar el "chasco" que a su juicio ha supuesto el salto de Feijóo a la política nacional, con el que "han ganado los gallegos y hemos perdido todos los españoles".
La recuperación del discurso de la "insolvencia o mala fe" del líder popular deja patente que el presidente no pretende confrontar con su adversario sobre asuntos de interés nacional. No quiere más que anularle por completo como contendiente denigrando su figura ("Mientras yo iba a un encuentro con el rey y varios jefes de Estado, usted bailaba una especie de mezcla de merengue y reguetón con una predicadora"). Y sembrando dudas sobre su competencia mediante el recurso a ataques personales sobre eventos pasados.
Que lo que importa para Sánchez es el quién y no el cómo quedó probado en algunos momentos contradictorios de su intervención. En la misma frase, sostuvo que aumentar la deuda pública es bueno porque sirve para rescatar a las familias y las empresas, para a continuación afearle al expresidente gallego haber aumentado la deuda pública en la comunidad durante su mandato.
Es evidente que la incertidumbre demoscópica que atenaza al PSOE, que ve cómo pueden escapársele algunas plazas importantes tanto a nivel autonómico como municipal, explica en gran medida el despliegue de vituperios y las malas maneras de Sánchez.
La izquierda está fiando su supervivencia en las administraciones a la galvanización y el tensionamiento de su electorado, que de momento está muy desmovilizado. Una estrategia polarizante y adversativa que, desde una idea de gobernabilidad en bloques, busca apuntalar dos polos definidos y clausurados y sin posibilidad de trasvases.
Que Feijóo, por su parte, declarase que viene a "derogar el sanchismo" demuestra que entre los dos grandes partidos se ha levantado un muro impermeable que impide el más mínimo punto de encuentro.
El empleo arrojadizo de todos los temas que se mencionaron, desde el problema de la vivienda a la crisis de Doñana pasando por la economía o los fondos europeos, y que debieran ser materias sujetas a pactos nacionales, no permite albergar esperanza alguna de entendimiento entre PP y PSOE. De hecho, Sánchez llegó a reprocharle a Feijóo, incluso, que le haya apoyado en su reforma de la ley del sí es sí.
El presidente del Gobierno y el de la oposición han fiado sus resultados en las urnas a un todo o nada en el que quien pierda tendrá que abandonar la política. Habiendo arriesgado tanto en el envite, retándose a un duelo personal en el que sólo puede quedar uno, se desvanece la posibilidad de alcanzar consensos.
Mientras los antaño partidos de Estado se abandonan a una escalada de la confrontación, son el conjunto de españoles los que salen perdiendo de este funesto encanallamiento de la política nacional.