La sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea hecha pública este jueves marca un antes y un después en la historia del fútbol, en particular, y en el deporte, en general. El fallo favorable a la creación de la Superliga abre la puerta a un proyecto impulsado por Real Madrid y Barcelona para crear una competición europea más libre, más justa y mejor adaptada a los tiempos, en buena medida por su comprensión de las nuevas tecnologías y formas de consumo.
En cuanto se conoció la sentencia, se produjo una lucha por su interpretación. No es cierto que el TJUE avale de manera concreta y automática el proyecto de la Superliga. Pero tampoco es verdad que esto sea irrelevante y no tenga consecuencias, como han sostenido portavoces de LaLiga, la FIFA y la UEFA. Lo que el TJUE establece es el fin del monopolio de la UEFA, unión de las asociaciones futbolísticas de Europa, y la legalidad de levantar un nuevo torneo en Europa sin que los clubes que se incorporen puedan ser sancionados por ello.
Cualquier equipo del continente, como Real Madrid, Benfica o Juventus, podrá si lo desea optar por que su futuro esté en la Superliga y no en la Champions League, bajo la tutela de una UEFA que saca buena tajada de los recursos generados a su costa. De esta manera, el TJUE permite que los equipos sean dueños de su destino. Que el fútbol sea libre de nuevo. Que se independice de una élite extractiva con un largo historial de corrupciones.
La competición constaría de dos primeras ligas con 16 clubes cada una, y de otra con 32. El acceso dependería del desempeño de los equipos en sus ligas domésticas, como hasta ahora. Es una condición que reclamaron muchos aficionados por el temor a una competición cerrada y de franquicias, como la NBA, al margen de los méritos demostrados sobre el terreno de juego. Asimismo, las reglas financieras serían mucho más estrictas para combatir uno de los fenómenos más determinantes del deporte europeo: la entrada de Estados como Arabia Saudí o Catar que inflan los presupuestos de los clubes y desvirtúan, en el peor de los casos, las competiciones.
Es cierto que la mayor parte de los clubes europeos se manifiestan de momento en contra de la Superliga. Pero no es descabellado pensar que, con todos los argumentos sobre la mesa, los inicialmente reacios reúnan argumentos para seguir el camino que Real Madrid y Barcelona abren. El esfuerzo didáctico será clave.
Entre los argumentos favorables se encuentran el aumento del atractivo de la competición, y por tanto de los ingresos; la promesa de una mayor audiencia, al ofrecer los partidos en abierto y no en caros paquetes televisivos; y el control del 100% de los ingresos que generen, sin intermediarios como la UEFA.
La presentación del torneo fue brillante. El formato quedó claramente explicado por sus impulsores, que aventuran un proyecto revolucionario sostenido sobre el ímpetu de Real Madrid y Barcelona. Los dos gigantes españoles aguantaron el tipo cuando los ingleses y los italianos cedieron a la presión popular, guiada por élites interesadas en el inmovilismo.
Durante la Guerra Fría, Santiago Bernabéu revitalizó el fútbol continental con la creación de la Copa de Europa. Ahora, Florentino Pérez impulsa la Superliga con el mismo espíritu. La premisa es clara: llevar la libertad empresarial al ámbito del fútbol. Y no conviene llevarse a engaño. La cuesta es empinada. Los cambios requieren tiempo, persuasión y paciencia. Pero la sentencia del TJUE es histórica. Demuestra que el proyecto mantiene el pulso. Y que la meta está mucho más cerca.