IAG, matriz de Iberia, renunció ayer a la compra de Air Europa. El motivo, las trabas a la operación puestas por la Comisión Europea. Bruselas considera que, con sus obstáculos, vela por una competencia sana entre operadores y salvaguarda el interés de los consumidores. Pero obvia lo evidente. Con sus intervenciones, causa efectos que no sólo son dañinos para las dos aerolíneas implicadas, sino para los intereses estratégicos de una Unión Europea incapaz de competir con grandes empresas como hacen las principales potencias del mundo.
La Comisión no aflojó en sus exigencias. Mantuvo su reticencia a la operación incluso cuando Iberia se comprometió a ceder algo más de la mitad de los vuelos de Air Europa a las aerolíneas de la competencia. No deja de ser llamativo que sí lo hiciera cuando, hace un mes, aprobó la compra del 41% de la italiana ITA, heredera de Alitalia y de titularidad pública, por parte del grupo alemán Lufthansa.
La rigidez de Bruselas, unida a su falta de proyección estratégica, tendrá costes para España. El país está perdiendo la oportunidad de crear un campeón nacional del sector, y de transformar el aeropuerto de Barajas en un hub internacional a la altura de París y Londres, capacitado para conectar un centenar de puntos de Hispanoamérica, Europa y Asia. La mala noticia empeora cuando se atiende a un sector en proceso de consolidación, con grandes desafíos por delante como recuperar y mantener la rentabilidad perdida durante la pandemia; pero también la reducción de emisiones.
La Comisión Europea debe reformular el enfoque a la hora de evaluar estas operaciones de concentración. Está bien que analice las fusiones desde el punto de vista de la competencia para evitar monopolios, y de la protección del cliente para contener las subidas de precios. Pero, para que las empresas crezcan, es imprescindible que ganen en competitividad y rentabilidad. Eso pasa, irremediablemente, por ganar tamaño. Y este criterio no parece pesar en el caso de Iberia y Air Europa.
Las políticas comunitarias permiten que las compañías europeas sean más vulnerables ante ataques de empresas extranjeras. Conviene repasar un par de ejemplos recientes para dar medida de la situación. La Comisión ya vetó la fusión de la francesa Alstom y la alemana Siemens en el sector ferroviario para impedir el nacimiento de un gigante ferroviario en Europa. Ahora, ambas empresas -por separado- copan poco más del 10% del mercado global. Alstom y Siemens están en peores condiciones para competir con la compañía china, CRRC, que domina el 71% del mercado.
Hay otro ejemplo revelador en España. Orange y MásMóvil se fusionaron para crear el primer operador del país en número de clientes. La Comisión puso una condición perversa a cambio de aprobar la unión: traspasar a la rumana Digi parte de sus activos. Lo que Bruselas consiguió fue reforzar a un competidor y mermar la rentabilidad del nuevo gigante.
Si la Unión Europea mantiene esta línea, nunca alcanzará la ansiada autonomía estratégica. Si los europeos queremos competir en mercados tan exigentes como el de la Defensa, el transporte, las telecomunicaciones, la inteligencia artificial o la sanidad, hay que ser más ambiciosos, más astutos y más flexibles. Ponérselo más difícil a los competidores chinos, estadounidenses o árabes. El fracaso de la fusión de IAG y Air Europa es una oportunidad perdida. Pero queda la esperanza de que la próxima Comisión aprenda de los errores y actúe para no lastrar el futuro del continente.