Si algo tenía en mente la UEFA cuando diseñó el nuevo formato de la Champions League, ese algo no era la mejora de la competición. Tampoco tenía en mente a los aficionados. Mucho menos el interés de los grandes equipos europeos o el de las televisiones.
Si algo tenía en mente la UEFA era la Superliga de Florentino Pérez. Y el engañabobos del sorteo de este jueves es la prueba de ello.
No parece tan difícil diseñar un nuevo formato de competición. Esos formatos (sistema de eliminatorias, sistema de grupos, sistema Round Robin) suelen cumplir a rajatabla el aforismo de que lo mejor es enemigo de lo bueno. Ninguno es perfecto, pero todos cumplen su función.
No es el caso del nuevo formato de la Champions League.
El sistema de todos contra todos de LaLiga es quizá el más justo de todos los formatos posibles desde el punto de vista de los méritos deportivos, aunque, a cambio, permite que la competición quede sentenciada a varias jornadas del final y sacrifica la emoción de un enfrentamiento 'a muerte' entre los mejores equipos de la competición.
El de LaLiga puede no ser el mejor sistema posible, pero muy pocos dudan hoy que es un sistema 'bueno' que premia al equipo más regular del año.
También es 'bueno' el formato de la Copa del Rey, que facilita las sorpresas por parte de los equipos pequeños a costa de los grandes.
O el formato mixto de la Liga ACB, que combina la liguilla de todos contra todos con las eliminatorias finales, en línea con el sistema tradicional de la NBA americana.
Pero nadie ha entendido el nuevo formato de la Champions League. Y eso es lo peor que puede decirse de un sistema de competición que enfrentará a los mejores equipos del continente durante varias semanas en una maratón inabordable de 144 partidos.
El sistema es injusto, dado que impone unas liguillas donde los ocho equipos que la componen no se enfrentarán a ida y vuelta, sino sólo una vez.
Es opaco, dado que los cruces han sido determinados por un algoritmo al que debe suponérsele neutralidad, pero que es muy fácilmente manipulable.
Y es sospechoso, dado que nadie ha sido capaz de explicar de una forma clara cuál es el criterio que determina qué partidos se jueguen como visitante y cuáles como local.
El nuevo sistema incrementa los equipos que juegan la competición (de treinta y dos pasan a treinta y seis) y multiplica hasta el absurdo los partidos con escasísimo interés para garantizarle a los equipos pequeños un mínimo de encuentros, aunque sea en una Champions devaluada. El objetivo oculto de la UEFA es el de garantizarse el apoyo de esos equipos pequeños en su rechazo a la Superliga que defiende el Real Madrid.
Aunque la UEFA lo niega, parece obvio que el nuevo formato es una respuesta al sistema de la Superliga europea impulsada por Florentino Pérez. Sin embargo, traiciona su espíritu, que es el de una liga de todos contra todos entre los mejores equipos del continente, y satura la competición con partidos irrelevantes y en los que los jugadores, una vez garantizada la clasificación, tenderán a jugarlos como si fueran amistosos. ¿Qué jugador de alto nivel meterá el pie en un partido irrelevante contra un equipo de tercera?
Si algo demuestra el nuevo formato de la Champions es que el futuro del fútbol profesional pasa por la Superliga, no por las invenciones caóticas de una UEFA que finge querer salvar el fútbol "auténtico" condenándolo a una agónica muerte por sopor.