El género y la violencia
El autor reflexiona sobre la violencia en la sociedad y cuestiona la idea de que un mismo delito pueda condenarse de forma distinta en función de si el autor es hombre o mujer.
La politizada ideología de género, que demoniza al hombre como mayor factor de opresión sobre la mujer, caricaturizado como sanguinario depredador de féminas, oculta muchas cosas, que no interesan hacer públicas.
Apuntan acertadamente las feministas que el hombre es más violento, de hecho, comete el 99% de los delitos sexuales y el 75% de los crímenes, salvo el relacionado con las agresiones a menores, en el que la mujer comete el 65% de las mismas. Resulta evidente que al menos en términos de violencia hombres y mujeres somos distintos.
No puede haber excusas frente a la violencia contra la mujer, y todos debemos trabajar para erradicarla, pero tampoco frente a la violencia con los hombres, los niños, los homosexuales, los cristianos, los musulmanes o contra cualquier otro ser humano. En la lucha para acabar con esta violencia no es justificable la destrucción de la presunción de inocencia dependiendo del sexo. No es justificable demonizar a la mitad de la población por su sexo.
Algo que suele olvidarse en este debate, que pretende clasificar al hombre como mero animal, se olvida, quizás premeditadamente, al colectivo más vulnerable de todos: los niños, un colectivo silencioso por falta de voces que lo defienda, y donde los abusos se producen en la intimidad del hogar, precisamente donde los menores deberían encontrar la paz, amor y serenidad que merecen.
La lucha de géneros parece sustituir a la lucha de clases: la izquierda necesita nuevos campos de batalla
Agredidos por las personas que deberían protegerlos, los niños están desamparados al no poder trasladar como colectivo su situación y carecer de proyección pública. La violencia contra la infancia que conocemos es la punta del iceberg, pues a diferencia de los lobbies de adultos, los niños viven en un mundo apartado del público, sin acceso directo a la Justicia, sin siquiera ser conscientes en ocasiones de lo anormal de la situación que sufren.
Antes de la censura informativa, que comenzó en 2010, orientada a magnificar la imagen genocida del hombre frente a la mujer, el Informe de Maltrato Infantil en la Familia en España, del Centro Reina Sofía, de 2011, apuntaba que las mujeres eran las agresoras de los niños en un 64,81%, frente a los hombres que lo eran en un 35,91% de los casos. El informe apunta que el hombre, responsable de menos agresiones, lo es, en mayor medida que la mujer, de las más severas, como las relacionadas con el maltrato físico y psicológico, mientras que la mujer es mayoritariamente responsable de las negligencias, tales como privar de los cuidados necesarios o de las necesidades básicas, incluyendo la alimentación, la higiene, la ropa, adecuada al clima, la asistencia y los cuidados sanitarios.
El resultado de este informe podría dar lugar a conclusiones erróneas y políticamente demagógicas, como referir que la mujer maltrata o asesina a los niños por ser niños, al igual que se traslada públicamente que el hombre mata a la mujer por ser mujer. Ambas afirmaciones son absurdas. El roce y los conflictos cotidianos, así como el desequilibrio de fuerzas físicas, generan este tipo de situaciones y no el sexo o edad de la persona agredida. Y todo ello siendo consciente de que el hombre tiene una mayor prevalencia de comportamiento violento, pero no necesariamente vinculado con el sexo de la víctima.
En España se producen más muertes violentas de hombres por otros hombres que de mujeres y no se refiere en estos casos el sexo como causa de la agresión. Los motivos, incomprensibles para todos nosotros, por los que un hombre asesina a una mujer, no se deben sólo al sexo de la agredida, como tampoco se debe la agresión de un niño por su madre al hecho de que sea niño. Es una conclusión simplista y populista, para beneficio de pequeños grupos organizados, violentos y bien financiados públicamente, que hacen de la falaz batalla de géneros su modus vivendi en una sociedad excesivamente generosa con este tipo de lobbies.
La igualdad salta por los aires cuando se castiga más a un asesino que a otro sólo por su género
Si nos fiamos de los datos del Instituto Nacional de Estadística de 2016, los hombres tienen ya bastante desgracia con nacer hombres. Podemos concluir que el mayor factor de riesgo para la salud de un ser humano es haber nacido varón. Así, si nos fijamos en el tramo de edad entre los 20 y los 64 años, como parte social más activa en la vida pública de una persona, nos encontramos que los hombres tienen dos veces más posibilidades de morir por causas naturales que una mujer (26.665 frente a 13.545), y cuatro veces más posibilidades de que fallezca por causas no naturales (4.100 frente a 1.083).
Pero es que además, el hombre es más violento con el propio hombre que con cualquier otro colectivo. En el caso de los fallecimientos no relacionados con causas naturales, nos matamos más a nosotros mismos, se suicidaron 1.463 frente a 479 mujeres, soportamos más fallecimientos en accidentes de tráfico (865 frente a 191), mueren más hombres por homicidio (130 frente a 60) o fallecen envenenados más hombres que mujeres (458 frente a 93).
La lucha de géneros parece haber sustituido a la lucha de clases. A medida que el libre mercado, el capitalismo y la globalización reducen la pobreza absoluta y la relativa a cifras jamás vistas en la historia de la humanidad, la izquierda necesita crear nuevos campos de batalla, para no desaparecer.
La famosa violencia de género, arma política de primer nivel en la búsqueda de conflictos sociales, tiene un trasfondo preocupante. Cuando se valoran unas vidas más que otras o cuando se castiga más a un asesino que a otro, sólo por su género, la pretendida igualdad salta por los aires. Así pues, el género mata al hombre y con respecto a la violencia debemos ser más rigurosos, el hombre no agrede mujeres exclusivamente por ser mujeres, ni mata hombres por ser hombres, como tampoco la mujer agrede a sus hijos por ser niños. Todo es más complejo de lo que nos quieren vender, pero eso requiere de menos demagogia y más trabajo.
*** Ignacio Blanco Urizar es economista y abogado.