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LA TRIBUNA

Pablo Casado y la enormidad de España

El autor retoma las palabras del líder del PP en las que aludía al Descubrimiento y colonización de América como una de las grandes empresas de la Humanidad para reflexionar sobre España.

28 noviembre, 2018 02:58

Cuando Ortega reprocha a España su "anormalidad" como país europeo (siendo para Ortega la norma europea siempre la "solución" para España), Unamuno le replicará hablando de la "enormidad" de España como norma: "¿Y cuál es la norma española?¿Cuál es la norma de cuando España, la eterna, talló aquende y allende la mar dos mundos? ¿Cuál la norma, la escuadra, del universal imperio español, carolino y filipino, calderoniano y cervantino -mejor: segismundiano y qujotesco-, iñiguiniano y teresiano? ¿Cuál esa norma? Esa norma fue y es -y esta sí es paradoja, y trágica- la enormidad. La norma castizamente española es la enormidad, es una escuadra para escuadrar el cielo y tallarlo a nuestra medida. Lo anormal, nuestra normalidad". (Unamuno, "La enormidad de España", El Sol, Madrid, 10 de marzo de 1932).

En esta línea, acierta Pablo Casado cuando afirma que nosotros, los españoles (en la medida en que seguimos siendo herederos de los del siglo XVI), "no colonizábamos", sino que "lo que hacíamos era tener una España más grande". Justamente, España, como realidad histórica, significó el desbordamiento de sus fronteras como norma de acción imperial para producir, más allá de ellas (plus ultra), una réplica de sí misma en aquel  Nuevo Mundo con el que, para sorpresa de todos, se topó la empresa colombina. 

Una vez que se toma conciencia de la vastedad continental de América, la acción de España allí no se limitará, atendiendo al modelo fenicio de constitución de factorías costeras, a comerciar y explotar los recursos desde una metrópoli peninsular, como harán los portugueses (y a continuación holandeses e ingleses), sino que España tratará de arraigar según un modelo romano, y no fenicio, fundando ciudades en las que introducir (civilizar) a la población indígena. "Las Indias no eran colonias", tituló el argentino Ricardo Levene su libro, allá por el año 1951, del que pareciera hacerse eco Pablo Casado.

En efecto, siguiendo el arquetipo del imperio civilizador alejandrino (las Alejandrías asiáticas), España perseguirá formar en América una réplica urbana de sí misma (picota, cabildo, plaza de armas, catedral y hospital) con el fin último, según se determinó en las bulas alejandrinas, de evangelizar a la población indígena.

Bajo las instituciones españolas, la población indígena, lejos de ser aniquilada  podía prosperar en la escala social

Bajo las instituciones españolas, reguladas por un derecho que es reproducción isonómica del derecho castellano (las Leyes de Indias), la población indígena, lejos de ser aniquilada (como quiere la versión lascasiana del proceso), podía prosperar perfectamente en la escala social, en tanto que súbditos de la Corona de Castilla; por lo menos no tenían más dificultades que los habitantes de la Castilla peninsular (recordemos el testamento de Isabel la Católica en el que habla de la necesidad de un mismo tratamiento para sus súbditos de ambos hemisferios). La vida en la sociedad virreinal, normalizada por esta legislación indiana, será la base del ulterior ordenamiento constitucional de las repúblicas americanas que procederán a su emancipación en el siglo XIX. De hecho, la emancipación podría interpretarse, más bien, como una consagración de dicha acción imperial española, que no como su fracaso.

Y es que una vez consumada la tarea reconquistadora frente al Islam peninsular (Granada), y teniendo como fin al que dirigir sus planes evangelizadores a"“todas las gentes", tanto España como Portugal emprenden tareas políticas imperialistas de alcance ya efectivamente global (en contraste con los imperios antiguos), por las que la lucha contra el Islam no se agota en su expulsión ibérica, sino que, desbordando esos límites peninsulares, se trata ahora, para derrotarlo por completo, de buscar esféricamente su retaguardia a través de  la navegación atlántica engolfándose, según se decía, hacia el sur africano y hacia el occidente de "la mar Océana".

Es decir, las empresas de las sociedades políticas ibéricas se van a proyectar ahora, contando con ella, sobre la propia esfericidad del globo, que, repartido hemiesféricamente en Tordesillas (1494), tendrá que ser recorrido (y por tanto medido y cartografiado) para llevar a efecto, bien por la vía del Índico (doblando el cabo de Buena Esperanza -Bartolomé Díaz en 1488, y lográndose la volta desde la India por Vasco de Gama en 1498-), bien por la ruta de Poniente (intransitada hasta el momento -non plus ultra-), la consumación ecuménica de tales empresas, y distribuir así la ley evangélica por todo el orbe. Ya no se justifica pues la expansión imperialista (anti-islámica) como mera restauración de la pérdida de España

Resultado de ello, en particular de la vía seguida por España, es el descubrimiento y constitución (organización política, económica, geográfica, administrativa, eclesial…) del continente americano (Nuevo Mundo, no contemplado en los cálculos), así como la posterior apertura por Magallanes de la vía pacífica entre Nueva España y la Especiería (las Molucas), que venía a completar el recorrido esférico, tomando contacto, por fin, navegando hacia el Occidente, con la India, el Cathay y las Indias orientales.

La circunnavegación llevada a cabo por Elcano resulta pues decisiva, en la consumación del proyecto, como primera constatación práctica de la teoría esférica acerca del mundo (teoría que venía rodando desde Eratóstenes y los griegos), al cerrar el campo de la geografía terrestre, definiendo los límites sobre los que se puede desplegar el expansionismo imperial. Así, el jesuita Acosta, en su célebre Historia natural y moral de las Indias, dará cuenta, perfectamente consciente, de este hito: "¿Quién dirá que la nao Victoria, digna, cierto, de perpetua memoria, no ganó la victoria y triunfo de la redondez del mundo, […]  pues dio vuelta al mundo, y rodeó la inmensidad del gran océano? ¿A quién no le parecerá que con este hecho mostró que toda la grandeza de la Tierra, por mayor que se pinte, está sujeta a los pies de un hombre, pues la pudo medir?".

El lema de Felipe II, "non sufficit orbis", habla de la conciencia de enormidad que tenían los monarcas españoles

De este modo, por la propia lógica expansionista católica, que busca globalizar la Santa Fe, los límites del imperio son continuamente desbordados, rectificados con su dilatación, siendo así que los límites del imperio español, sobre todo cuando la determinación de la raya de Tordesillas se vea difuminada (aunque no completamente borrada) con la anexión de Portugal en 1580, terminarán por identificarse (o confundirse) con "los límites del mundo".

Otro jesuita, Rivadeneyra, en su exhortación a la Armada en 1588 (Exhortación para los soldados y capitanes que van a esta jornada de Inglaterra), lo dirá con lúcida elocuencia: "Por esta reputación e imperio tan extendido, es el rey don Felipe nuestro señor el mayor monarca que ha habido jamás entre cristianos; […] los límites de su imperio son los límites del mundo; y juntando con su grandeza a Oriente con Poniente y al polo Ártico con el Antártico o el Norte con el Sur, […], rodeando el universo sin embarazos ni estorbos".

El lema de Felipe II, "non sufficit orbis" (el mundo no es suficiente), ilustrado con una esfera y un caballo al trote, acuñado en la misma línea del plus ultra carolino y aún superándolo, habla sin duda de esa conciencia de enormidad que tenían los propios monarcas españoles. 

El Viejo Mundo, en definitiva, se ve superado por los dominios de Felipe II que, por fin, se confundirán con los límites del propio orbe, hecho que queda reflejado en la expresión de Ariosto, que hará fortuna ("no se pone el Sol"), y que habla también de la condición isonómica (no colonial) de los súbditos españoles ("un solo rebaño") bajo el emperador Carlos (mismo pastor): "Por tal obra, la voluntad suprema no solamente de este imperio entero tiene ordenado darle la diadema que fue de Augusto, Traján, Marco y Severo, mas de toda la tierra de acá extrema, do nunca el sol ni el año abre sendero; y bajo este Monarca quiere a punto que haya solo un rebaño y un pastor junto” (Orlando Furioso, Canto XIV).

En definitiva, el Imperio ha fenecido, pero queda su enormidad histórica, su mole documental en los archivos y en la literatura. Casado ha sabido reconocerla. Y es que, en efecto, "las Indias no eran colonias".

*** Pedro Insua es profesor de Filosofía y autor de los libros 'Hermes Católico', 'Guerra y Paz en el Quijote' y '1492, España contra sus fantasmas' (Ariel, 2018)

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