Delenda est Ciudadanos (Y un cuerno)
El autor defiende la importancia de Ciudadanos para la consolidación del centro político en España, y a pesar de las invectivas.
Según relata Plutarco, el viejo Catón concluía repetidamente sus discursos e intervenciones en el Senado pidiendo la destrucción de Cartago. Cartago se destruyó -aunque no solo por mérito del censor- y la Roma triunfante, ya sin oposición real, pudo denominar al Mediterráneo como Mare Nostrum durante largos siglos. Los catoncillos de hoy reclaman insistentemente la destrucción de Ciudadanos, venga o no a cuento. ¿Qué mar, qué interés está en juego ante el deseo tenaz de muchos de acabar con Cs?
Hace poco más de un año que ejerzo una modestísima función política representando como concejal a votantes de Cs. Durante este escaso tiempo -aunque ya lo hiciera antes- he podido observar dos ejemplos de irracionalidad que no dejan de llamar mi atención. El primero, parafraseando a Clausewitz, es que la política se ha convertido en la prolongación del fútbol por otros medios.
Es digno de estudio académico cómo la ciudadanía, habitualmente racional y responsable cuando debe tomar decisiones de carácter personal, se convierte frecuentemente en una masa amorfa que elige la irracionalidad al acercarse a las urnas. Todo, o casi todo, se reduce a votar contra alguien, a excitar el odio real contra el fantoche imaginado. El segundo de los ejemplos y objeto de esta tribuna es la vocación casi universal externa y, en ocasiones, interna de laminar, de aniquilar a Cs como formación política. ¿Por qué y para qué?
En cuanto al porqué no cabe la originalidad, me temo. Cs nació en el estanque podrido, cleptocrático y protoautoritario de la política catalana para señalar al rey desnudo. ¿Hacía falta más para granjearse la animadversión de muchos? Sí. Que el niño creciese y señalase a otros reyes desnudos de nuestro bendito país. Y eso es lo que Cs ha venido haciendo con todas las dificultades que impone la política práctica, ya desde el gobierno, ya desde la gobernanza. Con aciertos y también con graves errores estratégicos cuyo doloroso resultado ya conocemos. Pero con el mismo ánimo siempre y siempre con la intención de devolver la racionalidad al primer plano de la acción política. Sin duda, el camino directo para la animadversión de los que, de buena o mala fe pero con fe de carbonero, niegan el pan y la sal a los discrepantes. Es decir, a la mayoría inmensa de sus conciudadanos.
Pero eso importa poco. Lo importante, lo grave es el para qué de la destrucción de Cs. Sin ánimo de extenderme, quiero dejar sentado que nos encontramos en medio de una guerra cultural con un doble frente. El ordinario –aunque difuso- es externo. Luchamos contra aquellos que cuestionan nuestro modo de vida heredado de las grandes revoluciones liberales. Rusia o China, por ejemplo. Las democracias liberales de Occidente suponen la negación de sus sistemas políticos porque unen al bienestar y a la riqueza un modelo más o menos desarrollado, más o menos real de libertades. Las que allí no existen sino nominalmente.
Pero hay un segundo frente mucho más peligroso porque es interior. Vivimos una suerte de lucha civil en la que, en nombre de supuestas libertades e identidades individuales o colectivas, se busca destruir el sistema de libertades general. Cualquier populismo triunfante vence en detrimento de la libertad y de la igualdad. Porque, en la medida en la que venza, aniquilará o reducirá a una gran parte de la población, ya se trate de una supuesta casta o de unos supuestos traidores.
Nos guste o no, el subsistema político del 78 está en crisis y acusa ese doble frente local y general. En parte, porque lo han propiciado así sus auto investidos gestores (PSOE y PP). En parte, también, por el ataque durísimo que la democracia liberal viene sufriendo por parte de los quintacolumnistas contraliberales. Y ahí tienen Uds. el para qué de la deseada destrucción de Cs, de lo que Cs representa: la defensa incondicional y abierta de ambos sistemas.
Como liberales, difícilmente podemos ser dogmáticos. Sin embargo, somos inequívocos en la defensa local de nuestra Constitución y general de nuestro sistema democrático liberal. Sin entrar en sus groseras corrupciones y colusiones, las sucesivas dirigencias del PSOE y del PP son responsables directas de la promoción tacticista y suicida de Podemos y de Vox, así como de haber preferido siempre, siempre, siempre el apoyo de las minorías nacionalistas y reaccionarias, valga la tautología.
¿Cómo habrían de querer o tolerar de buen grado a un partido nacional que articulase los cerca de cuatro millones de votos del verdadero centro político? ¿En dónde iban a alquilar el disfraz centrista con el que se revisten cuando deciden –no siempre- ganar elecciones? Por su parte, los programas políticos de Podemos o de Vox suelen apuntar en contra de las cinco sextas partes de los respectivos electorados. Así que, según el gusto, la ocasión o el pagador, Cs es veleta, fascista, socialista, pomelo, traidor, bisagra y, por supuesto, tocanarices y blandito. Delenda est Ciudadanos.
Pero, aun siendo cierto que podría desaparecer, no lo es menos cuánto necesitamos de la permanencia de Cs como contrapunto a todo lo anterior. La necesidad de un partido liberal en una democracia liberal es análoga a la de un arquitecto en una obra. Porque el arquitecto no se desentiende una vez que ha diseñado los planos y realizado los cálculos. Y, si lo pretende, ahí está la Ley de Ordenación de la Edificación para recordárselo. Es cierto que una de las razones por las que cuesta tanto cuajar una propuesta netamente liberal es la profunda imbricación del liberalismo político en la estructura político social tras más de dos siglos de adaptación y de victoria sobre poderosos adversarios. Es, sin duda, el paradigma de la sociedad occidental contemporánea. O, si se prefiere, su trama invisible.
Sin embargo, ese triunfo, esa paradigmatización, no justifican que pueda darse por terminado su programa político. Y eso es así por su sencillez extrema y su carácter abierto, los que resultan del artículo 1 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. ¿Quién se opondrá al respeto de la libertad personal y a la lucha contra la desigualdad como medio efectivo de promoción de esa misma libertad? Nominalmente, nadie. En la práctica, muchos. Ahora bien, ¿quién defenderá conjuntamente y por ese orden ambos principios? Desde luego, no las izquierdas debeladoras ni las derechas egoístas. A los nacionalismos liberticidas e identitarios no se les espera en esa tarea.
Es evidente que la defensa del binomio liberal solo puede hacerse en plenitud desde el liberalismo político. Es evidente que la defensa del centro de gravedad de la fábrica político-social solo puede hacerse desde el centro político. Y por ello, porque es evidente, recibe tantos y tan duros ataques Cs. Y precisamente por ello Cs debe asumir desacomplejadamente el liderazgo, la articulación y la representación de todos los electores que, desde el celeste al rosa pálidos pasando por el naranja, creen en la libertad y en la igualdad con carácter indivisible y universal.
El liberalismo político es mayor de edad, tiene grupo europeo propio y no necesita enmascararse en la sopa de letras y corrientes del PP. El programa liberal, ese artículo 1, supera con mucho en antigüedad, éxito y densidad los ciento cuarenta años –incluidos los vacacionales- que el PSOE dice acreditar.
Así que, ya ven, sobran las razones para continuar en la defensa del proyecto general y local que Cs representa. Por todo ello –que no es poco- y por mucho más, cuando cualquier otro censor de lance o de parte proclame con solemnidad que Cs debe ser destruido, confío en que muchos, como yo, contesten lo mismo: y un cuerno.
*** Pedro Miguel Mancha Romero es abogado, profesor de Filosofía del Derecho y concejal de Cs en San Roque.