El gatopardismo de Pedro Sánchez y su crisis de Gobierno
La crisis de Gobierno ejecutada por Pedro Sánchez habla de renovación generacional, de feminismo y de municipalismo, pero… ¿hay algo más detrás de ella?
"Cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo" dijo Confucio hace más de 2.500 años. Un aforismo que, aplicado a la última crisis de Gobierno, nos previene del riesgo de limitarnos a observar exclusivamente lo que el poder pretende que observemos.
Tras los últimos ceses y nombramientos, el presidente Pedro Sánchez habló de “renovación generacional”, de “feminización” del Ejecutivo y de la incorporación del municipalismo a las tareas de gobierno. Y por más que adoptemos una posición crítica y exigente, debemos reconocer que algunos cambios sí que ha habido.
Es cierto que la media de edad del Ejecutivo se ha reducido cinco años.
Es cierto que estamos ante el Gobierno con más mujeres de Europa.
Y es cierto que tres alcaldesas son ahora ministras.
Pero hasta ahí y ni un centímetro más.
Ahora, además de gestionar la asignación de 140.000 millones procedentes de los fondos europeos, Calviño asumirá un peso mucho mayor en la orientación política general del Gobierno
Tras la traviata pespunteada de la crisis de Gobierno más grande que se recuerda, buena parte de los signori del Gobierno de Pedro Sánchez siguen en sus sillones. Algunos incluso reforzados.
Es el caso de la ministra de Economía Nadia Calviño, que promociona a vicepresidenta primera sin necesidad de despojarse de su negativa a subir el salario mínimo o de sus reticencias a enmendar los aspectos más lesivos de la reforma laboral de 2012. Una ministra abiertamente liberal como copilota del autodenominado Gobierno más progresista de la historia.
Ahora, además de gestionar la asignación de 140.000 millones procedentes de los fondos europeos, Calviño asumirá un peso mucho mayor en la orientación política general del Gobierno. Un rol equivalente al que desempeñó Rodrigo Rato entre 2003 y 2004 en el Gobierno de José María Aznar.
Junto a Calviño, la otra gran variable que permanece constante es la del ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska, la figura que, seguramente, mayores asperezas levanta entre la izquierda.
Marlaska fue la mano ejecutora de las 6.500 devoluciones en caliente en la frontera de Ceuta y el máximo responsable de las cargas policiales en Madrid durante la concentración en repulsa por el asesinato homófobo de Samuel.
De su etapa como juez en la Audiencia Nacional, Marlaska arrastra su negativa sistemática a investigar las denuncias de torturas que luego han sido confirmadas por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
La influencia de Podemos en el Gobierno se ha ido reduciendo con el avance de la legislatura y los cambios anunciados por Pedro Sánchez no auguran un futuro muy prometedor
A la vista del anuncio de Pedro Sánchez, la regeneración política, con toda su profundidad y espíritu rejuvenecedor, se ha quedado de nuevo a las puertas de Castellana 5. Otra china en el zapato para quienes, desde la distancia, acompañamos al Gobierno.
El tercer pilar del Gobierno que permanece estable es el que representa Yolanda Díaz. Con un estilo que enmienda aspectos centrales de su predecesor, Díaz ha logrado, por el momento, blindar los ministerios de Podemos.
Pero nuevamente hasta ahí y ni un centímetro más. La influencia de su formación en el Gobierno se ha ido reduciendo con el avance de la legislatura y los cambios anunciados por Pedro Sánchez no auguran un futuro muy prometedor. La batalla entre Calviño y Díaz atraerá la atención de las izquierdas, y los príncipes o ministros harían bien en empezar a fortificar y abastecer su ciudad, como recomendaba Maquiavelo en su célebre manual para gobernantes.
Miquel Iceta, por su parte, ha durado al frente del Ministerio de Política Territorial lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Iceta es un cortafuegos comprensible, pero deja al descubierto el escaso interés del presidente por la cartera de Cultura, algo que le sitúa al nivel de sus predecesores, y el tacticismo que define su acción de Gobierno.
Nombramientos y ceses se producen a golpe de titular y no se invierte ni un minuto en diseñar los lentos movimientos estratégicos que son capaces de alterar el curso de los tiempos: la política con mayúsculas. Quizás esta falta de visión a medio plazo le terminará haciendo echar de menos a figuras como José Luis Ábalos o Carmen Calvo. Figuras que, más allá del abismo político que nos separa, demostraron estar con Sánchez en las duras y en las maduras.
Si este fuera verdaderamente el Gobierno más progresista de la historia no perdería ni un instante en mirarse el ombligo y abastecería de ideas la batalla cultural
La habilidad de Sánchez para el regate corto está acreditada por más que ahora tenga que demostrar que es capaz de mantenerla sin Iván Redondo al frente de su gabinete.
Desde esa perspectiva, la crisis de Gobierno ha sido una operación exitosa que ha generado alguna encuesta favorable y que establece una línea divisoria entre una primera mitad de legislatura marcada por la pandemia y las disputas territoriales, y una segunda que pretende estar dominada por la reconstrucción económica.
El error de cálculo puede venir por los movimientos políticos subterráneos que no detectan las encuestadoras que susurran al presidente, que son impermeables a los fuegos artificiales a los que nos tienen acostumbrados, y que describe con claridad la ofensiva neocon de los abascales y los ayusos.
Si este fuera verdaderamente el Gobierno más progresista de la historia no perdería ni un instante en mirarse el ombligo y abastecería de ideas, propuestas y horizonte a las posiciones progresistas en esa batalla cultural que definirá el futuro de España. Una misión de país, a la que está llamada todo el bloque de investidura y que no debería quedar relegada por una crisis de Gobierno que ha resultado ser una oda al gatopardismo que ni el mismísimo Giuseppe Tomasi di Lampedusa habría podido igualar.
*** Pablo Gómez Perpinyà es senador y coportavoz de Más Madrid.