Los extraños paralelismos entre Afganistán y Cataluña
Una nación se construye sobre un capital social común (historia, Derecho, instituciones y lengua comunes…). Sin ese capital, la nación será artificial y estará destinada al fracaso.
Cuando Barack Obama recogió el Premio Nobel de la Paz en 2009 tuvo que reconocer la incongruencia que ello suponía. Obama intuía ya que se iba a convertir en el presidente estadounidense que más tiempo habría de estar en guerra.
La de Afganistán ha sido la suya. Y aunque cuando tomó posesión por primera vez prometió poner término a los conflictos heredados de George Bush JR, también dijo que “se necesita vencer a los talibanes para construir un Estado y hay que construir un Estado para vencer a los talibanes”.
A fecha de hoy, como todo el mundo sabe, no ha sucedido una cosa ni otra. Es más. Su sucesor demócrata, Joe Biden, reniega de ello cuando afirma que “se supone que la misión en Afganistán nunca fue construir una nación ni crear una democracia unificada y centralizada”. Aquel día, el vicepresidente de Obama debía de tener cosas mejores que hacer. O acaso tuvo uno de sus primeros ataques de sordera.
No es la primera vez que los occidentales hacemos el ridículo en territorio afgano. A los británicos todavía les escuece el final de la primera guerra angloafgana tras la masacre del ejército de William George Keith Elphinstone en 1842. Otro general contemporáneo suyo, William Nott, dijo de aquel militar que era “el más incompetente soldado que había llegado a general”. A pesar de ello, sus superiores lo enviaron a Kabul.
Afganistán nunca ha sido una nación, sino una región poblada por tribus. Esto lo saben muy bien los británicos por su pasado colonial
A esta primera guerra entre británicos y afganos siguieron otras dos. La segunda, entre los años 1878 y 1880. Y la tercera, durante los meses de mayo y agosto de 1919. Como los británicos siempre quisieron mantener controlada la zona por los intereses que durante casi dos siglos tuvieron sobre la India, un funcionario colonial llamado Mortimer Durant trazó una línea de 2.640 kilómetros que, como recalca el escritor y exministro del Reino Unido Rory Stewart, “dividió arbitrariamente el territorio afgano sobre el que se asentaban las tribus pastunes”. Circunstancia que permitió que Pakistán se independizara en 1947.
Afganistán nunca ha sido una nación, sino una región poblada por tribus. Esto lo saben muy bien los británicos por su pasado colonial y, por añadidura, las restantes potencias occidentales que han desplegado tropas allí, empezando por Estados Unidos. De ahí su primitivo empeño en erigir una nación, explicitado por Obama y respecto del que ha hecho oídos sordos Biden.
Pero una nación no se construye en 20 años. Aquí tenemos a Jordi Pujol, que empezó a fabricar la suya hace 40 y todavía no lo ha conseguido. Y eso a pesar de que Cataluña (aunque a veces lo parezca) no está dividida en tribus, sino tan sólo en provincias.
Formar una nación exige construir su capital social. Por favor, políticos, lean a Pierre Bourdieu, Robert Putnam y Jonathan Haidt, tres sociólogos que han escrito mucho y bien sobre este tema. Las naciones se constituyen por medio de instituciones tales como la historia, el territorio, las costumbres, la religión, el Derecho, el ejército, la policía, los tribunales y la organización política. Hasta que no se solidifican todas o casi todas no hay nación que valga y la región no deja de ser un polvorín.
Cuando Robert Putnam publicó su ensayo sobre el declive del capital social de los Estados Unidos (El declive del capital social) fue recibido inmediatamente por Bill Clinton. Según este sociólogo estadounidense, “para crear sociedades pacíficas en un territorio multiétnico [como Afganistán] se han de atar lazos entre los grupos”. Es lo que él llama capital puente y que se contrapone al capital vínculo, que es el que se produce cuando la persona socializa con otras pertenecientes a su mismo grupo de edad, religión, equipo de fútbol o raza, por ejemplo.
Los nacionalistas catalanes no tienen ningún interés en establecer puentes con la población no nacionalista residente en Cataluña
Fortalecer el capital vínculo es relativamente sencillo. Lo difícil es consolidar el capital puente. Que, siguiendo el ejemplo de Putnam, sería tanto como conseguir que los hinchas del Real Madrid y del F.C. Barcelona fueran capaces de fundar un centro de recreo común para las familias de unos y de otros.
Ni la administración estadounidense ha hecho el más mínimo esfuerzo por consolidar el capital puente entre las tribus afganas (pues se ha limitado a ejercer un mínimo control militar y policial, olvidándose de la religión, del Derecho y, sobre todo, de la organización política) ni los nacionalistas catalanes tienen ningún interés en establecer puentes con la población no nacionalista residente en Cataluña.
Lo único que ha habido, en ambos casos, ha sido imposición. Las naciones no se construyen obligando, sino tendiendo puentes que, con el tiempo, conduzcan a la asunción de un mínimo capital social que se manifieste a través de un proyecto de vida en común. Todo lo demás son atajos que a la postre no conducen a ningún sitio. Ejercer presión (si no se hace nada más) es como hundir un trozo de corcho en un barril lleno de agua. En cuanto cede la fuerza, el corcho sale por donde menos te lo esperas.
Lo único que une a las 'tribus' nacionalistas catalanas es alcanzar el poder de una pretendida república independiente
Ni en Afganistán ni en Cataluña habrá nunca una nación real. A lo sumo polvorines falsamente controlados. ¿De verdad alguien piensa que si Cataluña consiguiera (de alguna manera) su independencia se convertiría en una nación subsistente? ¿Cuántos puentes, y de qué naturaleza, se han construido entre la gente de la CUP y de Ada Colau, los Comités de Defensa de la República, ERC y la burguesía catalana, supuestamente representada por JxCAT?
Realmente, lo único que une a todas estas tribus es alcanzar el poder de una pretendida república independiente. Resulta ilusorio fiarlo todo a un “después ya veremos”. A los pueblos no se les debe tratar así. Las naciones no se construyen de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba. O, al menos, con ambos tipos de movimiento al mismo tiempo.
Qué pena no haber aprovechado el indulto para haber conmutado el lujo asiático de Lledoners por un destierro asiático. Los consejos de Oriol Junqueras, Raül Romeva, Jordi Cuixart y compañía hubieran sido de mucha ayuda al gobierno de Ashraf Ghani y, sobre todo, a los delegados de la administración Biden. No habrían tenido excusa para decir que construir una auténtica nación en Afganistán es imposible.
Con semejantes arquitectos de naciones, en cuatro días lo habrían conseguido. Y la lengua común entre las tribus sería el catalán.
*** Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica. Su último libro es Contra la corrección política.