El bable, una lengua lista para su desaparición
¿Sobrevivirá el bable durante los próximos años o se extinguirá como otras lenguas innecesarias y sin prestigio social? La respuesta es obvia, a pesar del empeño de algunos políticos por convertirlo en una lengua administrativa y artificialmente viva.
Hay idiomas que existen y otros que, en sentido estricto, no. El bable es uno de ellos. Son idiomas irremisiblemente acompañados de otros, complementados por otros, idiomas que no tienen vida en solitario porque así han crecido empujados por la historia. Por fortuna, nadie lo llama dialecto, término desdeñoso. Seríamos más claros diciendo que toda lengua es dialecto de otra y todo dialecto, una lengua.
Cuando Roma dejó de ser un imperio, el latín acompañó su desmoronamiento. Nacieron las lenguas románicas.
En la península ibérica, la lengua de Roma se fragmentó en seis dialectos.
En los extremos oeste/este, en el gallego y el catalán, que en sus trayectorias hacia el sur fueron portugués y valenciano. En el territorio de los antiguos astures y cántabros, el astur-leonés y, un poco más al este, el navarro-aragonés. Pero ni uno ni otro se extendieron, porque el castellano-español, en medio de los dos, se adelantó en la conquista de los territorios del sur.
Si los astures, dirigidos por don Pelayo en Covadonga, hubieran continuado con sus victorias contra los invasores, tal vez hoy España hablaría asturiano.
Sólo en Europa, más de cuarenta lenguas necesitan el apoyo de otra para completar las necesidades comunicativas de sus hablantes
Pero el reino de Castilla y su organización militar, que le permitió adelantarse en las conquistas, cambió el curso de la historia de las lenguas. Y fue el castellano, y no otra, la lengua que sirvió para la unificación de los reinos.
El avance acabó con el sexto dialecto latino peninsular, el mozárabe, desarrollado en los territorios ocupados.
Así que el latín pater nostrum evolucionó en gallego a noso pai; en asturiano occidental a pái nuesu; en central a pa nuesu; en oriental a padre nuestru; en castellano a padrenuestro; en aragonés a pai nuestro; y en catalán a pare nostre.
Pero todos aprendieron a decirlo también en castellano porque les resultó útil. Que es lo que ha ocurrido con las lenguas y sus hablantes desde la antigüedad. Sólo en Europa, más de cuarenta lenguas necesitan el apoyo de otra para completar las necesidades comunicativas de sus hablantes: si bretón, francés; si galés, inglés.
El hecho es que los castellano-españoles señalaron tendencia, y los gallego-portugueses, los astur-leoneses, los navarro-aragoneses y los catalano-valencianos los imitaron, los aceptaron y se adhirieron a la lengua de los reyes católicos con el mismo deseo que hoy aprendemos inglés (en todo el mundo), ruso (en los territorios de la antigua Unión Soviética) o suajili (en África central).
Gallego-portugués y valenciano-catalán ya habían desarrollado una importante literatura cuando, llegado el siglo XV, añadieron el castellano-español porque favorecía sus intereses culturales, comerciales y sociales por su condición de lengua acomodada. La lengua en auge atraía tanto a los escritores como a la alta clase social, y se introducía sin imposición ni medios coercitivos.
La lengua de moda fue apreciada y utilizada por otros escritores de la península como muchos años después el polaco Joseph Conrad y el checo Milan Kundera eligieron el inglés y el francés respectivamente, lenguas que aseguraban una mejor difusión que las propias. Por eso el asturiano Jovellanos escribió en castellano, al igual que muchos años antes lo habían hecho el catalán Juan Boscán y el portugués Francisco Sá de Miranda.
En 1981 se funda la Academia de la Llengua Asturiana, que codifica el bable, ortografía incluida, tomando como referencia la variedad central
El bable frustró pronto su andadura, como lo hicieron tantas otras lenguas neolatinas. Muchos asturianos desearon añadir a la herencia de sus antepasados la lengua de moda, y después abandonar la propia.
Llegados al siglo XX, la escolarización y los medios de comunicación arrinconaron aún más al bable, sin apenas tradición escrita. Por entonces, se instala el español en las clases modestas y se inicia un retroceso del asturiano en los núcleos urbanos que se extiende a los rurales.
En 1981 se funda la Academia de la Llengua Asturiana, que codifica el bable, ortografía incluida, tomando como referencia la variedad central. Desde 1984 se puede estudiar asturiano en algunas escuelas, si así lo elige el alumno. En 2000, la Academia publicó el Diccionariu de la Llingua Asturiana, con unas 50.000 entradas.
En cuanto al número de hablantes, las cifras bailan. Del millón de habitantes del Principado sólo unos 100.000 lo heredan, y tal vez otros 100.000 se manejan en las conversaciones de la cotidianidad. Otros 200.000 lo entienden y balbucean. En los últimos 20 años, un tercio de los hablantes han dejado de usarlo en las comarcas del interior. En el litoral prácticamente no existe.
La cooficialidad del asturiano será un instrumento del poder para crear un entramado de necesidades innecesarias alrededor del cuerpo de funcionarios, de la enseñanza, de las televisiones y de traductores inútiles
Los asturianos han hablado desde hace siglos en la lengua que han querido y no hace falta que venga nadie a decirles en qué deben hablar ahora que el bable ha sido declarado cooficial por primera vez en sus siglos de historia y decadencia. Tampoco la cooficialidad repara oprobios, porque no los hubo, ni va a extender su uso más allá de los actos oficiales y administrativos. En la comunidad vecina, la vasca, los esfuerzos de tantos años por inyectar con anestesia el euskera no han incrementado el número de hablantes reales.
La cooficialidad del asturiano bien puede convertirse en un instrumento del poder para crear un entramado de necesidades innecesarias alrededor del cuerpo de funcionarios, de la enseñanza, de las empresas, de los periódicos, de las televisiones, de traductores inútiles y de muchas más ideas artificiales protegidas por un importante presupuesto. Un verdadero abuso si no se respeta el derecho elemental de todo funcionario a hablar libremente en la lengua que elija, y también el de poner la enseñanza del asturiano a disposición de quienes deseen aprenderlo. Pero sin menospreciar ni marginar a quien no desee estudiarlo.
Y todo eso, antes de que la cooficialidad prenda una espeluznante y peligrosa llama. La del nacionalismo.
Si contemplamos la evolución natural de las lenguas, la posibilidad de que el asturiano resurja no existe. Carece de una literatura sólida como el gallego o el catalán, de prestigio entre sus hablantes, de estudiantes que la necesiten, de empaque histórico y, sobre todo, de necesidad de uso. Si se necesitara, seguro que resurgiría como el ave Fénix de sus cenizas.
Pero no. No hace falta porque la lengua de los asturianos es, digámoslo sin tapujos, el español.
*** Rafael del Moral es sociolingüista y autor del Diccionario Espasa de las lenguas del mundo, Breve historia de las lenguas, Historia de las lenguas hispánicas y Las batallas de la eñe.