La "equilibrada insatisfacción" que solucionaría la crisis en Ucrania
La crisis de Ucrania demuestra que la Guerra Fría se cerró en falso. Uno de los fallos estratégicos más clamorosos de los aliados occidentales tras la caída de la Unión Soviética consistió en no garantizar la seguridad de Rusia en su esfera de influencia.
La crisis de Ucrania muestra cómo el orden mundial está dejando atrás la etapa pacífica de la globalización en favor de la convergencia. Es decir, del reequilibrio de poder en beneficio de Asia y en detrimento de Occidente. Está naciendo una nueva arquitectura mundial, basada en nuevos principios y reglas, en torno a nuevos líderes globales y regionales.
En su Estrategia de Seguridad de 2021, el Gobierno ruso advirtió de que la lucha de los países Occidentales por el mantenimiento de su hegemonía podría incrementar la inestabilidad mundial durante los próximos años.
Y así es como interpreta Vladímir Putin la crisis en Ucrania: como una provocación Occidental.
Y así es como Putin la analiza: "Hay que aprovechar el momento de debilidad del rival".
Putin ha elegido muy bien el momento en el que dar su siguiente paso.
Mucho se hablado sobre la actitud del Gobierno alemán durante esta crisis. Pero hay detalles que considerar. Porque el Gobierno tripartito, formado por el SPD, los Verdes y el FDP liberal, tiene posiciones enfrentadas sobre puntos importantes de la política exterior alemana, lo que condiciona su respuesta al envite ruso.
"Los socialistas alemanes han pedido dejar la energía fuera de las posibles sanciones a Moscú, conscientes de las repercusiones negativas para Alemania, que importa más de la mitad de su gas desde Rusia"
Además, el acuerdo de Gobierno incluye cláusulas como la relativa a la exportación de armas y consagra un sistema restrictivo que prohíbe el envío de armamento a regiones en crisis. De ahí la negativa alemana a unirse a otros miembros de la OTAN en la asistencia militar a Kiev, lo que ha comportado incluso el bloqueo de la transferencia desde Estonia a Ucrania de artillería fabricada en Alemania.
Con el gasoducto Nord Stream 2 finalizado, pero a la espera de ser aprobado, la cuestión energética es esencial para entender la postura alemana.
Los Verdes no pondrían objeción a la paralización del nuevo gasoducto en caso de invasión rusa de Ucrania, dado que son contrarios a las energías fósiles. Los liberales, como atlantistas convencidos, tampoco se opondrían, alineándose así con Washington. Pero los socialistas ya han pedido dejar fuera de las posibles sanciones a Moscú los asuntos energéticos, conscientes de las repercusiones negativas para un país, Alemania, que importa más de la mitad de su gas desde Rusia.
La Unión Europea (UE) coquetea por su lado con la autonomía estratégica, pero continúa con su tradicional división en temas de seguridad y defensa. Se muestra así incapaz de adaptarse al nuevo entorno competitivo.
Respecto a Ucrania, las diferencias son evidentes entre los miembros de la UE (y dentro de los mismos) y no sólo en Alemania. Esta intenta salir lo menos perjudicada posible de la crisis. Pero muchos de sus socios europeos no comparten su contemporización hacia Moscú, lo que les obliga a mirar a Washington en busca de apoyo.
"Para los estadounidenses, Ucrania no es Kuwait. Según las encuestas, sólo un 25% de sus ciudadanos está a favor de entrar en guerra con Rusia por Ucrania"
Desde París, Emmanuel Macron intenta consolidarse (con escaso éxito) como el defensor de la autonomía europea, lo que en Estados Unidos se ve poco menos que como una deslealtad. Para alegría de Moscú, que ve aumentar las discrepancias entre los aliados, evidentes ya tras la firma de la alianza AUKUS.
Para los estadounidenses, Ucrania no es Kuwait. Según las encuestas, sólo un 25% de sus ciudadanos está a favor de entrar en guerra con Rusia por Ucrania. Con el país aun recuperándose del caótico cambio de Administración de hace un año y de la humillante salida de Afganistán, Joe Biden debe encontrar el equilibrio entre sus limitaciones domésticas y sus obligaciones exteriores, sin olvidar las cruciales elecciones de medio mandato del próximo noviembre.
El envío de material bélico a Kiev y la amenaza de duras sanciones económicas a Moscú, junto con el mantenimiento del diálogo diplomático para evitar la guerra, son los primeros pasos de una escalada que puede continuar con el refuerzo de la presencia militar estadounidense en los países OTAN del flanco oriental europeo. Hay que recordar que Biden llegó a la Casa Blanca con la promesa de sanar las heridas internas de una nación dividida.
Hace un siglo, una guerra así hubiese unido al país. Pero hoy sólo provocaría más desunión, contribuyendo a ese desencanto popular que Donald Trump sigue instigando en la sombra.
Vladímir Putin es consciente de todo lo anterior. En parte, porque él mismo ha impulsado muchos de esos procesos.
Y por eso ha elegido este momento para lanzar su órdago a Occidente. Es un nuevo paso en su afán por revertir el escenario geoestratégico surgido del fin de la Guerra Fría.
"Ucrania es un país dividido acerca de su presente y su futuro, con una importante minoría rusófila y una exigua mayoría prooccidental demasiado débil como para forzar un cambio de rumbo drástico"
Putin ha estimado que ahora tiene una ventana de oportunidad para que los intereses rusos prevalezcan como lo hacían en los tiempos del Imperio soviético. Para el presidente ruso y su entorno nacionalista, Ucrania y Bielorrusia forman junto a Rusia una unidad nacional bajo un mismo espacio histórico y espiritual, por lo que una hipotética entrada de Kiev en la UE o en la OTAN es vista como una agresión.
El intento de crear un escudo de seguridad que reduzca a sus vecinos a simples vasallos del Kremlin oculta la inseguridad rusa. De lograr sus objetivos, el respeto a la soberanía estatal, y con él el principio de puertas abiertas de la OTAN, serían negados. Por no hablar de la arquitectura de seguridad europea, que quedaría al albur de la próxima decisión del presidente ruso.
Ucrania es la principal víctima de la situación y la gran olvidada durante los debates sobre las exigencias de seguridad de Moscú y la posible ampliación de la OTAN. Es también un país dividido acerca de su presente y su futuro, con una importante minoría rusófila (minoría que hasta 2004 dominó la política del país) y una exigua mayoría prooccidental demasiado débil como para forzar un cambio de rumbo drástico.
Su importancia se ve acrecentada por la red de gasoductos y oleoductos que cruzan el país desde Rusia hasta Europa y que Moscú ha tratado de contrarrestar con la construcción del Nord Stream 2. De perder Ucrania su soberanía, volveríamos a los oscuros días del telón de acero.
De hecho, gracias a la crisis de Ucrania podemos asegurar ya que la Guerra Fría se cerró en falso. Uno de los fallos estratégicos más clamorosos de los aliados occidentales tras la caída de la Unión Soviética consistió en no garantizar la seguridad de Rusia en su esfera de influencia.
Quizá esa tarea se encontraba fuera de su alcance. Pero, mientras unos se ensimismaban con su victoria y otros con su reconstrucción, en Moscú el desencanto pronto se convirtió en ánimo de revancha a medida que la OTAN y la UE se expandían hacia el este.
Como ya dijo Henry Kissinger en 2014, si las partes en conflicto buscan sólo imponer sus intereses a costa de los del rival, el conflicto será inevitable. Bien harían todos en comprender que la solución radica "no en la absoluta satisfacción, sino en una equilibrada insatisfacción".
*** Pedro Francisco Ramos Josa es profesor del master en Política Exterior de la Universidad Internacional de Valencia.