El 'harakiri' de Castillo, Miss Croacia y adiós a Lapierre
Pedro Castillo, Ivana Knoll, Mohamed VI y Dominique Lapierre; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Pedro Castillo
Esta es la historia del maestro de Cajamarca (Perú) que pasó con más pena que gloria por la presidencia de su país. Pequeñito, rural, inseguro, corrupto, homófobo y populista. Desde que llegó al poder con marchamo de izquierdas con un congreso de derechas, no paró de animar su dramática telenovela. Por si Vargas Llosa quiere contarla algún día. Se le acuso de cargarse los partidos políticos y dejarse llevar por sus instintos antidemocráticos. Por si eso fuera poco, maniobró con la única intención de retener el poder, pero se adelantó con un autogolpe a la amenaza de una moción de censura. Resumiendo: un despropósito tras otro. Víctima de sus propios errores, fue abandonado por el ejército, su partido político, los ministros y hasta sus escoltas. Acabó en el trullo y ha sido otro final amargo en ese Perú desorientado con cinco presidentes en cinco años.
Pedro Castillo era -es- un político de izquierdas con tentaciones totalitarias y decisiones tragicómicas. Incapacitado para ejercer con las élites del país en contra, su paso por la dictadura que improvisó la semana pasada duró apenas 180 minutos.
Maestro rural sin cartera y golpista de sí mismo, atrás deja sus declaraciones contra el aborto, contra la eutanasia y contra el matrimonio entre personas del mismo sexo. Cuentan también que, durante la última campaña electoral, la CNN no encontraba fotos del candidato con la que ilustrar un reportaje del estadista inesperado.
Así de curioso era Pedro Castillo, el Jaimito de la izquierda peruana. Los anacronismos le hicieron polvo. A ver si Dina Baluarte, la sucesora, se lo monta mejor.
Ivana Knoll
La secuencia extrafutbolística no pasará a la historia de los Mundiales de Qatar, pero deja notas de color en las gradas. Mujeres, muy pocas, y casi todas occidentales. A algunas les va el circo. Les cuento.
Unos fotógrafos correteaban por las gradas con la intención de atrapar a Ivana Knoll, Miss Croacia, una señora espectacular vestida de bandera ajedrezada, a cuadros rojos y blancos. Ivana descendía por las escaleras junto a unos maromos envueltos en túnicas blancas y recién planchadas (galabiyas, le llaman) que no paraban de apuntar con sus móviles hacia la modelo. Y ella se sentía mirada y admirada por buena parte del estadio, pues los paparazzi no eran los únicos mirones interesados en el escultural cuerpo de Ivana.
Ocurrió en los primeros partidos de Croacia y volvió a ocurrir el viernes pasado en el Education City Stadium, donde los de Ivana eliminaron a Brasil y donde la miss volvió a tener problemas con los agentes de la seguridad, a los que calificó de “groseros”. La escenificación volvió a ser más o menos la misma: Ivana descendía por las escaleras contoneándose como una pantera. Gafas de sol, melena oscura, bikini rebosante de carnes y una malla de licra marcando culo. Para terminar, tacones de aguja XXL. La población masculina apartaba la mirada del césped y solo tenía ojos para la miss. Una vergüenza inexplorada por las vestales del feminismo internacional. Casi mejor.
Mohamed VI
El futbol me toca un pie, incluidos los partidos que enfrentan a dos equipos contrapuestos presumiendo de patrióticos. A la selección española se le supone un nivel importante de patriotismo, pero lo disimula divinamente, salvo que en sus respectivos conjuntos figuren futbolistas catalanes o vascos a quienes les basta con cantar la Macarena para excitarse.
Lo de Marruecos es distinto. La selección marroquí armó el pitote cuando su selección dejó a la belga en bragas. Aquella misma noche, los barrios de Bruselas con mayor densidad de emigrantes marroquíes salieron a la calle como fueran los tercios de Flandes (en versión magrebí, se entiende). Unos días después, el equipo español también hizo el ridículo ante los súbditos de Mohamed VI. El conjunto de Marruecos elevó sus plegarias a Alá y Alá les correspondió. Los jugadores rojiverdes incrustaron los penaltis en el fondo de la red con la fuerza de sus plegarias. Achraf lleva la voz cantante del equipo. No solo lanzaba el balón a la velocidad de la luz. También demostraba ser un fenómeno con la potencia de sus piernas. Achraf y Sergio Ramos juegan en el PSG y son buenos amigos. En nombre de esa amistad, Achraf mandó aquel día un mensaje a Luis Enrique quejándose por no haber convocado a Sergio Ramos. A lo mejor tenía razón.
Aquel día, en muchas poblaciones españolas y en todas las marroquíes, el pueblo estalló de alegría como nunca antes lo había hecho. En la capital, Rabat, Mohamed VI lo celebró con su familia y amigos. No consta que saliera a la calle a tirar cohetes, pero como dijo al día siguiente la prensa, el monarca se sumó a la fiesta. Igual que ayer, cuando la selección marroquí dejó en la cuneta a Portugal. No sería de extrañar que este acontecimiento determine el futuro deportivo de Hassan, el heredero. Lo que se echa en falta en esa familia es más sesiones de ejercicio físico y abundantes tazas de leche con ColaCao.
Dominique Lapierre
Todos los días se nos muere alguien. El último, que será el penúltimo, fue Dominique Lapierre, un escritor francés que se infló a producir bestsellers desde que tuvo uso de razón literaria. El momento culminante fue en 1985, cuando se publicó La ciudad de la alegría, que daría la vuelta al mundo y de la que vendió millones de ejemplares.
Lapierre murió el día 4 de este mes a los 91 años. Lejos de la India, una de sus grandes debilidades. En su obra más famosa contó la pobreza de uno de los barrios más depauperados de Calcuta. Describió todo y todo lo palpó porque nada le era ajeno en la India plural y estratificada. Ni un aroma sin descifrar por la pituitaria del escritor. Dicen que cuando murió Lapierre en la Costa Azul el cielo se nubló y a Francia llegó el olor dulce de las guirnaldas.
[Muere a los 91 años el escritor francés Dominique Lapierre, autor de 'La ciudad de la alegría']
En mitad de la vida conoció a Larry Collins y escribió algunas obras con él: Oh Jerusalén, Esta noche, la libertad, ¿Arde París?, El quinto jinete y O llevarás luto por mí, una minuciosa investigación de la vida del torero Manuel Benítez 'El Cordobés', con la posguerra civil española como trasfondo.
Lapierre llevó su pasión por la India más allá de la literatura y el cine, hasta el punto de que cuando ya llevaba escritos unos cuantos libros sobre el país decidió trasladarse a vivir allí. Sin embargo, no le bastó con sentirse medio francés, medio hindú. También amaba a España. Tenía familia en nuestro país, concretamente un sobrino, el escritor Javier Moro, que se sintió contagiado por el arrebato hindú del tío y juntos escribieron Era medianoche en Bhopal. Por su parte, Javier escribió algunos libros basados en personajes de la vida real. Es el caso de Pasión india, inspirado en la historia de amor del marajá de Karpunthala y la malagueña Anita Delgado, una bailarina a la que aquel conoció en un cafetín y a la que pidió en matrimonio en una carta escrita por Valle-Inclán.