Perder las elecciones no es siempre un fracaso político
Una noción muy restrictiva de la política como logro del poder impide entender que ganar unas elecciones no equivale sin más a triunfar, ni se fracasa siempre cuando se pierden.
Una de las pocas declaraciones sorprendentes de Alberto Núñez Feijóo ha sido esa en la que dijo que, de no ganar las elecciones, se volverá a su casa. Cabe interpretar que dijo eso asumiendo que no alcanzar tal objetivo sería un fiasco, pues eso es lo que se entiende más comúnmente por fracaso en política: no conseguir el poder al que se aspira. Se trata de una noción muy restrictiva del fracaso (y de la política).
En política hay muchas maneras de fracasar y no siempre se miden con la regla de la victoria o la derrota. El objetivo de la política no puede reducirse a alcanzar el poder.
La política fracasa cuando no consigue sus objetivos más nobles y difíciles. O sea, hacer posible una sociedad libre, justa y capaz de progresar de manera razonable y homogénea.
Por eso no se triunfa sólo cuando se ganan unas elecciones, ni se fracasa siempre cuando se pierden. El verdadero fracaso en política se mide en términos de un objetivo mucho más trascendente que la victoria de un líder o un partido. Porque lo que está en juego es la construcción de un futuro en el que vivir en paz y libertad.
De ahí que puedan fracasar las democracias y los países. Y esos fracasos son mucho más serios y dolorosos que el mero hecho de ganar o perder unas elecciones, algo siempre provisional.
El fracaso político más decisivo es el de la falta de unidad en los objetivos comunes. Platón comparó al político con el tejedor, el que trenza las fibras para construir un tejido más fuerte. Esto no es incompatible con el hecho de que la política se haga entre divisiones y conflictos.
Pero la buena política no puede consistir en exacerbar esas divisiones y conflictos.
Tiene que conseguir, por el contrario, que estas se reduzcan a una conversación y una negociación civilizadas. A algo que suponga un bien común para todos. Lo contrario de la política es la guerra, una apuesta por la victoria mediante la fuerza para avasallar al adversario y hacerle desistir de sus razones.
Por fortuna, en la mayoría de las sociedades modernas los ciudadanos tienen el buen sentido de no seguir a los líderes que proponen asaltar las instituciones. Aunque no siempre. Basta recordar las imágenes surrealistas del asalto trumpista al Capitolio para ver que, en expresión de Jiménez Lozano, lo que nos separa de la barbarie es sólo una delgada frontera que resulta muy fácil traspasar.
"Sánchez ha jibarizado al PSOE hasta el punto de que su antaño belicoso e indomeñable Comité Federal se ha visto reducido a una guardería"
Este fenómeno extremo, el fracaso completo de la política, no llega de improviso. Es la consecuencia de persistir en errores de menor tamaño que se repiten con insistencia por parte de aquellos que creen que la política es sólo un trampolín para llegar al poder.
Uno de esos fracasos acontece cuando los partidos políticos, que deberían ser cauces de participación popular, se convierten en fortalezas inexpugnables en las que un reyezuelo abusón impone sus criterios y enardece a los ciudadanos con la insana pretensión de acabar con el enemigo. Aunque no sea defecto exclusivo de nuestro país, el liderazgo entendido a la manera española se convierte en un ejercicio de doma de la opinión y de exterminio de cualquier discrepancia. Sobre todo en el seno del propio partido, al que se tiende a reducir a un escabel inerte para que el líder se luzca a placer.
Basta recordar que Mariano Rajoy, a quien casi nadie retrataría como un dictadorzuelo, invitó en el Congreso que lo entronizó en Valencia a que se fueran del PP los liberales y los conservadores. Al parecer, estos no le dejaban trabajar con el debido sosiego. Le hicieron caso y el PP todavía bracea en búsqueda del voto perdido.
El ejemplo de Podemos es paradigmático. Es difícil encontrar un caso tan notable de propiedad privada de un partido político, donde su líder es dueño y señor de la formación (hasta que se cumplan las previsiones sucesorias).
No está mal tampoco la cirugía de Pedro Sánchez, que ha jibarizado al PSOE hasta el punto de que su antaño belicoso e indomeñable Comité Federal se ha visto reducido a una suerte de guardería.
Por no mencionar el ejercicio de destrucción de Ciudadanos que ejecutó Albert Rivera con enorme talento.
"Hay muchos españoles que están más pendientes de una maternidad subrogada que de nada que tenga que ver con sus impuestos"
Son muchas las oportunidades de que la política fracase. Algo muy común en casi todos los partidos es la confusión sobre los modos y el ámbito de la política. Algo que siempre tiene efectos desastrosos.
Respecto a los modos, el error principal consiste en creer que todo depende de la doma de un votante al que se suele tener por tonto. Un ejercicio habitual consiste en insistir en lo perverso que es el adversario, con la convicción de que bastará con mostrar sus barbaridades para que los electores lo abandonen en masa.
Este error es muestra de una estupidez supina. Porque presupone que no hay que convencer a nadie con propuestas y razones. Que basta con denigrar al enemigo para que sus votantes cambien de modo de pensar.
Un segundo ejercicio suele consistir en la fabricación de esa propaganda estomagante que, a nada que nos descuidemos, acabará en manos de una inteligencia artificial.
Otro error común en política consiste en sacarla de su ámbito lógico, los asuntos públicos, para meterla de hoz y coz en la vida privada de los ciudadanos.
Esto último tiene su lógica. Porque hay muchos españoles más pendientes de la maternidad subrogada de una ciudadana cualquiera que de sus impuestos, el déficit presupuestario o el desastre de unas Administraciones públicas cada vez más orondas, ineficaces y lentas.
Muchos políticos creen adivinar en este mundo cercano al cotilleo un festín para sus intereses. Basta con recordar que Íñigo Errejón acaba de perpetrar una sábana para explicar cómo aplicará su enorme y barroca sabiduría en la "transformación de la cotidianidad". Miedo da leerlo.
En todos estos escenarios hay mucho más fracaso político que el que deriva de la apuesta de Feijóo por irse a su casa si no consigue desalojar a Sánchez de la Moncloa.
Y no digo más.
*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es La virtud de la política.