Una campaña pasional y con pocos argumentos
Tras el 23-J asistiremos a cambios de importancia al menos en uno de los dos grandes partidos nacionales.
Tal vez sea falso, pues la memoria suele ser muy engañosa, pero muchos recordamos campañas electorales en las que se argumentaba y se ofrecían promesas, mientras que en esta campaña canicular el papel que juegan las propuestas y los análisis políticos no sólo es escasísimo, sino puramente ornamental. Mero attrezzo.
La campaña de las generales ha reducido al mínimo los ingredientes argumentales y es interesante preguntarse por las razones, por el notable detalle de que la elección parece que va a decidirse de una manera bastante pasional, por sentimientos muy de fondo, y no siempre ejemplares, que han aflorado a borbotones en un panorama que parece sugerir que la contienda es entre dos enemigos que no tienen nada positivo que decirse.
Sánchez repite con seriedad que si no resultase elegido España entrará en un "túnel tenebroso" dirigido al pasado, un pasado ya muy lejano pero que, al parecer, puede volver traído por las urnas si no se vota correctamente.
Por su parte, Feijóo no ha cesado de hablar de "abolir el sanchismo" y ha hecho de esa intención muy difícil de precisar el eje de su campaña.
Ambos parecen empeñados en presentar la decisión del domingo 23 con un dramatismo especial que hay que confiar en que desaparezca en cuanto se conozcan los resultados y esté claro quién ha de ser el próximo presidente del Gobierno.
"Sánchez ha llevado a cabo una campaña muy personal que nos ha tratado de convencer de que está siendo víctima de una operación difamatoria, perversa e inicua contra su persona"
Ambas actitudes parecen coherentes con una presunción básica. A saber, que el resultado no responderá a los méritos de nadie sino a la derrota de uno de los dos contrincantes. Lo que parece flotar en el ambiente es que existe una gran ola popular de rechazo ante el gobierno Sánchez y que ese hecho es el que obliga a Feijóo a tratar de convertirse en un mero catalizador del proceso.
A su vez, esa percepción, al parecer compartida, ha obligado a Sánchez a llevar a cabo una campaña muy personal, a tratar de convencernos de que está siendo víctima de una operación difamatoria, perversa e inicua contra su persona. Contra quien ha presidido un gobierno que, a su parecer, ha hecho de las piedras pan milagroso.
El error más grave que ha cometido Sánchez ha consistido en reñir a los electores que valoran mal las cosas muy buenas que él cree haber conseguido. Al hacerlo, Sánchez se ha convertido en una figura contradictoria. Porque al tiempo que trata de pedir indulgencia hacia sus obras se comporta como un dogmático inflexible.
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Pedro Sánchez ha hecho tales esfuerzos para convencerse de que la política que ha hecho, audaz en tantos aspectos, era la mejor posible que ya es incapaz de caer en la cuenta de que caben otras maneras de ver las cosas y ello le inhabilita para redargüir bien. Sus posiciones se pueden defender, tal vez no todas, de maneras más inteligentes e incluso integradoras. Pero eso exige admitir que son discutibles, que es lo que las haría interesantes y defendibles.
Al no tomar distancia respecto a sus creencias y acciones lo integra todo en un discurso que considera incuestionable y que lo convierte en una persona poco apta para debatir. No sólo comete un error de comunicación, sino que exhibe un dogmatismo fruto de su permanente huida hacia adelante al no ver sus políticas como posibles, aunque arriesgadas, sino como la única salida progresista, un valor que en su creencia nadie osaría poner en duda. En esa situación mental se convierte en una caricatura beligerante para cualquiera que cuestione alguna de sus afirmaciones.
Los que crean que existe esa ola capaz de derribar a Sánchez de manera estrepitosa bastaría que recordasen que, en 1996, cuando el felipismo parecía del todo amortizado, el PP ganó, pero quedó muy lejos de la mayoría que esperaba. España no es ahora la de hace casi 30 años, pero se hace difícil afirmar que la izquierda y los nacionalistas tengan mucho menos peso que entonces.
"El PP ha jugado a fiarse de que el supuesto rechazo popular al sanchismo resultará suficiente"
Hace bien Feijóo, por tanto, en recordar que el triunfo imaginado se le puede escapar de las manos si los electores se dejan llevar por un exceso de optimismo o si el voto se entrega a quien no garantiza la mayoría precisa.
El PP ha jugado a fiarse de que el supuesto rechazo popular al sanchismo resultará suficiente. Y eso, junto con la precipitada e insólita convocatoria electoral, parece haberle eximido de preparar un programa consistente y de diseñar una campaña atractiva y bien orientada, de forma que ha actuado en demasiadas ocasiones de manera poco inteligible. Su actitud frente a Vox ha sido característica de esa indefinición.
Por una parte, el PP parece no poder librarse de una especie de realismo sucio que aconsejaría usar a Vox para lograr la investidura. Pero, al tiempo, ha manifestado serias discrepancias respecto a ese partido y no ha hecho gran cosa para tratar de ganar votos en esos caladeros, cosa que llama la atención si se tiene en cuenta que Feijóo sí ha hecho repetidas manifestaciones de afecto y cercanía hacia los votantes socialistas que, a su entender, debieran estar tan hartos de Sánchez como se supone lo están el común de los mortales. Que esta estrategia acabe por ser exitosa es cosa que habrá de verse.
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Al plantear una campaña de exclusión, los líderes del PSOE y del PP han quemado sus naves. Su derrota significaría con toda probabilidad su desaparición de la vida política. El PSOE es difícil que pueda seguir sosteniendo a un líder incapaz de sacar al partido de sus muy magras cifras tras casi cinco años de gobierno, pero el PP tendrá que plantearse su futuro de una manera mucho más crítica y radical si no consigue llegar a la Moncloa porque cualquiera puede ver que los males que inhabilitan al PP para alcanzar las mayorías que otras veces tuvo no son de los que se curan con un mero cambio de liderazgo.
En ambos casos, la resistencia al cambio será feroz. Sánchez invocará su pregonada capacidad de aguante para tratar de seguir controlando el PSOE, y el PP es una organización que se lleva muy mal con el autoanálisis y las reformas, pero algo tendría que hacer si no consiguiese evitar una nueva legislatura de Sánchez tras cinco años de políticas que el PP, pero no sólo el PP, califica como desastrosas. Pues bien, algo estarás haciendo muy mal si no consigues que te elijan en circunstancias tan extremas.
En consecuencia, ahora mismo, tras una campaña tan pasional como la que estamos viviendo, lo único que ofrece pocas dudas es que tras el 23-J asistiremos a cambios de importancia al menos en uno de los dos grandes partidos y sea quien sea el que consiga la investidura presidencial.
*** José Luis González Quirós es filósofo y analista político. Su último libro es La virtud de la política.