El nuevo Gobierno debe impulsar el pacto de Estado por la Sanidad
No se entiende que se siga frivolizando con Sanidad, y se le incluya en el carrusel de los ministerios mercadeables, por considerarlo un ministerio sin competencias.
Estamos a punto de saber la composición del nuevo Gobierno para la XV Legislatura. Y aunque parece que las cartas ya están echadas, hasta el último momento no se sabrá quién ostentará la titularidad del Ministerio de Sanidad.
Sorprende que tras la pandemia que hemos padecido, y que se ha llevado por delante la vida de más de 120.000 personas, se frivolice con el Ministerio de Sanidad, y se le incluya en el carrusel de los ministerios mercadeables. Se le considera un ministerio María o sin competencias.
Nada más lejos de la realidad. Si bien es cierto que el día a día de la Sanidad está delegada en las CCAA, la legislación básica es competencia exclusiva del Estado. Y esto implica cosas tan importantes como el acceso a la innovación, el estatuto laboral, o las competencias profesionales, entre otras muchas cosas.
Es decir, el Estado marca las reglas del juego y las CCAA juegan bajo esas reglas. Y fíjese hasta que punto es importante esta cartera que, pese a la terrible pandemia sufrida, la anterior Legislatura no se pudo sacar adelante, por falta de consenso político, algo tan esencial como es la Agencia de Salud Pública reclamada por todos.
Para el Estado, el Ministerio de Sanidad es como la salud para el individuo, que sólo se aprecia cuando falta o falla.
Por mi ocupación observo con mucha preocupación lo que está ocurriendo a mi alrededor. Veo el deterioro continuo en las condiciones de servicio y prestaciones de nuestro sistema sanitario público, que es el cimiento principal de nuestro modelo sanitario y el pilar fundamental de nuestro Estado de Bienestar. Más allá de la obviedad de que la salud es lo más importante, por cuestiones de masa crítica de población, para poder ofrecer de manera eficaz determinados procesos clínicos, todos somos susceptibles de necesitar acudir al SNS. Por tanto, debe ser el elemento más fuerte y estar lo más saneado posible.
Ahora bien, no se puede olvidar en qué se basa la idiosincrasia de nuestro modelo sanitario, esa que hace que sea de los mejores del mundo. Se basa en la combinación de un sistema sanitario público en teoría de alcance universal, accesible y equitativo, y un sistema sanitario privado complementario, que ayuda al primero en la gestión de la demanda asistencial cuando es necesario. O que le descarga directamente de recursos sanitarios y costes a través de la suscripción voluntaria de un seguro de Salud muy económico, en comparación con otros países con modelos similares al nuestro, que tienen más de 12,5 millones de ciudadanos.
El 26% de la población recurre a los servicios de la sanidad privada, por lo que cada vez es más inevitable. Es decir, en nuestro país hemos conseguido que conviva un sistema sanitario universal con un modelo de sanidad privada socializada con un alcance muy amplio.
"La combinación sistema público y privado permite que muchos profesionales obtengan un complemento para unos sueldos exiguos"
Además, esa combinación sistema público y sistema privado permite, por ejemplo, que muchos profesionales del sector público obtengan, a través del ejercicio privado, un complemento para unos sueldos mucho más exiguos que los de colegas de otros países de nuestro entorno. Esta es una de las claves del éxito por coste de los resultados de nuestro sistema sanitario.
En la actualidad todo el mundo, con independencia de su adscripción política, es consciente de que nuestro sistema sanitario público está en el tiempo de descuento.
Se han escrito ríos de tinta sobre el efecto que la pandemia tuvo sobre el mismo, tras años de desgaste como consecuencia de la crisis económica y los reajustes presupuestarios que tuvieron lugar desde el año 2008. La realidad es que, afortunadamente, la ciencia y la innovación cada vez evolucionan más rapidamente. Y en un contexto en el que no se incrementa la inversión en Sanidad, ni se implementan medidas para ser más eficientes, cada vez estamos más lejos de ofrecer a la población las mejores soluciones sanitarias a sus problemas, con lo que esto implica desde el punto de vista de morbimortalidad evitable.
De hecho, de no haber sido precisamente por la pandemia y los fondos Next Generation que se derivaron por la misma desde Europa, todavía seguiríamos, por ejemplo, sin actualizar la alta tecnología de nuestro SNS.
Y todo esto no es nuevo ni desconocido por parte de nuestras autoridades y los partidos, que allá por julio del 2020 ya firmaron un acuerdo que fue un verdadero pacto de Estado entre las dos principales fuerzas políticas. Fue a través del documento para la reconstrucción económica y social de nuestro país, en el que de forma expresa se reconocía, primero, que era fundamental "impulsar un nuevo pacto de Estado en pro de la Sanidad pública", para definir las bases de nuestro sistema sanitario para las próximas décadas. Y segundo, "que se deberían aplicar al Sistema Nacional de Salud los valores y principios de la buena gobernanza… que incluyen, entre otros: transparencia, rendición de cuentas, participación democrática, integridad y competencia; eficiencia, calidad y sensibilidad ante las necesidades, demandas y expectativas de la ciudadanos".
"La defensa que se hace del modelo de gestión pública directa por la Administración pública es de todo menos progresista"
Se firmó ese acuerdo y ahí quedó, porque las dificultades políticas han hecho imposible que se pudiera avanzar en su ejecución. Pero es una realidad palpable que el servicio y las prestaciones del sistema sanitario público cada vez son menos accesibles para la población.
Se dice que el Ministerio de Sanidad va a pasar, posiblemente, a manos del grupo parlamentario Sumar, para supuestamente aplicar políticas progresistas. Pero, por ejemplo, la defensa que se hace del modelo de gestión pública directa por la Administración pública es de todo menos progresista, porque fue introducido por el régimen de Franco en el año 1963.
Defender la Sanidad pública sería gestionarla de forma eficiente bajo fórmulas públicas. Y la única ideología que cabría en Sanidad es la que mejor vele por los pacientes y por los profesionales que les atienden.
Todo lo que no sea eso, o priorizar otros criterios políticos, sólo repercutirá en el servicio y las prestaciones que se dé a la población. Es imprescindible elevarse por encima de creencias y priorizar la atención a los pacientes. Y aprovechar, si no tenemos dinero público suficiente, todos los recursos que hay a nuestra disposición, y establecer con independencia de quién maneje el Ministerio un diálogo continuo que permita avanzar.
Un diálogo, por cierto, que debe venir en ambas direcciones. Porque no olvidemos que, de cara a la gestión diaria de la Sanidad, el Consejo Interterritorial (donde las cosas, aunque desgraciadamente no son vinculantes, se aprueban por mayoría) y 12 de las 17 Comunidades están en manos del PP.
Todo lo que no sea eso significará continuar por un camino de inmovilismo que sólo producirá lenta pero implacablemente un deterioro continuo de las posibilidades de nuestro sistema sanitario. Y con él, de la salud de nuestra población.
*** Juan Abarca Cidón es presidente de la Fundación IDIS.