Las cortinas de humo con las que Sánchez oculta su desnudez
El día que se diseñe un método infalible para que la información sea verídica, las primeras víctimas serán los principales emisores de bulos de la vida pública, los políticos.
A finales de abril, Pedro Sánchez se marcó el primer "no quiero ir al cole" en la historia de una democracia occidental. Algo que sólo sucede en países menos democráticos cuando sus líderes ponen pie en la senda de la deriva autocrática.
Por ejemplo, en Turquía sabemos que a Recep Tayyip Erdogan no le gusta nada madrugar. Al igual que nuestro presidente, el turco tomó carrerilla en la última década para acabar con la libertad de prensa, tras acusarles de mentir y de ir contra él con acusaciones fundadas de corrupción.
Pero Erdogan fue más lejos aún. Se inventó una oportuna ley con penas de cárcel para quien "insultara" al presidente. La falta de contrapesos le ha ido muy bien. Hasta marzo no perdió ni una elección en dos décadas.
Quienes hemos pasado media vida cubriendo dictaduras atesoramos una colección de desvaríos populistas de sus líderes, raudos en recurrir a ocurrencias pirotécnicas que iluminan su noche política cuando quieren permanecer en la silla a toda costa.
Cuando ya no saben qué hacer para mantener a sus hooligans entretenidos. Cuando no pueden o no quieren solucionar los problemas de sus ciudadanos. O cuando son víctimas del síndrome de Hubris.
Nuestro gavilán Sánchez reúne las cuatro condiciones.
"Para cualquier observador neutral, Erdogan es un chiflado histriónico, un absurdo. Para sus votantes, es un dios"
Durante las protestas de Gezi contra Erdogan en 2014, su Ejecutivo aseguró que había una conspiración por parte de poderes extranjeros que querían asesinar al líder mediante "telequinesis". Luego, intentó prohibir que las mujeres rieran a carcajadas. También suele lanzar bolsas de té al público en los mítines.
Para cualquier observador neutral, Erdogan es un chiflado histriónico, un absurdo. Para sus votantes, es un dios.
No es el único en sacar conejos de la chistera. Vladímir Putin ha convencido a los rusos (ciegos, sordos y mudos gracias a la censura) de que los ucranianos son nazis.
El expresidente chino Wen Jiabao se puso el mismo abrigo harapiento durante décadas en apariciones públicas mientras su familia se forraba con la corrupción.
Donald Trump dijo que la Covid se curaba inyectándose lejía y acuñó el "covfefe".
Nicolás Maduro aseguró que el difunto Hugo Chávez le hablaba a través de un "pajarito chiquitico" que se le aparecía.
Nuestro presidente, que ha plagiado sin rubor a Churchill y algunas partes de su tesis, impermeable a la creatividad, se inspira en sus mayores. Pero nos ha salido romántico.
Cuando los diarios publicaron informaciones negativas sobre su mujer y la judicatura decidió abrir una investigación, decidió robarnos el final del mes de abril y proclamar que estaba "profundamente enamorado". Se retiró a sus aposentos.
Es cuando menos inquietante mirar hacia casa, una democracia europea, y comprobar que nuestros políticos utilizan el mismo teatro del absurdo que los autócratas. Si los españoles leyeran más noticias internacionales, habrían sido expeditivos en detectar las manidas maniobras del líder socialista.
Pero no. El país se mantuvo en vilo durante la sonada campaña presidencial de cinco días. Los debates sobre los límites de la libertad de prensa no cesaron. Pedro Almodóvar lloró y se golpeó el pecho. Ni para trabajar tenía fuerzas, cual piadoso sanchista. Allahu akbar.
Los medios propagandísticos afines al PSOE, incluidas las televisiones y las radios públicas, empezaron a atacar a quienes no opinaban como el PSOE. Aquellos que publicaron 169 portadas acusando de corrupción a Francisco Camps por cuatro trajes han señalado con el dedo "a quienes no dicen la verdad".
"Es imposible que Sánchez no sepa que si es capaz de encontrar una solución para la desinformación en la era digital, sería merecedor de un Nobel"
Varios miles de periodistas afines a Sánchez firmaron un manifiesto contra la libertad de prensa de quienes no se doblegan a la propaganda gubernamental. Y en tertulias en las que la mayoría de tertulianos son afines al presidente se acusó a la derecha mediática, ese nebuloso contubernio de medios y semimedios y webs que Sánchez no llega a definir, de abusar de las mentiras, de los bulos y del fango del tango.
Como si Aznar o Rajoy nunca hubieran sido víctimas de ataques, críticas o investigaciones. Como si la más noble característica del periodismo no fuera incomodar, escrutar y exponer al poder.
Es imposible que el propio presidente no sepa que si es capaz de encontrar una solución para la desinformación en la era digital merecerá un Premio Nobel. Pero él es el primer interesado en que eso no suceda. Él, a sus mentiras, las denomina "cambios de opinión".
El día que se diseñe un método infalible para que la información sea verídica (un algoritmo, un sello de calidad, un mecanismo universal que no tardará en llegar) la primera víctima serán los principales emisores de bulos de la vida pública, que son los propios políticos. Y entre ellos Sánchez.
Es imposible que un político no sepa que, como cualquier otro personaje público o influencer (y Sánchez es más bien lo segundo), estará expuesto a la burla, al escarnio, a críticas falsas y verdaderas.
"La política se ha convertido en fútbol y religión, y los periodistas de la Moncloa en hinchas devotos"
¿Es posible que nuestro líder criado entre algodones, descendiente de esa casta altamente sensible de seres de luz de intachable moral, tenga la piel demasiado fina para el cargo?
Que sus hooligans se crean sus cortinas de humo es una cosa.
Que incluso sus periodistas incondicionales estén dispuestos a acabar con la libertad de prensa obviando los propios métodos de verificación de la profesión; la triangulación de datos; los libros de estilo; la deontología periodística; los consejos de redacción; el defensor del lector; el Trust Project; la Comisión Europea de Arbitraje, Quejas y Deontología Profesional del Periodismo; la nueva European Media Freedom Act de la UE; y la exigencia de independencia de contrapoderes democráticos… es sólo el mercurio de su carencia de conciencia y práctica de las herramientas propias del periodismo para producir y aceptar informaciones veraces.
Y de cómo la política se ha convertido en fútbol y religión, y estos seres firmantes en hinchas devotos.
Pero que Pedro Sánchez no sepa que existe la posibilidad de que su esposa, Begoña Gómez, en caso de estar segura de que los medios mienten sobre ella, recurra a la Justicia para que se rectifiquen informaciones falsas, por daño a su reputación, por injurias y calumnias, o por intromisión legítima en su imagen, intimidad u honor, eso, querido lector, eso es imposible.
Sin embargo, en las entrevistas que Sánchez ha ido espaciando durante todo el mes de mayo en medios afines se mostró blindado a dichos conocimientos y herramientas democráticas diseñadas para combatir y castigar falsedades. Nuestro "los ricos también lloran" se convirtió en una máquina repetitiva del fango, los bulos, la derecha mediática y el tango de su amor.
Como el colegial que mira fijamente al vacío, abismo de pasión, cuando la maestra pide que levanten la mano quienes conocen la respuesta. ¿Es posible que, por amor, por puro amor al sillón, esté perdiendo la cabeza?
¿Es posible que crea que la profe le tiene manía?
*** Marga Zambrana es periodista, corresponsal en China desde 2003 y en Oriente Medio desde 2013.