Los lamentos indigenistas apuntan al culpable equivocado
¿A quién beneficia el indigenismo? A los que quieren ocultar que lo que trajo la independencia de España es la dependencia del mundo anglosajón.
La palabra colonizar tiene dos acepciones de acuerdo con la RAE. "Formar o establecer colonia en un país" y "fijar en un terreno la morada de sus cultivadores".
Nada de esto ocurrió en los trescientos años de la América Virreinal, donde lo que predominó fue un innovador mestizaje y la consideración de los nuevos territorios como otros reinos de España con iguales derechos (y menos obligaciones), y con una presencia de peninsulares siempre muy baja en proporción.
Sin embargo, existen otros procesos de colonización, que pasan más desapercibidos, que siembran de forma interesada ideas (o ideologías) extrañas, pero muy concretas, en las mentes de ciertos colectivos.
De esta segunda acepción nadie está libre (de hecho, muchos españoles se muestran orgullosos de ser anglófilos, francófilos o marxófilos).
Pero desde hace algunos años cabe destacar cómo algunos grupos indigenistas (no todos) han asumido de forma entusiasta un conjunto de proclamas, basadas en falacias y medias verdades, que van dirigidas, sin apreciarse a primera vista, a mantener su subordinación cultural e, incluso, a su propia autodestrucción.
La estrategia se inicia con una lisonja para ganar su confianza con el fin de ponerlos después al servicio de intereses espurios alejados de los propios. Entre los lamentos colonizadores destacan los siguientes.
"En Canadá murió el 95% de los indígenas y al norte del Río Grande no quedaron casi indios, además de los más de 200.000 indígenas que murieron con la fiebre del oro en California"
1. Meter en el mismo saco a todos los países europeos, lo que dista de ser cierto, perjudica al mundo hispano, del que los indígenas forman parte. Por eso se derriban las estatuas de Colón o fray Junípero Serra, pero no la de Leland Standford (fundador de la Universidad que lleva su nombre), responsable de la expulsión de los nativos de California por la fiebre de oro, o las de los doce presidentes de Estados Unidos que entre finales del siglo XIX y principios XX (entre ellos George Washington, Thomas Jefferson o Thomas Madison) fueron esclavistas.
2. Insistir en el supuesto genocidio español persigue ocultar otros genocidios del que los indígenas fueron víctimas. De paso, se oculta que el Imperio hispano salvó a muchos indios de morir sacrificados y servir de comida a otros indígenas.
Pero sí hubo genocidios dirigidos en conciencia a reducir la población indígena y despojarlos de sus tierras. En Canadá murió el 95% de los indígenas y al norte del Río Grande no quedaron casi indios, además de los más de 200.000 indígenas que murieron con la fiebre del oro en California, por no hablar del genocidio filipino.
A pesar de ello, representantes indígenas acudieron a la coronación del nuevo rey británico Carlos III, lo que da una pista de a quién sirve este proceso.
También hubo genocidios de los "libertadores" tras la independencia. Baste señalar que en tiempos de Porfirio Díaz se practicó la esclavitud en Yucatán y Valle Nacional llegando al práctico exterminio de yaquis y mayas. Cuando España se fue, el 50% de la población mexicana eran indígenas. Hoy no llega al 30% los que se reconocen como tal. ¿Dónde ha ido la diferencia?
Presentar a Bolivar como libertador de indígenas supone además negar la realidad histórica, pues lo que fue es un dictador vitalicio que despreciaba a indígenas y "pardos", a muchos de los cuales mandó matar.
3. Encumbrar los imperios extractivos (azteca e inca) supone renegar del legado y herencia del 90% de los pueblos originarios. Resuelta estrambótico que muchos indígenas de hoy sigan idolatrando a aztecas e incas cuando la mayoría de sus antepasados estaban sometidos a sus excesos o vivían aislados sin contacto con aquellos. Nada de esto habría ocurrido si México se hubiera llamado Tlaxcala.
De hecho, si algo hay que echar en cara al Imperio español es que privilegió a las clases nobles azteca e inca por encima de los que habían sido sus principales aliados.
4. Cancelar los trescientos años de la América Virreinal supone negar las aportaciones indígenas a ese periodo y la base de su cultura actual. ¿Y las catedrales, los hospitales, las universidades, los puertos, las ciudades patrimonio de la humanidad? ¿Y las óperas virreinales con libreto en lenguas indígenas? ¿Se puede entender hoy la cultura indígena sin la Virgen de Guadalupe o la Candelaria o la de Copacabana?
Hasta el punto de que si hoy siguen vivas en América lenguas indígenas con más de cinco siglos de historia no es a pesar del legado hispano, sino precisamente gracias a la generosa labor de los misioneros.
¿Y por qué olvidar que en más de cuarenta hospitales se practicaba una medicina mestiza, incorporando fármacos del mundo indígena? Sin pasado virreinal, no hay pasado indígena
5. Negar la herencia española es minusvalorar el mestizaje y por tanto la esencia de lo que es la América Hispana. Se desprecia a Martín por ser hijo de Cortés y doña Marina, en lugar de honrar su legado. Pero mientras este se educó en la corte de Felipe II y fue caballero de la Orden de Santiago, el hijo de Thomas Jefferson con su esclava Sally fue vendido como esclavo. Cui prodest?
Entonces debería despreciarse también a Isabel de Moctezuma, que renunció a su pasado azteca y voluntariamente se casó con un extremeño con el que tuvo varios hijos, tal vez porque la habían obligado a casarse, con diez años, con dos de sus tíos, primero Cuitláhuac y luego Cuauhtemoc, interesados en el matrimonio con la hija del líder supremo para reforzar sus derechos dinásticos. ¿Alguien lo denuncia?
"Vincular al indígena con un pasado a menudo mitificado o basado en falsos constructos ideológicos hace que se pierdan las razones de su actual malestar"
6. El indigenismo no busca su empoderamiento, sino su victimización. Si eres indígena debes sentirte víctima de una pertenencia artificial e impostada y vivir en un permanente estado de odio y rencor, que es la antesala de enfermedades físicas y mentales. El indigenismo en realidad desprecia al indígena, al que considera en el fondo atrasado e incapaz de sumarse a la modernidad.
Pero no fue así durante la época virreinal. Había empresarios-indígenas acaudalados y en las misiones jesuíticas, por ejemplo, miles de indígenas participaron con éxito en modernas tareas productivas a gran escala.
Como señala el profesor venezolano González Ordosgoitti, vincular al indígena con un pasado a menudo mitificado o basado en falsos constructos ideológicos, además de injusto y reduccionista, hace que aquel pierda el sentido de las razones de su actual malestar que podrían ser otras de aquellas sobre las que monolíticamente se tiende a insistir.
En este sentido, resulta sospechoso que sus reivindicaciones las encabecen "blanquitos" entusiastas (como López Obrador), cuyas venas contienen poca o ninguna sangre indígena. Exigir perdón te convierte en dependiente del perdonador. Perdonarse te libera.
7. En realidad, si puede hoy existir indigenismo es gracias a que existen indígenas, y en buen número, en el sur, no como el norte.
América pudo tener un origen indígena, pero desde hace cinco siglos es mucho más que eso, donde lo hispano-mestizo conforma su nuevo ser. Una identidad que no excluye la otra, sino que se abre a ser integrada en un marco más amplio y global. Esto es lo realmente moderno.
No se trata de cuestionar el derecho de los indígenas u otras culturas minoritarias a defender sus potenciales singularidades. Pero siempre que ello no se plasme necesariamente en romper todavía más lo que ya está suficientemente roto
¿A quién beneficia el indigenismo? A los que quieren ocultar que lo que trajo la independencia de España es la dependencia del mundo anglosajón. A los responsables actuales de las condiciones patentes de su malestar real. A quienes nos quieren pobres, divididos, ignorantes y enfrentados.
¿Por qué no mestizismo, que une a todos, en lugar de indigenismo, que separa?
Como decía Vasconcelos: "La desintegración de América sólo puede favorecer a los Estados imperialistas, debiendo recuperarse un sano nacionalismo en un destino histórico universal".
*** Alberto Gil Ibáñez es escritor y autor de 'La Guerra Cultural: los enemigos internos de España y Occidente' y 'El Sacro Imperio romano Hispánico: una mirada a nuestro pasado común para una nueva Hispanidad'.