Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga nació prácticamente en un viñedo. El amor por la viticultura siempre ha corrido por la sangre de su familia. “Con 5 ó 7 añitos ya ayudaba cada septiembre en la vendimia en una finca al lado de La Toja, en el meollo del valle del Salnés (Galicia), que ha pertenecido a la familia de mi padre desde 1511. En ella, también tenemos el Pazo de Barrantes”, dice a EL ESPAÑOL | Porfolio este bodeguero madrileño con orígenes gallegos. Pero ese vínculo familiar con el mundo del vino terminó por cristalizar en 1983, cuando su padre se hizo cargo de la bodega Marqués de Murrieta, elegida recientemente como la mejor del planeta.
Pero Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga (Madrid, 1970) no es un tipo cualquiera. Pese a ostentar el título nobiliario de conde de Creixell, su abolengo no le ha impedido ser el trabajador incansable “obseso por la excelencia” que ha puesto a la bodega riojana en la vanguardia del mundo. Así lo ha dejado claro la Red Mundial de Grandes Capitales del Vino, una organización compuesta por los siete países del planeta más importantes a nivel vinícola. De esa manera, la bodega con D. O. P. La Rioja primero fue elegida la mejor de España y ahora ha obtenido el Best of 2023, lo que la acredita como la mejor del mundo.
A pesar de este reciente éxito, ni la bodega ha pertenecido siempre a la familia Cebrián-Sagarriga ni ninguna otra en toda España había alcanzado tal reconocimiento. Todo ello, en buena medida, ha sido fruto del trabajo de dos generaciones de la familia que han desembolsado fuertes inversiones y han aplicado una buena dosis de amor por los viñedos, por los vinos y por toda la cultura que los rodea. Eso ha hecho que la bodega que cerró 2021 con una facturación superior a los 18 millones de euros, “este 2022 llegará a facturar entre 25 y 30 millones”, explica Cebrián-Sagarriga a este diario.
Pero como deja claro este bodeguero, lo más importante no son los datos de facturación, sino la calidad del producto que miman con esmero. “Nos importa más el aspecto cualitativo del vino, que el cuantitativo”, añade. Es decir, Cebrián-Sagarriga no pondrá nunca en juego lanzar al mercado más botellas de los exitosos vinos de Marqués de Murrieta si la calidad del producto se resiente.
“El vino es producto vivo, que nace de un ser vivo, y con quien mejor se puede desarrollar es con una familia que le quiera. No convive bien con una cuenta de resultados o con la bolsa, sino con el cariño que se le pone al producto”, dice, muy gráficamente, Vicente Cebrián-Sagarriga, dejando claro que él y los suyos lo han dado todo por la bodega desde 1983.
La familia tras la bodega
Aquel año, Vicente Cebrián-Sagarriga padre decidió comprar la bodega en la que el marqués y militar Luciano Murrieta hizo el primer vino Rioja moderno en 1852. De ahí que se le considere el padre e inventor de este tipo de vino, que comenzó a fabricar inspirándose en la forma de hacer vinos envejecidos que se practicaba en Burdeos (Francia). Pero el marqués murió sin descendencia y su familia, en especial su sobrino Julián de Olivares, mantuvo las bodegas durante décadas.
Pero quedaron obsoletas. Camino incluso de la irrelevancia. Algo preocupante para un vino y una bodega que también gozaban del honor de haber exportado el primer Rioja de la Historia. Fue cuando Vicente Cebrián-Sagarriga padre compró la bodega por “una cifra nada rimbombante, puesto que en los 80 las bodegas, en general, no estaban tan bien valoradas como hoy”, cuenta su hijo a este medio. La bodega decimonónica pasaría a las manos de los Cebrián-Sagarriga, quienes la han puesto en la vanguardia a través de las décadas.
En aquella época, no obstante, el joven Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga acumulaba sólo 13 años y estudiaba, tranquilo, en el Colegio Británico de Madrid. Lejos del vino y su cultura, salvo cuando él y sus tres hermanas menores acudían al Pazo de Barrantes, en Pontevedra, donde la familia producía anualmente “unas 3.000 botellas de Albariño para regalar a la familia y los amigos. Sin fines comerciales”, explica el conde de Creixell. Había vino en sus vidas, sí, pero nada cercano a lo que se avecinaba.
Su padre y su madre, Chus Suárez-Llanos, decidieron dejar Madrid en 1986 y establecerse en una finca de campo a cinco kilómetros de los viñedos de Marqués de Murrieta, en Logroño. “Ahí empezaron 13 años apasionantes, porque iniciamos una nueva vida en el campo en la que se fortaleció la unidad de la familia. Mis hermanas y yo fuimos conscientes de lo que es una empresa familiar y del esfuerzo diario de mi padre. Yo aprendí de él que el trabajo incansable es la base de los sueños y los valores de la honradez, la seriedad y la responsabilidad. Y yo le he añadido la obsesión por la excelencia”, cuenta Vicente Cebrián-Sagarriga hijo.
"Mi padre compró la bodega en 1983 por una cifra nada rimbombante. En los 80 las bodegas no estaban tan bien valoradas”.
Lo aprendía mientras veía crecer la bodega de su padre y mientras iba adquiriendo, poco a poco, mayores responsabilidades. Con 16 años, ya se encargaba de las visitas extranjeras porque era bilingüe; con 18, fue nombrado director general del Área de Exportación de Vinos; con 20, alcanzó la dirección general de Comercio Internacional… Todo ello, mientras estudiaba Derecho y Economía en la Universidad de Navarra... Hasta que todo cambió para siempre.
Un fatídico 23 de junio 1996 Vicente Cebrián-Sagarriga padre sufrió un infarto mortal. Falleció a los 47 años dejando a la familia desolada. Dejó a su mujer como viuda de Creixell y a sus cuatro hijos en su plena juventud. “Tenía 25 años, tres hermanas pequeñas y de la noche a la mañana me tocó asumir el liderazgo familiar. Fue muy duro a nivel emocional, por la pérdida, y a nivel laboral, porque tuve que asumir la dirección general de la bodega y de los negocios de mi padre. Pero no quedaba otra, así que junto a Cristina, la mayor de mis hermanas y actual directora financiera de Marqués de Murrieta, nos pusimos a trabajar”, rememora Vicente hijo.
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'De cero a héroe'
En 1997 se cumpliría el primer año de la era de Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga al mando de Marqués de Murrieta. Aún joven, aún desorientado. Era el mismo año en el que la compañía Disney lanzaba el filme Hércules con una de sus célebres canciones De cero a héroe. Algo así le ocurrió al bodeguero y conde de Creixell, por establecer un paralelismo. Pasó de la nada que había dejado la muerte de su padre a demostrarse a sí mismo que podía levantar una de las bodegas más importantes del país.
“Creí en mí, en lo que hacía, en el mundo del vino, en España y me puse a trabajar, rodeado de grandes profesionales”, dice. La complicación de la empresa, no obstante, radicaba en que para obtener beneficios de un vino envejecido de calidad, la espera debía ser de medio y largo plazo, algo “desesperante” para un veinteañero con necesidad de demostrar resultados casi inmediatos.
“Por ello comenzamos a producir Dalmau, un vino al que llamé así porque es mi segundo nombre”, dice. En este caso, este vino de Marqués de Murrieta no necesitaba tanto tiempo para venderse en el mercado como un producto de calidad. Se iniciaban así, en 1999, una suerte de dos vías de negocio, la de los vinos menos envejecidos y la de los vinos más antiguos, entre el que destaca el Castillo Ygay Gran Reserva 2010, que en octubre de 2021 fue elegido como el mejor vino del mundo, según la prestigiosa revista estadounidense Wine Spectator.
Y aunque este Rioja es la joya de la corona de la bodega, no es el único de los vinos producidos por ella que ha conseguido éxitos. Su primo, el Castillo Ygay Blanco Gran Reserva de 1986, ha sido el primer vino blanco de la historia de España en alcanzar los 100 puntos de la mano de Robert M. Parker, el crítico de vino más influyente del mundo. Un récord. Un hito que “enorgullece” a Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga. “Yo, la verdad, entendí desde muy joven que no hay un gran vino sin un viñedo de al menos 80 años. Por ello, casi desde que cogí la bodega, nos rodeamos de los mejores para hacer vinos envejecidos de calidad, por un lado, y también vinos más jóvenes, por otro”, explica el noble bodeguero.
Pero el éxito de Vicente Cebrián-Sagarriga ha trascendido al mundo del vino, ya que a su bodega, a sus vinos y a su equipo no le han dejado de llover reconocimientos –por ejemplo, María Vargas, directora Técnica de la bodega, fue elegida en 2017 como la mejor enóloga del mundo–.
El vino Castillo Ygay Gran Reserva 2010, fue elegido octubre de 2021 como el mejor vino del mundo, según 'Wine Spectator'.
Fruto de este cúmulo de éxitos, el pasado mes de mayo, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, le entregó al dueño de Marqués de Murrieta la Cruz de la Orden del Dos de Mayo, la máxima distinción que puede dar la autonomía a un ciudadano. Según la presidenta, Cebrián-Sagarriga “ha hecho del vino, que es cultura y salud, el mejor del mundo en Nueva York”. Por ello –y por su dilatada carrera–, el bodeguero fue condecorado.
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Presente y futuro
Los casi 30 años de Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga al frente de la bodega han dado para mucho, como se ha apuntado, pero sin duda el proyecto más ambicioso que se ha llevado a cabo en Marqués de Murrieta ha sido su profunda renovación. Ese gran proyecto cristalizó en que, tras seis años, se edificó “un complejo de edificios con más de 25.000 metros cuadrados, construidos junto al Castillo de Ygay”.
Y una de las cosas más curiosas de este proyecto es que las piedras con las que se levantó cada edificio del complejo fueron las mismas con las que se levantó en 1852 el Castillo de Ygay, el edificio industrial más antiguo de Europa, el cual fue “rehecho piedra a piedra y de forma manual”.
“No sólo queremos ser un referente en el mundo del vino, como hasta ahora lo somos, sino también en enoturismo”, argumentaba Cebrián-Sagarriga durante su inauguración, el pasado 2021. Y es que precisamente ése es su siguiente reto. Su siguiente meta. El conde de Creixell no sólo se conforma con dirigir la mejor bodega del mundo; ni con producir el mejor vino del mundo; ni con contar en su equipo con la mejor enóloga del mundo, sino que ahora ha puesto sus esperanzas en potenciar el turismo del vino.
“Aunque ya nos visitan unas 15.000 personas cada año, muchas de ellas de fuera de España, ahora queremos levantar un hotel pequeñito, en el propio complejo de Marqués de Murrieta. Es nuestra apuesta para seguir potenciando el enoturismo. Nos gustaría poder abrirlo en la próxima década”, revela a este diario Vicente Dalmau Cebrián-Sagarriga, el conde detrás del imperio de Marqués de Murrieta, la mejor bodega del mundo.
Pregunta.– Vicente, ustedes heredaron la bodega de su padre. ¿Les gustaría que las nuevas generaciones de los Cebrián-Sagarriga siguieran con el proyecto?
Respuesta.– Yo tengo seis sobrinos y aunque de momento no tengo hijos, sí que me encantaría que ellos cogieran el testigo de la bodega. Eso sí, me gustaría que fuera de manera distinta a la nuestra, es decir, que no cojan la bodega de manera abrupta, de un día para otro, como nos ocurrió a nosotros con el fallecimiento de mi padre. Me gustaría que fuese un cambio generacional tranquilo y lógico y que nosotros pudiéramos seguir con ellos para trasladarles nuestra experiencia.