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La primera planta de uno de los edificios situados en el señorial barrio de Salamanca esconde el refugio y la nueva vida de uno de los políticos más importantes de nuestro país y con mayor proyección en los últimos 40 años. Ninguna placa informa en el portal, pero cuando se asciende la marmolada escalera que rodea a un antiguo ascensor, de esos que tienen una rejilla de hierro para anclar bien la puerta, se ve un cartel negro y blanco con las letras: Ruiz Gallardón abogados.
El nombre del bufete, que renació hace cinco años, ha sido elegido cuidadosamente solo con los apellidos porque ese salón blanquísimo, iluminado por una cristalera gigante y lleno de libros jurídicos y de mapas de Madrid tiene vocación de túnel del tiempo: recuperar el espíritu del despacho que fundara en 1955 el padre de Alberto Ruiz-Gallardón y proyectar al futuro la sombra de una estirpe ahora en manos de Pepe, su hijo, que trabaja con él.
Y no le ha salido mal la idea al que pudo ser todo en política y en verdad casi fue: alcalde de Madrid, presidente regional, ministro de España y la gran esperanza para muchos de hacer del PP un partido de centro. Sólo en los dos primeros años de la nueva etapa del despacho, -Gallardón mantuvo abierta la firma hasta 1995 cuando entró en el reino de la Puerta del Sol-, ya facturaba 1,2 millones de euros y contaba con 20 abogados.
Alberto Ruiz-Gallardón (63 años) no quiere hablar de política, "ni pasada, ni presente ni futura", advierte antes de cerrar esta entrevista. El día que dimitió como ministro de Justicia (23 de septiembre de 2014) y abandonó más de 30 años de servicio público decidió que no quería ser de esos expresidentes o expolíticos que se "tienen nostalgia de sí mismos y se echan de menos" y cuando dejan la política "se resisten a desaparecer".
Sólo recuerda, en el último minuto de la entrevista, que ante la fragmentación que vive el Parlamento y la sociedad, no se está teniendo en cuenta la posibilidad de un gobierno de concentración. Hasta ahí puede leer.
Y es que cualquiera que conozca una pizca al exalcalde sabe que en su cabeza sigue rigiendo la definición de "Política" en mayúscula, "ese asunto de las ciudades", como lo definían los griegos, y sus respuestas esconden ciertas lecciones, generales, para quien quiera entenderlas, incluso cuando habla de sus mayores aficiones: la ópera y su escudería preferida, Ferrari.
"Hay amores que son incondicionales. Yo he sido de Ferrari antes de que estuviese Fernando Alonso, cuando estaba Alonso y después. Ahora quiero mucho a Carlos Sainz, soy amigo de su padre, pero tengo que decir que celebrándolo mucho cuando gana, mi felicidad es mucho más por la escudería que por el piloto".
"Manuel Fraga me sacó de mi despacho en el bufete de mi padre para pedirme que fuera secretario general de AP"
Y es que pese a todo lo que se escribió en su momento de traiciones y traicioncillas, Alberto Ruiz-Gallardón sigue siendo un hombre de escudería, de amores incondicionales, y de los que opinan que la política es una etapa profesional que hay que cerrar cuando se cambia de puesto o se abandona. Amén.
"Yo siempre he entendido mi paso por la política como una actividad vocacional pero esencialmente profesional. He intentado profesionalizar todas las actividades que he asumido y por eso no me ha resultado algo tan extraño cambiar. Sobre todo porque ha sido volver a mis orígenes, el ejercicio de la abogacía, que es lo que interrumpí cuando Manuel Fraga, hace muchos años, me sacó de mi despacho en el bufete de mi padre para pedirme que fuera secretario general de Alianza Popular".
Entonces Alberto Ruiz-Gallardón tenía 27 años y ya era concejal de Alianza Popular en el Ayuntamiento de Madrid. Corría el mes de septiembre de 1986 y Manuel Fraga acabada de llegar de sus vacaciones veraniegas con un partido embroncado. Así que el primero de septiembre tomaba la decisión de colocar al joven abogado y fiscal (ya había sacado su plaza en Málaga) para poner orden en sustitución de Jorge Vestrynge.
Era su delfín y el hijo de uno de los hombres de su máxima confianza, José María Ruiz-Gallardón, vicepresidente del partido, que por mucha fe ciega que tuviera en su vástago no sé si supo en ese momento que estaba creando un monstruo político y uno de los dirigentes responsables de la gran transformación de Madrid y su despegue económico.
- Pregunta.- ¿Qué hizo al día siguiente de dimitir? ¿Se quedó en la cama, se puso un chándal...?
- Respuesta.- Me levanté para ir a mi nuevo trabajo. No es que haya vida después de la política es que la vida empieza cuando acaba la política. No me tomé un año sabático ni tuve la sensación de tener que desconectar porque la desconexión fue automática. Es difícil conseguirla por la sobreexposición que tiene el político, el precio más alto que se paga. Pero yo siempre tuve un plan B.
- P.- ¿Por qué no volvió a su puesto en la Fiscalía?
- R.- Siempre pensé que por mucho que sea una posibilidad legal, después de un compromiso tan extraordinario como el que tuve con la política, resultaría extraño que un exministro de Justicia volviese a su puesto en la carrera fiscal. Siempre tuve la idea de recuperar la firma de mi padre. Pasé los dos años que marca la norma reguladora de conflictos dando clase en la universidad y abrí el despacho.
Andar Madrid
Alberto Ruiz-Gallardón reconoce que se sigue levantando muy temprano y que a las siete de la mañana ya está en la calle para pasar, esa primera hora, reflexionando sobre lo que va a hacer a lo largo del día acompañado de Mambo, su perro y que marca la ruta a seguir. Explica que sigue la recomendación del médico Valentín Fuster de tomarse ese respiro matutino: "Antes pensaba sobre lo que iba a hacer al día siguiente por las noches, pero es peor, no se duerme tan bien".
Sigue enarbolando un discurso pausado, ácido en ocasiones, lleno de frases subordinadas y explicaciones casi metafísicas como cuando era político. No ha cambiado mucho en estos años salvo en la relajación de un rostro que tuvo que soportar muchas transformaciones para adaptarse a las elecciones que le venían y a las expectativas no siempre cumplidas. "La política me ha dado más a mí de lo que yo he dado a la política", insiste.
Eso sí, los perros, ahora sólo uno, Mambo, siguen siendo para él las mejores compañías en determinados momentos y un parapeto a su eterna timidez. "Ando mucho Madrid. Me gusta mucho la ciudad, siempre me gustó, y mantengo una curiosidad extraordinaria: cada vez que hay una transformación me acerco a verla. El otro día estuve durante dos horas recorriéndome la Plaza de España y el encuentro con la calle Bailén para ver cómo había quedado. Era un formidable proyecto de Manuela Carmena que magníficamente ha ejecutado el alcalde Almeida".
Aunque no quiere hablar de política, antes y después de la entrevista es imposible no comentar cómo está la región ahora mismo. Él ha dicho de la actual reina de la Puerta del Sol, Isabel Díaz Ayuso, que es un fenómeno "imparable", sin especificar si eso es bueno o malo y para quién. Sin embargo, sí coincide con ella en apostar por reivindicar cierto madrileñismo aunque entendido, en su caso, de una manera casi universal. "Ser madrileño es haber vivido en Madrid, ni siquiera vivir ahora. Esa es la grandeza de Madrid".
El que fuera alcalde y presidente madrileño insiste en que esta ciudad no pide pruebas de sangre ni de linaje ni de autenticidad para ser parte de ella y precisamente ése ha sido su éxito en estos 40 años. "Desde Tierno Galván, he sido el único alcalde de Madrid de la democracia en ser madrileño y eso no significó ningún plus, en absoluto. Jamás se me ocurrió decir en la campaña, votadme porque yo soy madrileño. Era tan madrileño como el resto. Madrid no es una ciudad cerrada, que se quiere de una forma equivocada y están orgullosísimos de ser cuatro o cinco generaciones pertenecientes a esa ciudad. Mientras Madrid conserve eso seguirá ejerciendo el liderazgo". Mensaje con destinatario si se quiere entender.
Ahora, más de 10 años después de dejar las responsabilidades municipales, en cierta forma se siente aliviado de poder vivir su Madrid sin "el sentimiento de tener que dar razón y cuenta a sus conciudadanos", una "forma no menos importante de ser ciudadano", pero sí más tranquila cuando se reúne, cada atardecer, en la Plaza de París con sus amigos dueños de perros. "Mi relación con mis amigos propietarios de perros ha cambiado mucho: cuando yo era alcalde todo eran demandas, ahora han pasado a ser comentarios", bromea.
Él, sin embargo, se jacta de no haber hecho ni un reproche a quienes ejercieron después de él el mando de la ciudad. Nunca ha llamado ni a Ana Botella ni a Manuela Carmena ni siquiera a Martínez Almeida para exponer una opinión y mucho menos una queja. "El día que dimití como alcalde me convertí en espectador, pero no de los que llegan a su casa o a su despacho y descuelgan el teléfono para llamar a los que están ejerciendo las responsabilidades. No se me ocurriría. La mía es otra forma de ser ciudadano".
Lo que no cuenta este trotador del "Madrid antiguo, rara vez cruzo al Madrid moderno", es que su teléfono sí suena en ocasiones con llamadas de políticos, y no todos de su partido, simplemente para saber qué tal.
Sin placas
Pese a que es de los pocos madrileños que viven en la casa donde nació en el barrio de Justicia, "bueno, nací en la Milagrosa pero a los tres días ya estaba allí", no quiere convertirse en una piedra más, o en una placa cuando hablamos de políticos, de la ciudad que se ha dejado transformar por él. Lo deja claro sin pensarlo ni un segundo: "No me gustaría, al menos mientras esté vivo, que nada lleve mi nombre", ni una calle ni una plaza ni siquiera un puente de su querida M-30.
"He vivido experiencias de nombres que se han quitado de placas y he visto la amargura y la tristeza que eso ha provocado en aquellos que, si no las reclamaron cuando se las pusieron, sí les dolió cuando se las quitaron. Por lo tanto, yo no quiero que nada lleve mi nombre".
Pese a que ha sido el mandatario más importante de Madrid durante más de 30 años, -llegó a ejercer unos meses de presidente y alcalde ante la repetición de las elecciones tras el tamayazo-, no hay ni una sola placa en toda la región en la que ponga la típica frase "inaugurado por Alberto Ruiz-Gallardón". Imposible encontrar su nombre en ninguno de estos recordatorios electorales.
"Jamás he dejado que mi nombre apareciese en una placa, nunca. Esa costumbre que existe de 'esta estación de Metro fue inaugurada por menganito de tal, presidente de la Comunidad de Madrid' no lo hice nunca. Siempre ponía el cargo porque yo sostenía que quien inauguraba no era la persona, que es puramente accidental, sino la administración. Y no es algo solamente estético, era una forma de recordarte que eres un servidor de lo público y la obra la ha hecho la Comunidad o el Ayuntamiento, no tú".
Cuentan las crónicas que, igual que hizo Gallardón cuando asumió la presidencia regional y bautizó la biblioteca regional con el nombre de su antecesor, Joaquín Leguina, "porque era una obra suya"; Aguirre quiso hacer lo mismo con el teatro de El Escorial. "Esperanza me llamó para decirme que quería poner mi nombre a ese teatro, que era otro de los proyectos más queridos por mí. Y le pedí que no lo hiciera, no quise que un teatro, y lo mismo diría en relación con una calle, un parque o una plaza, llevasen mi nombre".
Si no quiere placas... ser nombrado "hijo predilecto de Madrid" ya ni hablamos. "No creo que deba de ser un título jamás para alguien que ha ejercido una responsabilidad política. Un hijo predilecto es un honor que se devuelve a quien ha regalado algo a la ciudad. Nuestro trabajo no se debe calificar como un regalo sino el cumplimiento de un compromiso. Dejemos los títulos honoríficos para aquellos que generosamente han regalado a nuestra ciudad su arte o su propuesta de convivencia o su modelo que pueda ser presentado a las nuevas generaciones para tener referentes".
- P.- ¿Hubiera hecho hija predilecta a Almudena Grandes, entonces?
- R.- Desde luego nunca para mí la ideología ha sido determinante de a quién conceder o no conceder una distinción. Creo que eso es algo que está fuera de cualquier concepción de lo que tiene que ser un reconocimiento.
Casa vacía
A sus 63 años, Alberto Ruiz-Gallardón sigue siendo un político encerrado en un cuerpo de abogado muy acostumbrado a medir sus palabras, pero a no morderse la lengua nunca. El mayor silencio de toda la entrevista es cuando se le pregunta si ha aprovechado suficientemente el tiempo con sus cuatro hijos mientras estaba en política. Parece que va a contestar directamente que no, pero su día a día actual "felizmente más lento", como reconoce, le ha devuelto la oportunidad perdida con otro Alberto Ruiz-Gallardón jr., el mayor de sus nietos del que dicen, y él no lo niega, es objeto de su malacrianza.
"Creo que hay hitos en tu vida: el primero es cuando dejas la casa de tus padres, el segundo cuando construyes una casa nueva compartida con otra persona, con Mar. Y el tercero el día que se van tus hijos. Yo nunca pensé que fuera tan importante ese día pero ahora veo mi casa vacía. Y claro, hemos vivido seis en la casa y dos perros, y ahora estamos Mar y yo y un perro y un hijo que está a punto de irse. La casa se nos está quedando grande por la cantidad de espacios vacíos que sin embargo conservan la memoria de las personas y de las cosas que allí ocurrieron. Es la vida".
Real es que "Mar y los chicos", como él los llama, fueron los primeros en aplaudir su decisión de dejar la política al cabo de tantos años, la dimisión fue el mejor regalo para su mujer que cumplía ese día 55 años. Pero real, "y justo, insiste", es añadir que "ellos fueron extraordinariamente generosos el tiempo que estuve en política y renunciaron a muchas cosas para acompañarme a mí en lo que sabían que no tenía otra forma de articularse que a través de esa sobreexposición. Indudablemente hoy somos todos una familia mucho más feliz, de eso no hay ninguna duda".
"Hoy tengo una vida felizmente más lenta y desde luego mucho más profunda que cuando estaba en política"
Mar Utrera (63 años), la mujer de Alberto Ruiz-Gallardón, nunca jugó a ser una alcaldesa o presidenta en la sombra. Más bien sufría la popularidad de su marido con una discreción extrema. Había vivido demasiada política en su casa: su padre, José Utrera Molina, fue ministro del Movimiento con Franco, y seguía su tortura con Alberto. Ella, licenciada también en Derecho, apostó por ser el punto de atracción de una familia que pivota a su alrededor como contó hace poco el mayor de los Ruiz-Gallardón Utrera, Alberto, dueño del restaurante Auga e Sal con una estrella Michelin en Santiago, para explicar dónde y con quién aprendió el amor a la cocina.
"Al final, tengo que decir que me he dado cuenta a raíz de estar en política, y puede sonar a tópico, pero no lo es, que cuando lo dejas la vida pasa a ser, en el sentido más vital del término, felizmente más lenta y más profunda. Mi vida en política estaba acompañada siempre de la urgencia, que muchas veces te llevaba a la precipitación. Y la urgencia y la precipitación, y no hablo de asuntos políticos sino de cómo ordenas tu vida, te llevan a la superficialidad. No te paras a reflexionar sobre la trascendencia de las decisiones o la importancia de los momentos, no de los grandes acontecimientos. Hoy tengo una vida felizmente más lenta y desde luego mucho más profunda".
Su huella
Amante de la música por tradición y genética, -"soy sobrino nieto de Isaac Albéniz y mi abuelo era crítico musical, Víctor Ruiz Albéniz, que firmaba con el pseudónimo de Acorde"-, acabó la carrera de solfeo y cuenta con cinco años de piano. Pero insiste en que, como todo en la vida, es una pasión muy trabajada: "Le he dedicado muchas horas de mi vida, no solamente a escucharla sino a leerla, tratar de entenderla".
Ahora, cada viernes o sábado escucha a la Filarmónica de Berlín desde una aplicación de streaming, "que no tenga redes sociales no significa que no esté al tanto de las nuevas tecnologías", bromea, que le regala casi los mejores momentos de la semana. Otra afición, como la de los perros, donde no hay que interactuar mucho con otras personas.
Dicen las crónicas que se salió una vez del Teatro de la Zarzuela durante la representación de una obra transgresora pero él, sin confirmarlo ni desmentirlo, aclara: "Nunca me he salido de una ópera por la puesta en escena. Soy de los que piensan que ese afán que tienen los directores de escenas de competir con los compositores y los letristas para ser los protagonistas me parece exagerado. La puesta en escena en la ópera la considero algo puramente accidental y me gusta tanto la música que cuando no me gustan las formas, vestuarios y luces cierro los ojos. Si me he salido de una ópera puedo asegurar que la culpa está o en la dirección de orquesta o en las voces".
Ningún periodista encontró, en septiembre de 2014, una metáfora más adecuada y con tanto detalle para explicar cómo acabó dejando la política por la puerta de atrás uno de los hombres con más proyección y experiencia dentro del PP. Suerte que hoy, Alberto Ruiz-Gallardón, no quiere hablar de política.
Si se le nombra al exalcalde la famosa definición de Madrid de Antonio Machado, "rompeolas de todas las Españas", él calla durante unos segundos y advierte de que muchas veces ha pensado y no ha sabido bien en qué sentido lo quiso utilizar Machado. En cualquier caso, cree que "esa no sería la mejor definición de Madrid": "Madrid se define no tanto por representar España frente a los otros, que es lo que podría ser un rompeolas, sino de recibir del resto de España lo que va produciendo en su propia evolución".
Y apuesta por tirar de greguería y de otro autor de ese tiempo, Ramón Gómez de la Serna, cuando decía "que si uno tira una piedra en la laguna de la Puerta del Sol las ondas concéntricas del agua llegan hasta el último rincón de España".
Metro y M-30
Analizada con la perspectiva que da el tiempo, y tras haberse erigido la Comunidad de Madrid hace poco en la locomotora económica de España, se sabe que esas ondas concéntricas viajan en AVE, en Metro y por autovías y circunvalaciones desde el corazón de un territorio, que nadie quería dentro de su autonomía, hasta el resto del mundo.
"La competitividad de Madrid es que éramos seis millones de personas en un espacio muy pequeño a menos de una hora los unos de los otros: un mercado formidable y el lugar perfecto para encontrar la profesionalización adecuada. Pero eso sólo se consigue con infraestructuras y por eso la apuesta del Metro fue determinante, sobre todo Metro Sur", explica de una de sus grandes obras.
Su otra niña bonita, la M-30, fue un proyecto distinto, de esos que transforman una ciudad. "En los años 60, por favorecer la economía, se levantó una trinchera entre el Madrid centro y sur y la única forma de sacar al automóvil de esa ocupación invasiva sin perjudicar la movilidad era ofrecer una alternativa".
Y en esa alternativa apareció Tizona, la tuneladora más grande en ese momento, millones de euros en inversión, obras y más obras y un lugar de encuentro de kilómetros que, por cómo le cambia el rostro cuando habla de él, es el que más llena de orgullo al exalcalde.
"Yo disfruto más, -si me lee Manolo Melis [el ingeniero responsable del proyecto] me va a regañar con lo mucho que yo le debo en la vida-, cuando voy andando con mi perro por Madrid Río que cuando voy en mi coche por los túneles. Lo que pasa es que sin los túneles no existiría Madrid Río".
Sigue sin querer hablar de política aunque es imposible en la despedida no hacer un repaso por las nuevas citas electorales que vienen e incluso por cuál es el estado democrático actual de nuestra sociedad. Dicen que la oposición en Madrid le echa de menos y él advierte de que "en la vida hay que saber aquello de contra quien se construye el elogio", pero reconoce su "solidaridad humana con aquellos que ejercen puestos de responsabilidad sean del partido que sean" porque él ha estado ahí.
El único comentario de pura política, "pero con mayúsculas", que hace en la entrevista lo guarda para el final. "El escenario político ha cambiado radicalmente. Antes la duda era si nos iba a gobernar el centro izquierda del PSOE o el centro derecha de UCD primero y luego del PP. Ahora se ha fragmentado el escenario político y hace que ya las hipótesis sean cómo se conforman esos gobiernos y qué consecuencias van a tener. Desde mi punto de vista, de forma paradójica, en los análisis se abren todas las hipótesis menos una: que gobernase el centro derecha con el centro izquierda".
- P.- ¿Le gustaría un gobierno de concentración?
- R.- Ahí lo dejo.
"Nadie quería a Madrid en su autonomía"
Mucho se habla ahora de la Comunidad de Madrid y de su desarrollo, pero sólo unos pocos, incluido Ruiz-Gallardón, se acuerdan de cuando nadie la quería dentro de su autonomía.
"Madrid no es comunidad autónoma porque quisiera serlo; Madrid es comunidad autónoma porque no nos quisieron en el resto de España. En la ley de la preautonomía de Castilla-La Mancha estaba prevista su incorporación pero se negaron los representantes castellanomanchegos. Se intentó entonces hacer una aproximación a Castilla y León que todavía estaba surgiendo y se negaron también".
Así que no quedó más remedio que hacer a Madrid autonomía en base a un artículo especial, el 144, que recuerda que cuando un territorio carezca de los requisitos que la Constitución exige para ser autonomía, por una ley orgánica aprobada en Cortes se le podrá autorizar.
"Un día tuve curiosidad por saber por qué se redactó este artículo y me fui a las actas de los constituyentes: se redactó para Gibraltar para que si un día se reincorporaba a España no tuviese solamente un estatus de municipio o provincia", aclara el expresidente madrileño.
"El artículo pensado para cuando Gibraltar volviese a España es el que utilizó Madrid para ser comunidad autónoma. Nadie apostaba por Madrid y en aquellos años era un conflicto permanente. Pero nadie ha progresado más durante los 40 años de democracia. Es el mejor ejemplo de cómo un territorio ha aprovechado para crecer con el modelo autonómico. Y no es política, es historia", concluye.