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Qué divertidas son las periodistas Rosa Belmonte (Murcia, ABC) y Emilia Landaluce (Madrid, 1981, El Mundo), por separado pero sobre todo juntas: las dos amigas gamberras con las que una hubiera soñado prenderle fuego a un coche a los siete años y luego salir airosa, con esa liviandad tan suya, con ese caer de pie después de formar la marimorena. Son listísimas, mordaces, irónicas, escépticas frente a los majaras y las neomonjas, cultas sin artificios, tienen cabaré -que es calle pero también ópera-, y, lo más importante de todo, no se toman nada en serio el mundo ni a ellas mismas. Qué relajación: no había quien aguantase un minuto más en esta fiesta de disfraces que a ratos son la escritura y el periodismo patrios.
Se quieren y se nota, porque una sólo se ríe así con una comadre auténtica, cuando chincharse es un gesto de afecto y no es necesario derrapar en la adulación esa tan mansa y pegajosa en la que a menudo recaen los hombres columnistas entre sí. Ya lo dijo Tarantino: no empecemos a chuparnos las pollas todavía. Ahora publican Sobre nosotras, sobre nada (La esfera de los libros), su primera incursión literaria, una recopilación de anécdotas autobiográficas e hilarantes y pensamientos distendidos y revoltosos sobre el amor, las madres, el trabajo, el deporte o la comida.
En el fondo de todo es un gran libro sobre su amistad, sobre encontrar a la interlocutora favorita. No lo llamaré chuchería porque no es nada dulzón ni núbil, aunque tiene mucho de juego; pero entra aún mejor que una cabeza de cochinillo en La Tasquería. A este lado sabemos que ese es el piropo último. Que se mueran los fitness.
Pregunta.- Me confiné por Covid y justo cayó vuestro libro en mis manos. Me dio la vida. Me descojoné mucho sola en mi sofá.
Emilia.- Has dicho la palabra, la palabra que queríamos escuchar: descojonarse, no reírse. "Descojonarse" es la palabra que usamos nosotras habitualmente.
P.- Decís en el libro que no escribís para trascender, ni para daros ínfulas, ni por ningún tipo de necesidad emocional. Sólo por dinero y porque os da la gana, sólo faltaba. ¿Este oficio ha pecado de pose, de demasiado artificio, de cursilería, de intensidad o malditismo?
Rosa.- Bueno, la idea no es reírnos de la gente, pero yo la verdad que veo a Ray Loriga y me da la risa. O sea, sólo por el aspecto. Esto de disfrazarse de escritor… (ríe).
Emilia.- A mí me da vergüenza hasta llevar sombrero por Madrid.
Rosa.- Claro. Es que, ¿a dónde coño vas con sombrero…? (ríen). Pero es verdad que en mi caso y creo que en el de Emilia también, no, no necesitamos escribir para vivir ni nada parecido. Yo escribo porque me pagan, si no, no escribiría. Nunca he tenido ninguna necesidad de escribir ni escribo para conocerme a mí misma, ni estas cosas locas que dice la gente.
Emilia.- Yo creo que tenemos la suerte de estar en un oficio -Rosa lo llama "apretar tornillos"; es bastante descriptivo- divertidísimo y nos lo pasamos muy bien. A mí no me hace falta, pero me gusta. No hay que obviar que es una suerte tener el trabajo que tenemos las tres, que es conocer a gente, aprender, estudiar, es una vuelta al colegio en el mejor de los sentidos. Es lo que mejor se me da, aunque ahora me arrepiento de no haber sido abogada.
P.- ¡Qué va! Te habríamos echado mucho de menos. Rosa dice en el capítulo del trabajo que nunca será periodista ni tampoco escritora. ¿Se han manoseado estas palabras, como "poeta", "artista", "moderno" o "transgresor"? Palabras sobadas que dan un poco de alergia.
Rosa.- Me gano la vida escribiendo y no puedo decir que no soy escritora, pero igual que si escribiera manuales de uso de lavadoras. Lo de "periodista" me cae muy grande… a mí no me interesa conocer personas, no quiero hablar con personas.
P.- Eres tímida.
Rosa.- Sí, lo soy, esa parte del periodismo me causa rechazo, yo soy más de merodear. Eso ya lo decía Janet Malcolm, que aunque me cayera mal por su amistad con Roth -y, por tanto, era de las que hacía la vida imposible a su mujer-, sí me gustaba ella reflexionando sobre el periodismo: a ella también le gustaba eso de merodear y no de preguntar, sino observar.
Emilia.- Yo sí soy periodista. Uno de tus jefes ha sido mi profesor de vida, que es Miguel Ángel Mellado. Tengo el colmillo limado por él y estoy acostumbrada a ver cosas que pueden ser noticia todo el rato. Creo que tengo buen oído. No soy partidaria de encerrarme. Tampoco soy especialmente partidaria de estos que presumen de estar todo el día en Lucio y tal, y bebiendo y tomando dry martini. Pero estar en la calle y tener experiencia te ayuda a ser mejor periodista.
P.- Me da un poco de vergüenza cuando veo en Twitter lo de "seguimos". O: "Periodismo a pesar de todo". Qué grave, qué sentido todo esto.
Rosa.- (Ríe).
Emilia.- Lo peor es el hashtag "periodismo".
Rosa.- O el "más periodismo". Y entonces viene el informativo.
P.- Emilia, ¿por qué preferiste no heredar?
Emilia.- Porque mis padres piensan gastárselo todo en vivir ellos superbién y a mí me parece fenomenal. Yo se lo digo ahora a mis sobrinos: "Vosotros no penséis que la tía solterona os va a dar un piso ni nada por el estilo, todo me lo voy a pulir". Lo quemaré todo antes de la eutanasia, que ya no hace falta ni que nos vayamos a Suiza.
P.- ¿Cuánto dinero tendrían que pagaros para que no volvierais a escribir? ¿Cuánto cuesta este divertimento?
Emilia.- Con el euromillón de este martes, tiro.
Rosa.- Uno de 300 millones por lo menos.
Emilia.- No, no, el de este martes es bajo, era de 17.
Rosa.- ¿A dónde vamos con 17 millones? Yo no me voy a ir a vivir al monte como Beatriz Montañez. Tengo claro cómo quiero vivir. Necesito dinero para no preocuparme por el dinero, ese tópico.
Emilia.- Yo desde luego no querría tener tanto dinero como para verme obligada a comprarme un periódico e intentarlo (ríe).
P.- Todo el mundo tiene un periódico, como antes tenía un blog.
Rosa.- Hay que ser Jeff Bezos para comprarse el Washington Post. Menos de Jeff Bezos, no. Lo demás es una ruina.
P.- ¿Cómo nace una gamberra, cómo se forja? ¿Cuándo arranca la mirada tocapelotas?
Rosa.- Yo en el colegio la verdad es que estaba muchas veces expulsada en el pasillo por haber hecho alguna gansada o haber dicho cualquier gilipollez, era un poco payasete, pero en el colegio: en el instituto como no conocía a la gente me quedé calladita. Estuve muchos días castigada. Me iba a otra clase, donde la profesora me caía mejor.
Emilia.- ¿Era una monja buena?
Rosa.- No, no eran monjas, eran personas civiles. Pero fíjate que esa fue la profesora que me dijo que me leyera Los papeles póstumos del Club Pickwick, con 12 o 13 años. Eso me sirvió.
P.- ¿Y tú, Emilia? Porque vaya años le diste a tu santa madre. La pobre tiene el cielo ganao.
Emilia.- Oye, y no es por nada, pero le estoy dando una vejez malísima (ríe). Bueno, "vejez", no, que como se entere de que llamo "vejez" a su "mediana edad hasta la muerte" se enfadará. En mi casa, en mi familia, la rebelión, el humor, el contestar y el ganar discusiones se ha prestigiado siempre mucho. "¿Cómo se dice, pretencioso o pretensioso?". Y teníamos el manual de Seco Serrano a mano para ver quién tenía razón.
Rosa.- Qué gente más intelectual. La tuya parecía la casa de Benedetta Craveri.
Emilia.- En realidad luego sólo hablamos de perros y de regímenes para adelgazar.
P.- Al final salís indemnes de todas vuestras tropelías. En el libro hay finales felices a las aventurillas, hasta cuando pillan a Emilia en el aeropuerto con el hachís. Pero ¿quién os ha parado los pies en vuestra vida?
Rosa.- A mí las monjas en el colegio. Ahora hablamos de "neomonjas", que son las que te impiden reírte de determinadas cosas, pero los límites y la educación de verdad la recibí en el colegio, porque allí estaba presa de la gente mayor, con toca o sin toca. Las "neomonjas" ahora son los adalides de la corrección política. Esa nueva clerecía. Yo prefiero la juglaría (ríe).
Emilia.- En realidad, somos defensoras de la corrección política como muestra de civilización.
Rosa.- De la educación y de la civilización somos defensoras, pero no de la tontería.
Emilia.- En cuanto a tu pregunta, no sé, a mí me ha cortado el rollo mucha gente, pero no voy a hablar de mi vida privada, como quien dice (ríe).
"Si yo hubiera escrito sin censura, habría sido mucho más divertido"
P.- ¿Después de este libro tampoco?
Emilia.- No, no. Hombre, si yo hubiera escrito sin censura habría sido mucho más divertido (ríe). A mí me ha parado Rosa en el libro.
Rosa.- He censurado alguna cosa que se repetía. Le he dicho "tanta caca no" (ríe).
P.- ¿Cómo son Emilia y Rosa en una fiesta, qué tipo de invitadas sois, qué tipo de anfitrionas?
Emilia.- Si nos atenemos a los últimos acontecimientos, yo cayéndome por una escalera y Rosa apareciendo en el hospital (ríe).
Rosa.- Yo en casa y metida en la cama, claro. Las fiestas de las sábanas blancas, como decían en el colegio.
P.- ¿Qué sabéis de los hijos de puta: dónde se esconden, por qué se caracterizan?
Rosa.- Yo la verdad es que procuro alejarme. No me voy a mofar de la salud mental ni nada parecido, pero cuando he visto que alguien estaba un poco mal de la cabeza, pero sin ser una cosa grave, me he alejado. Y de los hijos de puta supongo que también. Me armo una coraza tipo Mazinger Z en el instituto fotovoltaico aquel. Procuramos estar a salvo de hijos de puta, aunque no siempre es posible, porque no puedes evitar lo que hacen a tus espaldas. Luego te enteras.
Emilia.- Hay abundancia de hijos de puta. Ni la cultura, ni el arte, ni leer ni viajar te impide ser un hijo de puta. Ni la educación. Todos llevamos un poco un hijo de puta dentro y las circunstancias a veces te lo sacan. Yo generalmente creo que los mayores hijos de puta son gente que se toma demasiado en serio, que no son capaces de ponerse en el lugar del otro, que son capaces de salirse de su propia circunstancia.
P.- También decías en el libro que la persona realmente feliz, la persona realmente educada, es la que sabe pasárselo bien en cualquier sitio. ¿La disfrutona nace o se hace?
Rosa.- Hombre, a mí me llevas al Fabrik y no me lo paso bien. Me lo pasaré bien observando a la gente (ríe). Tipos de gente.
P.- Depende de lo que te tomes, Rosa, depende del aderezo.
Rosa.- Eso es verdad. Pero seguramente me habré tomado una coca-cola.
Emilia.- Rosa, te vamos a llevar a la Supermartxé (ríe). Bueno, es una cuestión de educación: a todos nos gusta estar en un sitio con muchas comodidades, donde seas la más guapa y tal. Pero también te tienes que reír cuando vas a una fiesta de disfraces y eres tú la única que está disfrazada. O cuando haces el ridículo y le ves lo cómico. Es como los viajes, que tienen tres fases: organización (te apetece ir), el momento de ir (que no te apetece tanto) y recordarlos (que es cuando mejor te lo pasas). Hay que afrontar las cosas pensando en cuál va a ser la experiencia que vas a extraer de todo.
Rosa.- Lo mejor es recordar lo peor, porque pasado un tiempo te hace gracia. Es como decían en Delitos y faltas: hay que esperar un tiempo para reírse.
Emilia.- Desde luego, cuando yo me iba con mis amigas de mochileras a la India, nos acordamos más de cuando intentábamos asaltar el hotel bueno, borrachas como cubas, que de ver el atardecer sobre el Taj Mahal.
Rosa.- Yo también me acuerdo riéndome (aunque en aquel momento lo pasara mal) de un crucero al que fui sola y era el día de mi cumpleaños y se apagó el comedor y yo en mi mesa sola recibiendo la tarta de cumpleaños y el cumpleaños feliz. Nunca he pasado más vergüenza en mi vida.
"Javier Pérez Andújar dice que se identifica mucho con el siglo XX. ¡Yo también!"
P.- ¿En qué os parecéis a vuestras madres, a las que les dedicáis el primer capítulo?
Rosa.- No tengo ni idea de si me parezco: supongo que un poco físicamente. Y en la independencia y en no tener ningún ansia de tener pareja. "Pareja", qué palabra más horrible.
Emilia.- Yo soy muy tocapelotas, igual que mi madre. Ella siempre se empeña en recalcar que es mucho más inteligente.
P.- Hay una especie de disconformidad enorme en todo el libro, sobre todo en vuestros recuerdos de niña, acerca de lo que se supone que tiene que hacer una niña. Os aburrían los juegos de niña o la obsesión por estar guapa, el imaginario modosito. ¿Eso era una forma de rebeldía?
Rosa.- Bueno, no creo que sea una forma de rebeldía. Simplemente, en épocas totalmente diferentes, Emilia y yo hemos sido "chicazos". Ahora seríamos Shiloh, la hija de Angelina Jolie y Brad Pitt: ir vestidas de determinada forma, jugar a determinadas cosas… y en el fondo, querer ser un chico en ese momento. No digo que no fuera eso. Pero ahora me alegro de ser mujer. Desde luego, no voy a poner "mujer" en el perfil de Twitter, ni "madre", porque no lo soy, tendría que poner "hija" (ironiza). "Chica Vocento", voy a poner (ríe). No, no voy a poner nada. Me alegro de ser mujer igual que me alegro de ser de Murcia. Pasa lo mismo con las madres: todas esas escritoras, como Vivian Gornik, que cuentan lo mal que se llevaban con sus madres… o la madre de Succesion, ¡todas esas cosas que les dice a sus hijos! Mira, a mí eso no me ha pasado. Yo me alegro de haberla conocido, de que mi madre haya sido esa, me alegro de ser mujer y de haber sido una marimacho de pequeña.
P.- Me partí cuando Emilia contaba que de niña fue a una boda y parecía un niño transexual alemán. Imagina que nos hubiéramos equivocado terriblemente… ¡tal y como están las cosas!
Emilia.- Bueno, yo llego a casa y digo que soy un niño y mi madre me pega. Le hubieran quitado la custodia y cosas así (se ríe). No sé. A mí seguro que me habrían encauzado hacia algún tipo de taller de género seguro.
Rosa.- Yo he leído hoy en ABC una entrevista a Javier Pérez Andújar por su nueva novela y él dice que se identifica mucho con el siglo XX. ¡Yo también! Me identifico mucho con ese siglo y con las cosas que no hubieran pasado en ese siglo, como, por ejemplo, que nos dijeran "es que tú eres un chico". ¿Qué soy, Mi querida señorita? No necesariamente.
P.- ¿Por qué en el libro parece que os interesan tan poco los hombres? Ninguna fascinación hacia ellos: sólo cachondeo y cierto desapego.
Emilia.- A mí es que me da pudor (ríe).
Rosa.- ¡A mí también! Pero por otro lado, aparte del pudor y del desinterés absoluto (pero vamos, por los hombres y por las mujeres, me da igual), me fascina Marguerite Yourcenar, que siendo muy mayor seguía viajando, ¡le encantaba viajar!, y a mí eso no me cabe en la cabeza, tengo muy pocas ganas… (ríe). Con esto me pasa lo mismo. Son cosas que me sorprenden muchísimo. ¡No tengo ganas!
Emilia.- O sea, Rosa, que no te vas a poner en el mercado. No es tu propósito de año nuevo.
Rosa.- ¡Yo no! De mercado nada. En Glovo me voy a poner, pero por lo gorda que estoy (ríe).
P.- Pero si estás estupenda. ¿Y Emilia, cómo lo ve? Tú sí confiesas en el libro que no quieres hablar de fracasos amorosos porque, efectivamente, dolieron.
Emilia.- A mí es que me ha salido todo bastante mal, y como tú dices, a mí me gusta salir airosa de todas las situaciones. Me he dado buenas hostias, como quien dice. Y las he dado.
P.- ¡Has repartido pero bien, perdona…! Como el tipo ese aristócrata del que te reíste cuando intentó seducirte diciendo "qué solito estoy en este castillo tan grande".
Emilia.- Bueno, era un vejestorio. He tenido amoríos disconformes en edad. Él era bastante mayor que yo y tal y al final por circunstancias no han sido tíos apropiados. Tú hasta que no te dejan no comprendes lo que es dejar a una persona.
Rosa.- Es que sufrir por amor es muy jodido. No es comparable a disfrutar por amor. No sale a cuenta. Es mejor decir "no, amor no, no vaya a ser que acabe mal".
Emilia.- Rosa ha aguantado mis desamores. Los presumo mucho porque me quedo muy delgada (ríe). Lo de comer helado, lo de engancharse al bote de Häagen-Dazs, es muy siglo XX.
P.- Muy Bridget Jones.
Rosa.- O antes. Me acuerdo de cuando Pilar Miró estrenó Werther, la película, y en el cartel ponía "se puede morir por amor". Y yo decía: "Joder. Pero ¿cómo? ¿Le da una enfermedad?". No me había leído a Goethe. Se suicidaba, coño (ríe). Eso no es morirse por amor, eso es suicidarse.
Emilia.- Werther era un intensito. Ahora alguien que se suicide por amor sería un pesadito.
"El amor siempre es una estafa"
P.- Lo dice Rosa en el libro, que el amor siempre toma rehenes como en un auténtico secuestro y que el secuestrado es uno mismo.
Rosa.- Es que es una estafa. La historia aquella del estafador del amor... ¡pero si el amor siempre es una estafa! Y este tío realmente le sacaba los cuartos a las chicas. Yo no sé estas mujeres… dónde tienen la cabeza (ríe). No hay que fiarse. Sobre todo, no darles dinero, eso es lo primero. Hay que recibirlo, pero darlo no.
P.- ¿Qué tienen los perros que no tengan los hombres, por qué es mejor dormir con ellos?
Rosa.- Porque se meten ahí en el fondo de la cama y se portan muy bien. ¡Y no roncan! Bueno, casi nunca. A mí me parece mucho mejor un perro para dormir que un hombre. Luego Arcadi me dice que escribo cosas degeneradas cuando hablo de perros. Entiendo que hay gente que no comparta estas cosas.
Emilia.- A mí me encantan los perros, pero también está bien dormir con un perro y una persona. Los hombres son más dependientes que los perros, así que… (ríe). Y ahora que forman parte de la familia y los tienes que meter en el convenio de divorcio, no sé si va a haber un rechazo masivo a los perros. Yo con mis líos y mis parejas he tenido varios perros comunes: si hubiera tenido hijos ilegítimos ahora tendría una alineación del Madrid.
P.- ¿Por qué todo el mundo piensa que estáis liadas?
Rosa.- ¡Porque tienen poca imaginación, o mucha, no sé! Yo creo que poca (ríe). Emilia se lo dice a todo el mundo al empezar, que pregunten ya por lo que quieren preguntar. A lo mejor teníamos que hacerlo, como en esa serie de la chica de Percebes y Grelos: "Vamos a hacer como que somos lesbianas, que eso vende mucho ahora".
P.- Lo hicieron las t.A.T.u., ¿os acordáis? Esas dos chavalas rusas tan guapas y presuntamente lesbianas que lo petaron en el dos mil. Su gran reclamo era su relación. Al tiempo se descubrió que todo era un montaje para vender.
Emilia.- ¡Sí, total! Me acuerdo de cuando empezaron a hablar de ellas en la prensa y uno de los titulares los tradujeron como "revuelta de coños" (ríe). Estaba bastante bien adecuado.
Rosa.- Emilia lo hace por provocar.
P.- Es la hostia que eso se os haya preguntado eso o esté sobre la mesa cuando conocemos amistades insignes de hombres periodistas y de ellos no se desliza nunca que haya un romance.
Emilia.- Yo no creo que a Rosa la vaya a llamar en mi vida "maestra", o esas cosas que hacen ellos (ríe).
Rosa.- Hombre, piensa en los tiarrones citados antes que quedan para comer y tomar dry martini y tal. ¡Imagina que estuvieran liados! Sería una orgía.
Emilia.- Sería un trenecito guay (ríe).
"Es una pena que en nuestra profesión las cosas tengan que ser verdad"
P.- Me daría muchísima salsa eso. Tengo ganas hasta de que sea verdad.
Emilia.- Es una pena que en nuestra profesión las cosas tengan que ser verdad. Sería más divertido que nos pudiéramos inventar historias y cosas, imagínate.
Rosa.- Arcadi te reñiría por decir eso.
Emilia.- Ya me riñe.
P.- Ahora que mencionamos a algunos, digamos, chavales del oficio, ¿quién es vuestro mejor amigo de la profesión, de estos círculos?
Emilia.- Para mí, Bustos.
Rosa.- En mi caso era Gistau. Me llevo bien con Bustos, con Rafa Latorre…
Emilia.- A ti te llaman "maestra".
Rosa.- ¿Qué me van a llamar "maestra"? Señorita Rottenmeier, como mucho.
P.- Y Rafa Latorre, os digo una cosa, es guapísimo.
Rosa.- ¡Hombre! Como dice Cayetana, "el mejor de su generación".
Emilia.- Es una persona muy recta en el buen sentido de la palabra, es "un señor en toda la extensión de la palabra, como decían en Servidumbre humana.
Rosa.- Oye, y yo quiero mucho a Rubén Amón y a muchos de los muchachotes estos, pero no estoy en ese círculo más allá del trabajo o del cariño que siento por ellos. No vamos a reuniones de tiarrones.
Emilia.- Los columnistas hombretones sí se juntan más.
P.- También hacen periodismo de ficción, como Pérez Reverte aquel día con el encuentro de Christina Hendricks, que supuestamente luego era todo somnoliento y nunca sucedió.
Rosa.- Si yo hubiera visto a Christina Hendricks le habría hecho varias páginas a esa diosa, no me habría quedado callada, desde luego. Habría caído rendida a sus pies.
P.- Recomendadme algún restaurante en el que quedéis para comer.
Rosa.- ¿Te gusta la casquería? Entonces a La Tasquería, sin lugar a duda. Vamos a comernos una cabeza de cochinillo. A comer sesos y callos.
Emilia.- Y también Verdejo.
P.- Decía Gregorio Morán que a la gente a la que, como a él, le gusta mucho la casquería, tiene la sensualidad muy desarrollada. ¡No somos frígidas!
Emilia.- Eso lo explica todo.
Rosa.- Pero oye, eso de frígidas es una cosa que ya no se dice, ¿no? Se decía como en los años setenta.
"Le doy más al jamón ibérico que al spinning"
P.- ¿Qué palabra usamos ahora para hablar del recato carnal?
Rosa.- Equidistante, tibio, pusilánime… ¡todo lo que soy yo, y aún así me gusta la casquería!
Emilia.- La asexualidad está de moda.
P.- ¿Por qué es más importante el jamón ibérico que el spinning?
Rosa.- (Ríe). Yo le doy más a lo primero que a lo segundo. Sigo pagando el gimnasio, otra cosa es que vaya. Era horrible. Había una profesora que te vigilaba para que le dieras más revoluciones. No puedo con esta tiranía.
P.- Es que es muy íntimo lo de la marca.
Rosa.- Eso es. El cuentakilómetros no se mira, coño. Ni la edad, ni el peso, ni el cuentakilómetros.