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Al yemení Khaled Qasim lo capturaron en Afganistán en diciembre de 2001 y cinco meses después lo enviaron a Guantánamo, una prisión militar de alta seguridad improvisada en una base militar en el oriente de la isla de Cuba. La Junta de Revisión Periódica ha considerado en repetidas ocasiones que su detención sigue siendo necesaria para la seguridad nacional. Casi veinte años después, sigue preso en Guantánamo sin cargos ni juicio.
Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, han pasado por la base 780 musulmanes sospechosos de terrorismo, la mayoría detenidos durante la invasión de Afganistán. Ahora quedan 39. Sólo dos han sido condenados. Los 20 primeros detenidos llegaron a Guantánamo el 11 de enero de 2002. A la semana siguiente, hace ahora 20 años, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) contrató a dos psicólogos para entrenar a los militares en el programa EIT (siglas en inglés de "técnicas de interrogatorio mejoradas").
Para Donald Rumsfeld, secretario de Defensa durante la Presidencia de George W. Bush, el EIT era la definición del "trato humano". En realidad, se trataba de un eufemismo para maquillar prácticas brutales como el ahogamiento simulado, posiciones corporales incómodas prolongadas, exposición a un frío intenso, a ruidos ensordecedores, luces estroboscópicas, desnudez forzada, privación sensorial y del sueño hasta el punto de provocar alucinaciones, rehidratación anal, suero de la verdad, manipulación de la dieta, bofetadas, capuchas, confinamiento en estrechas cajas similares a ataúdes o "el muro", que consistía en agarrar por la camisa al detenido y tirarlo contra una pared.
Los medios no tardaron en identificar a los dos psicólogos que dirigían las torturas de la CIA y en 2005 el New Yorker difundió sus nombres: James Elmer Mitchell y John Bruce Jessen. Se habían conocido en el Comando de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea en Fort Bragg, donde trabajaron en un curso de entrenamiento militar clasificado conocido como SERE (Supervivencia, Evasión, Resistencia, Escape) que entrenaba a los soldados para soportar el cautiverio en manos del enemigo. El programa se implantó tras finalizar la Guerra de Corea, en la que soldados estadounidenses capturados hicieron confesiones falsas bajo tortura.
1.800 dólares al día
El curso, de tres semanas, simulaba la experiencia de ser prisionero de fuerzas enemigas que, como los norcoreanos, no respetaban los Convenios de Ginebra. Y, efectivamente, como los prisioneros en Corea, quienes sufrían el entrenamiento SERE descubrieron que dirían cualquier cosa para acabar con el tormento. Los participantes soportaban el submarino, la desnudez forzada, las temperaturas extremas, el ridículo sexual, posiciones de estrés agonizante y raciones de hambre que los dejaban en los huesos. Entraban en pánico.
Mitchell y Jessen invirtieron las tácticas infligidas a los aprendices del SERE para usarlas en los detenidos en la guerra global contra el terrorismo. Con unos honorarios de 1.800 dólares diarios, la CIA les encargó entrenar a los militares en técnicas de interrogatorio mejoradas en su red de centros de detención, los llamados black sites (sitios negros), entre ellos Bagram (Afganistán), Abu Ghraib (Irak) y Guantánamo.
Mitchell y Jessen tenían que hacer hablar a los detenidos y creían saber cómo conseguirlo. No eran exactamente unos sádicos; cuando obtenían lo que buscaban, dejaban en paz al detenido. Tortura sí, ma non troppo.
No eran exactamente unos sádicos, cuando obtenían lo que buscaban, dejaban en paz al detenido
Pero a veces se les iba la mano, como cuando en 2002 el afgano Gul Rahman murió durante un interrogatorio en un sitio negro. Lo habían dejado toda la noche encadenado y desnudo de cintura para abajo en una celda helada. Aunque debían mantener con vida al detenido a toda costa, no dudaban en poner en riesgo su propia táctica; pero teniendo cuidado de que antes de caer en la sepsis o morirse, el interrogado tenía que dar nombres, planes, refugios, algo que transmitir a Langley, el cuartel general de la CIA donde lo esperaba con avidez George Tenet, el director de la Agencia.
A principios de abril de 2002, Abu Zubaydah presunto lugarteniente de Al Qaeda capturado por las Fuerzas Especiales y trasladado a un sitio negro en Tailandia, se convirtió en el primer detenido de alto valor de Estados Unidos tras el 11 de septiembre. Ali Soufan, un agente especial del FBI fue el primero que interrogó a Zubaydah. Lo hizo con un protocolo humanitario, la técnica de "construcción de relaciones" considerada un "interrogatorio limpio", para ganarse la confianza del detenido, que finalmente habló y soltó que Jalid Sheij Mohammed había planeado el 11 de septiembre. Fue un éxito extraordinario que, sin embargo, no era suficiente para Mitchell y Jessen.
La demolición psíquica
Para conseguir más, los dos psicólogos adjuntos al equipo de la CIA planearon la demolición psíquica de Zubaydah. Como informó el New York Times, fue sometido 83 veces al waterboarding (ahogamiento simulado), le privaron del sueño, le pusieron a los Red Hot Chili Peppers a todo volumen, lo desnudaron, le vendaron los ojos, lo esposaron, hicieron que su habitación se enfriara tanto que su cuerpo se puso morado y le mostraron un ataúd en el que le dijeron que sería enterrado. O sea, el manual SERE. Pero Zubaydah, a diferencia de lo que hizo con Soufan, calló.
En su libro The Black Banners (Las banderas negras), Soufan reveló un duro enfrentamiento con Mitchell en el interrogatorio a Zubaydah por sus técnicas de "tortura límite". El ya exagente del FBI cuenta que Mitchell no consiguió ninguna información adicional y Soufan abandonó el interrogatorio y volvió asqueado a Estados Unidos. The Black Banners es un relato espeluznante de las vejaciones a las que la CIA sometió sistemáticamente a los detenidos en la guerra contra el terror. "Mucha de la información que se obtuvo no pudo usarse en los tribunales porque procedía de sitios negros", escribe Soufan.
Sin embargo, en un largo discurso público en 2006, el presidente Bush parecía tener in mente a Mitchell y Jessen cuando citó el interrogatorio "duro" pero exitoso de Zubaydah para defender las prisiones secretas de la CIA, el uso de tácticas coercitivas de interrogatorio y la abolición del habeas corpus para los detenidos. Bush dijo que Zubaydah había sido interrogado utilizando un "conjunto táctico alternativo" diseñado por la CIA.
O sea, por Mitchell y Jessen, que en 2005 dejaron de operar como personas físicas y, con su empresa Mitchell, Jessen & Associates, con sedes en Virginia y Spokane (estado de Washington), facturaron a la CIA 81 millones de dólares por "desarrollar, operar y evaluar las operaciones de interrogatorios". El contrato se rescindió en 2009, pero la Agencia estaba obligada a pagar gastos legales de la compañía hasta 2021.
Mitchell y Jessen estuvieron en el centro de una enardecida controversia que se desató por una resolución de la Asociación Estadounidense de Psicología (APA), en julio 2005, en la que se autorizaba a los psicólogos a prestar servicios en los interrogatorios militares. Una teoría era que la APA había dado su aprobación a colaborar con el ejército como parte de un do ut des (doy para que me des). A cambio, el Pentágono prometió a los psicólogos, que a diferencia de los psiquiatras no son médicos, influir para que pudieran recetar medicamentos, aumentando drásticamente sus ingresos.
El método de Mitchell, Jessen & Associates, que llegó a tener 120 empleados, se basaba en "la indefensión aprendida" (learned helplessness), un concepto acuñado en 1967 por el famoso psicólogo estadounidense Martin Seligman, promotor de la psicología positiva. Seligman describe la condición de quien aprende la docilidad y la sumisión a fuerza de castigos. El resultado se parece a la depresión en la sensación subjetiva de no tener la capacidad de hacer nada, de pérdida absoluta del control. Convertidos en seres pasivos e impotentes, los interrogados colaborarían con los interrogadores como ratas adiestradas.
Eso era al menos lo que esperaban Mitchell y Jessen y eso fue lo que vendieron a la CIA. Pero, como denunció el agente del FBI Ali Soufan, no fue lo que ocurrió. Los brutales métodos SERE que enseñaban —a los que llamaban "de ingeniería inversa"— se basaban en técnicas de interrogatorio de los comunistas coreanos que nunca fueron diseñadas para obtener buena información. Su objetivo, según Steven Kleinman, coronel de la Reserva de la Fuerza Aérea y experto en operaciones de inteligencia humana, era generar propaganda haciendo que los rehenes estadounidenses torturados hicieran declaraciones en contra de los intereses estadounidenses.
Ni Kleinman ni muchos psicólogos consideraban que Mitchell y Jessen fueran científicos
Sus críticos llamaron a la pareja "la mafia mormona" (una referencia a la religión de Jessen, que había sido obispo mormón) y los "tipos del cartel" (aludiendo a los carteles de los "más buscados" del FBI, que es donde algunos pensaban que los llevarían su macabro negocio). De hecho, la feroz pareja era tan conocida entre los profesionales de la Psicología que la sola reacción ante sus nombres se convirtió en la prueba del algodón de la actitud ante la coerción y los derechos humanos.
Según contó en 2007 la periodista Katherine Eban, en Vanity Fair, ni Kleinman ni muchos psicólogos consideraban que Mitchell y Jessen fueran científicos. Aunque querían serlo. No poseían datos sobre el impacto del entrenamiento SERE en la psique humana. Tampoco eran "psicólogos operativos" que trabajan para las fuerzas del orden. (Piensen en el personaje de Jodie Foster en El silencio de los corderos).
La verdadera historia de la foto de la vergüenza
Habían pasado exactamente cuatro meses desde que el mundo se estremeciera con el derribo de las Torres Gemelas de Nueva York, cuando un contramaestre de la Marina de EEUU, Shane T. McCoy, tomaba con su cámara una fotografía que se ha convertido en icónica.
En la imagen se ve a los primeros 20 prisioneros que llegaron a las instalaciones estadounidenses en la bahía de Guantánamo el 11 de febrero de 2002. El marino McCoy tenía como misión documentar lo que ahí ocurría y, como ha recordado recientemente en The New York Times, el Gobierno no sólo no tenía intención de ocultar la llegada de esos primeros presos, sino que la fotografía se hizo pública y fue distribuida por el Departamento de Defensa.
En ella se ve a los prisioneros encapuchados, esposados y con la cabeza gacha, ataviados con los clásicos monos naranjas que tenían que vestir en las instalaciones cubanas. La difusión de la fotografía no sólo hizo que el público se preguntara que estaba pasando en la prisión, sino algo mucho más atroz: que los terroristas del Estado islámico vistieran así a los occidentales que capturaban como rehenes antes de ejecutarlos delante de las cámaras.
Sus interrogatorios 'mejorados'
Las tácticas de "interrogatorio mejoradas", es decir, coercitivas, eran para la mayoría de los psicólogos "una ciencia vudú". El enfoque básico consistía en anular la voluntad de los detenidos a través del aislamiento y el ruido blanco, técnica de privación sensorial que consiste en una señal que contiene todas las frecuencias en la misma potencia y que desorienta a las personas, elimina su capacidad de predecir el futuro y crea una fuerte dependencia de los interrogadores.
John Sifton, investigador de Human Rights Watch, decapó la pátina de pseudociencia que hizo que la CIA y los oficiales militares pensaran que Mitchell y Jessen eran expertos en desbloquear la mente humana: "Una cosa es decir 'quítate los guantes' y otra creer que el hecho de que te obedezcan te convierte en científico". Pero en el mundo militar, donde a todos los psicólogos se les llama "doctor" y se los reverencia como científicos, "nadie cuestiona que quizás no tengas ni idea de lo que estás hablando", dijo este investigador, que se opuso a las tácticas del SERE porque "hacer que alguien hable y hacer que alguien te dé información válida son dos cosas muy diferentes".
En diciembre de 2006, los expertos en interrogatorios más conocidos de Estados Unidos publicaron un informe que abordaba la cuestión de qué métodos funcionan en los interrogatorios. El capítulo escrito por el experimentado interrogador Steven Kleinman, partidario de establecer una buena relación con los detenidos como medio más eficaz para extraer información valiosa, concluye: "El empleo de interrogadores brutales, ya sea como consultores o como practicantes, es un ejemplo del inútil intento de colocar la clavija cuadrada en el agujero redondo".
Mitchell y Jessen se defendieron diciendo: "En el país de las hadas en el que viven, todo lo que tienes que hacer es darle al interrogado un poco de té y una galleta, y todo estará bien".
La denuncia de la ineficacia de la estrategia dirigida por Mitchell y Jessen no fue ninguna sorpresa para Kleinman, que había dicho que le resultaba sorprendente que la CIA "escogiera a dos psicólogos clínicos que no tenían experiencia alguna en inteligencia, que nunca habían llevado a cabo un interrogatorio... para hacer algo que nunca se había hecho".
"Han causado más daño a la seguridad nacional estadounidense de lo que jamás comprenderán"
La difusión de las tácticas mejoradas de interrogatorio, y las fotografías de su salvaje uso en Abu Ghraib, devastaron la reputación de Estados Unidos en el mundo musulmán. Kleinman, que había participado en interrogatorios en Irak y conocía a Mitchell y Jessen de la escuela de supervivencia de la Fuerza Aérea de Fort Bragg, donde trabajaba como instructor, declaró: "Han causado más daño a la seguridad nacional estadounidense de lo que jamás comprenderán".
Sin embargo, las tácticas de estos charlatanes, que cometieron actos atroces de crueldad y barbarie al amparo de una pseudociencia, fueron adoptadas por casi todos los interrogadores militares, en parte debido al mito de que las tácticas SERE de ingeniería inversa hicieron hablar a Abu Zubaydah.
La CIA engañó a la Casa Blanca
Mitchell y Jessen ocupan un lugar destacado en el informe de 2014 del Comité Selecto del Senado sobre el Programa de detención e interrogatorio de los detenidos tras los atentados del 11-S, conocido como CIA Torture Report. El comité dedicó cinco años y más de 40 millones de dólares a estudiar el programa de interrogatorios y detención de la CIA. Los hallazgos eran condenatorios: que la CIA engañó a la Casa Blanca, al Congreso y al pueblo estadounidense; que las opiniones legales que afirmaban que las técnicas no infringían las leyes de Estados Unidos eran erróneas; que la tortura no produjo inteligencia útil; que se utilizaron métodos de interrogatorio no autorizados. (Todos los tratados de derechos humanos y las leyes estadounidenses que regulan el tratamiento de los prisioneros prohíben las amenazas de muerte y los asesinatos simulados).
Este devastador documento de 6.000 páginas establece una cronología clara, detalla cómo la CIA contrató a Mitchell, Jessen & Associates para introducir el programa de tortura y cómo todas las voces disidentes fueron marginadas, silenciadas o ignoradas. El Senado dejaba en evidencia George W. Bush por autorizar la tortura. El vicepresidente Dick Cheney exigió que la CIA publicara los memorandos que demostrarían que las técnicas mejoradas de interrogatorio fueron efectivas y declaró: "Lo que autorizamos no fue tortura. Pero funcionó. Obtuvimos inteligencia procesable de estas técnicas".
En 2020, en la audiencia previa al juicio de algunos presos por el 11-S ante un tribunal militar en Guantánamo, Julia Hall, abogada de Amnistía Internacional, declaró: "El trabajo perverso de estos psicólogos ha hecho retroceder dramáticamente la lucha mundial contra la tortura. Los métodos de interrogatorio que defendieron han tenido un efecto dominó en todo el mundo".
El yemení Khaled Qasim, lleva casi veinte años en Guantánamo. "Veinte años sintiendo que no estoy muerto pero tampoco vivo", dice en una carta publicada esta semana por The Guardian. Durante los primeros nueve años en Guantánamo, estuvo recluido en régimen de aislamiento, sometido a los duros interrogatorios SERE; "pero la tortura mental deliberada sigue siendo la misma, y no se limita a las salas de interrogatorio; existe en nuestra vida diaria, en el sueño, la comida o los paseos", denuncia. Cuando el presidente Obama anunció el cierre de Guantánamo, Khaled lo creyó. Ahora confía en que el presidente Biden cumpla esa promesa.
¿Qué ha sido de ellos?
Mitchell y Jessen fueron repudiados por la Asociación Estadounidense de Psicología, que rechazó sus métodos por "violar la ética de la profesión y dejar una mancha en la disciplina".
En su informe sobre las torturas perpetradas por la CIA, el Senado señaló a Jessen (bajo el seudónimo de Doctor Grayson Swigert) como autor de un "Plan de Explotación Preliminar", presentado al Pentágono en abril de 2002, que se implementó en Guantánamo y en las prisiones de Irak y Afganistán. Citado por el Senado como torturador, numerosos activistas lo han llamado "criminal de guerra". Fue obispo mormón, se ha jubilado de la Fuerza Aérea, vive en Spokane (estado de Washington), mantiene un perfil bajo y no hace declaraciones ni comparecencias públicas.
Mitchell, citado como torturador por el informe del Senado (bajo el seudónimo de Doctor Hammond Dunbar), vive en una mansión en Land O'Lakes, Florida, es asiduo comentarista de Fox News, donde defiende posiciones trumpistas. En 2016 publicó el libro Interrogatorio mejorado. Reconoce que interrogó personalmente a trece "detenidos de alto valor", entre ellos Abu Zubaydah, Abd al-Rahim al-Nashiri, el "comandante" del ataque contra el USS Cole anclado en el puerto yemení de Adén, y Jalid Sheij Mohammed, cerebro de los ataques terroristas del 11-S.
En 2014, en una entrevista telefónica con The Guardian dijo: "No soy un monstruo, sólo soy un tipo al que personas del más alto nivel gubernamental le pidieron que hiciera algo por su país, e hice lo mejor que pude". Mitchell ve como un gran éxito el programa de tortura y está molesto porque ha tenido tan mala reputación. "Me frustra la forma en que se han pasado por alto las partes buenas". Fue la primera vez, y la última, que sugería que hubo partes malas.